HAY UNA PREGUNTA EN EL TELÉFONO |
Manual del encuestado desorientado (parte I) |
Por: Adriana Amado. Seguramente ya te pasó que llegaste a tu casa y el contestador titilante prometía un mensaje. Apretás el botoncito de Play, y no, no era ese llamado que esperabas tanto. Era de nuevo esa voz metálica que cada vez te saluda con un “¡Hola! Queremos conocer su opinión, por favor, siga las instrucciones...”. Ahí fue que te diste cuenta de que a los programas de encuestas telefónicas les da lo mismo que seas vos o tu contestador automático: al primero que conteste le disparan esas preguntas que nos roban preciosos minutos de vida para teclear a la orden de “Si vota a tal... marque 01; si vota a cual; marque 45; si no vota, marque asterisco para volver a la anterior opción, o numeral, si quiere participar en la encuesta para el monumento del bicentenario...”. |
Si andás en un día de suerte, seguro que te enganchan en el mismísimo momento en que estás por morder el primer bocado de pizza, y ni siquiera es una fría grabación a la que podés cortar sin culpa. No, es una abnegada empleada de call center (que podría ser tu sobrinita, ésa que vuelve llorando de su primer trabajo porque “nadie le atiende las llamadas”) que con su limitado vocabulario te pide, “por favor”, que contestes una brevísima entrevista para alguien que no te puede develar quién es pero que está interesadísimo en conocer lo que vos tenés para decirle. Generalmente empiezan a preguntarte por la opinión que tenés del dengue, el alumbrado público o el último comercial del PRO. Pero a la mitad de la encuesta te das cuenta que también te piden una autoevaluación de tu comportamiento ciudadano del tipo “¿Ud. sabe a qué horario tiene que sacar la basura?”.
La mayor incomodidad la generan esas encuestas que enfatizan que son anónimas para que te sientas en total libertad de opinar. ¿Entendés? “Ellos” te ofrecen su anonimato para que le retribuyas con tu sinceridad, y vos no podés ser menos. Ahí no más, entre preguntas sobre la sensación térmica del otoño y otras generalidades, te descerrajan la pregunta animal: “¿Ud. qué imagen tiene de Zultano? ¿Buena, Muy buena o Excelente?”. Hacés un rápido cálculo sobre que “Ellos” tienen tu teléfono y ya les habías confesado que eras el masculino de entre 30 y 39 años, con universitario incompleto que vivía en esa unidad funcional. Además, la verdad es que no tenés imagen formada de Zultano, o la tenés y no es de buena para arriba como te preguntan, o no tenés ganas de confesarle a una desconocida algo que ni siquiera lo charlas con tu psicoanalista. Así que le pedís piedad a la encuestadora para que te ubique en el discreto casillero de NS/NC porque aunque vos sabés y estás contestando, lo que querés es volver a tu pizza antes de que se convierta en el desayuno de mañana. La niña sigue fime en su cordialidad aprendida en el curso del buen telemarketer, y va por más, y volvés a decirle que no sabés cuando te pregunta a quién vas a votar los próximos comicios. Entonces, la chica dice un “Bien” ejecutivo mientras se le abre en su computadora la opción que corresponde a tu respuesta, y te pregunta a quién votarías si votaras en Berazategui y a quién votaste para legislador en 1986, para presidente en 1999 y para intendente en 2003. Ahí ya te arrepentiste de la mentira piadosa porque ni siquiera te acordás a quién diablos le confiaste los destinos del país en la última elección. Volvés a pedir clemencia, pero la niña firmemente te explica que o le decís de una vez a quién vas a votar, o bien, “Ellos” tienen que hacerte estas preguntas para determinar con precisión hacia dónde se dirigiría tu voto. Porque deberìas saber que si no contestás a una encuesta, en época preelectoral sos un “Indeciso”.
A esta altura preferirías que tu nombre esté en la lista de autoridades de mesa y no en las listas de los encuestadores que prestan servicios para los candidatos. Pero la democracia es eso: es la opinión del pueblo; y la pizza y la tele esperando que empiece Showmatch te confirman que vos sos pueblo. Entonces, antes que ver humillada tu cultura cívica, le tirás un candidato cualquiera, rezando para que no te pregunte en qué partido está porque no tenés ni idea. Pero no, por suerte, parece que acertaste la opción que te libera del interrogatorio, porque la chica ya apura el “Muchas gracias por haber participado”. Qué pena que no te puedan decir en nombre de quién te llamaron porque te hubiera gustado buscar en el diario del domingo tu opinión alimentando la ilusión de alguna intención de voto.
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