JUEGO POLÍTICO/
Escándalo, ¡es un escándalo!

 /Por: Adriana Amado. Ya no digo para la campaña electoral de este año, que ya está lanzada. Pero yo sugeriría que para la próxima se les exija a los equipos de campaña que acrediten algunas horas acumuladas en programas de chimentos y/o prensa farandulera. Con un verano pasado al calor de las disputas de las vedetongas de Carlos Paz por lo menos habrían aprendido que los escándalos mediáticos no se ganan nunca. Con mucha suerte, lo único que se puede ganar es tiempo para evacuar la pantalla y evitar que haya menos víctimas en el momento de la explosión. ¡Es un acto suicida intentar desarmar la bomba con todos los votantes adentro de la tele! Eso solo le puede salir bien a Keanu Reeves si los guionistas decidieron que en esa película va  de héroe ocasional. Pero no pasa en la vida real. Menos que menos en campaña.

No es que haya que disfrazarse de superhéroe con la capita al aire cuando se aspira a un cargo público. Pero presentarse en los medios como la víctima sacrificada es un mensaje derrotista difícil de remontar. Especialmente cuando todos los ciudadanos sabemos que la campaña sucia no es exclusiva de la disputa electoral sino que viene de la gestión y seguirá en la gestión. ¿Cómo evitar proyectar las reacciones de hoy para cuando el aspirante a funcionario tenga en sus manos nuestros destinos? Con esta premisa, ¿a qué asesor se le puede ocurrir mandar al candidato a circular por los programas complacientes que le palmean al hombro con indignación de madre? ¿O agitar el asunto? Dijo Perfil que la campaña sucia habría afectado a 700 mil porteños: todos los demás nos enteramos por la respuesta.

El especialista Omar Rincón se cansa de decir que los medios no son una cuestión de contenidos, ¡sino de formas! Y la forma del escándalo mediático es la misma para las hermanitas Pombo, para Carmen Barbieri o para Daniel Filmus. Mucho runrún, poca información, caras compungidas, y nadie que entienda algo. En vez de haberse pasado tantos años criticando a Tinelli o a Rial, algunos podían haber aprovechado para aprender alguito como para no caer en las trampas de la polémica mediática. La campaña de la ciudad de Buenos Aires pasará a los manuales como el caso de autoinmolación en nombre de las mejores intenciones.” Efecto Fito” se llamará de acá en más.

No hace falta leer el libro de Durán Barba, al que tanto se ha aficionado Daniel Filmus al punto que lo agita por todos los programas a los que va con más entusiasmo que el propio editor.  Pero si los asesores no están para bajar al fango de la tele nuestra de todos los días, por lo menos podrían darle una miradita a la obra de John B. Thompson, un prestigioso profesor de la Universidad de Cambridge, que escribió hace una década un análisis profundo de las implicancias del escándalo en el terreno político. La conclusión principal es que un sistema político donde predominan los escándalos y las acusaciones, configura un clima de suspicacia y desconfianza generalizada. En ese contexto, las acusaciones dejan de llevar nombre y apellido, para salpicar a todos más o menos por igual. Es lo que se resume con la expresión cotidiana “Los políticos son todos iguales”, “Los funcionarios son todos corruptos”, o similares. Así se trastoca la competencia de los participantes en el juego político. Cuanto más sucia la campaña menos importan los antecedentes del candidato porque se prioriza su capacidad de reacción  o el talante que muestre en los medios. Y la tercera consecuencia nefasta es que la desconfianza se generaliza de los políticos a las instituciones políticas. Como las campañas se resuelven desde discusiones alejadas de la vida del ciudadano corriente, este se va alejando del proceso político. 

Umberto Eco cita a Johnatan Swift  que ya en 1712 decía “Se necesita muy poco para que una mentira se propague lejos y ampliamente, incluso si se origina en un embustero conocido”. Además, añade, “frecuentemente pasa  que si la mentira es creída sólo por una hora, ya ha hecho su trabajo”. Desde hace tres siglos nos dicen que contestar a la mentira no hace más que recordarla. 
 
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