 Por: Adriana Amado. La comunicación, en política, está más sobredimensionada que la propia gripe. No hay funcionario que no le atribuya efectos amplificados en la ciudadanía, ni político que no dedique ciertos dineros para campañas. Después, si los resultados no son los esperados, justifican que fue porque no se comunicó lo suficiente. Si no se apoyan las medidas, es porque no se transmitieron como correspondía; si no se cumplen las disposiciones, será que necesitan más prensa. Así también se sobredimensiona el papel de los medios en el asunto: o bien son responsables de los malos entendidos, o bien, se los considera garantes de los mejores mensajes. Como si fuera una cuestión de oferta: si damos clases en televisión, los chicos no perderán los días de asueto; si comunicamos éxitos de gobierno, la ciudadanía se convencerá de que vivimos como en Suecia; si reforzamos mensajes profilácticos, la gripe amainará. Lo contrario también es ley: si los mensajes son críticos, la ciudadanía caerá en el desaliento; si se difunden los infectados, la gente entrará en pánico.
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