ENTRE SOBREINFORMACIÓN Y DESINFORMACIÓN
Teléfono descompuesto

MediosTeléfonoPor: Adriana Amado.  Hay una obsesión entre la gente pública. Todos, funcionarios, dirigentes, figurantes, se quejan de que no se publica todo lo que dicen. O, al revés, que no dijeron lo que se publica. Hasta el último de los vecinos atormentado por la lluvia se queja de que “¡Los medios no cuentan lo que pasa acá!”. Entonces, vecinos, funcionarios, dirigentes, gastan el escaso tiempo que se les dedica en reclamar más tiempo para su tema, a desmentir  las citas de sus declaraciones, a denunciar que lo publicado no es lo declarado, a acusar que lo declarado fue censurado… Como si en lugar de un sofisticado sistema de comunicación, todos estuvieran conectados a latitas unidas por un hilo de algodón.

Algunos incluso acusan censura para sus dichos. La Relatoría para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos define como censura la prohibición judicial, legal o de hecho que impide la difusión del trabajo periodístico. Por caso, interrupción de la transmisión de contenido periodístico a través de medios de comunicación, obstaculización e impedimentos a la difusión de material periodístico. Cuando un ciudadano cuenta con medios por los que puede hacer circular su información, cuando cuenta con un fabuloso aparato de difusión a su servicio aunque algunos decidan ignorarlo, ¿puede considerarse silenciado?

En el sistema informativo de los grandes medios se estima que llegan a las redacciones un promedio diario de mil comunicados de prensa informando discursos, anuncios, novedades, pavadas  que la mayoría de las veces sólo interesan a su protagonista.  Si se considera las fuentes oficiales, sólo Presidencia de la Nación en febrero de 2010 emitió un promedio de cinco comunicados por día. Si se agregan los ministerios, para la semana del 14 al 20 de febrero, el sitio de prensa oficial emitió 137 comunicados de prensa: casi 20 por día (ni descansaron el domingo de los enamorados, que ofreció ocho comunicados). Esto sin incluir las notas de opinión, ni los informes especiales, ni los videos y otras yerbas que el sitio presidencial produce intensivamente. Ni los discursos presidenciales, género en franco crecimiento: según el cálculo que hizo un diario, fueron 58 en 47 días, esto es, un promedio de 1,23 discursos diarios para este año, por encima del 1,18 de promedio registrado en 2008 en pleno conflicto con el campo.

El periodista Ignacio Ramonet llama desinformación a las noticias falsas o que inducen a engaño, o subinformación cuando la información es insuficiente o deliberadamente recortada. La contraria es igual de nociva, porque la sobreinformación es una catarata de mensajes  donde una nada vale lo mismo que una noticia trascendente. Todas las variantes son un menoscabo al derecho a la comunicación pero lo última es peligrosa porque dificulta dilucidar lo importante de lo que no lo es. Ramonet plantea que cada vez más personas están más pendientes de las noticias que circulan en los medios, atrapadas en un flujo de información cuya sobredosis produce el efecto colateral de la desinformación. Los más expuestos a este mal, dice, son las personas que participan activamente en el circuito informativo, es decir, fuentes, periodistas y jefes de prensa, muchas veces preocupados por cuestiones que sólo existen en el microclima de los hiperinformados. Comunican lo que no se necesita y omiten lo que sería imprescindible.  Confunden lo que pasa por la pantalla de su computadora con lo que pasa, se enojan con los mensajes y creen que el problema son los mensajeros. A los sobreinformado les pasa lo que decía Mafalda: el mundo exterior les queda muy lejos.

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