NAZISMO, HOLOCAUSTO Y UN MUSEO PORTEÑO
Problemas de representación

En torno a los límites de la representaciónPor: Juan Terranova. La excelente editorial de la Universidad Nacional de Quilmes acaba de poner a circular En torno a los límites de la representación - El nazismo y la solución final. El libro recoge las conferencias dictadas por un grupo de historiadores en el marco de un ciclo realizado por la Universidad de California en abril de 1990. Saul Friedlander, responsable del evento, fue también el encargado de elegir y compilar estas intervenciones que empecé a leer con un interés medido. Formado en los insatisfactorios e insípidos desplazamientos del estructuralismo y el post-estructuralismo francés, las tensiones entre historiografía y política siempre me resultan atractivas, más aún alrededor del tema del nazismo. Sin embargo, la idea de encontrarme con una serie de textos morales, tibios o prejuiciosos en el peor sentido se corroboró cuando terminé el “Prefacio a la edición en castellano” de Alejandro Kaufman que, informado y coherente, sostiene una escritura intrincada cuando no directamente críptica. La introducción del mismo Friedlander tampoco me gustó y corroboró mis sospechas de esquematismo. Sin embargo, el libro se volvió interesante cuando entré directamente a las ponencias del ciclo y me encontré con la campaña de publicidad del Museo del Holocausto porteño.

En torno a los límites de la representación

Como toda recopilación, el libro es desparejo. Pero, esta vez, el salto de calidad, interés y estilo que se realiza de un ensayo a otro fortalece el diálogo que los textos entablan entre ellos. Los autores parecerían –con esa solvencia que da la academia del primer mundo– estar al tanto de lo que están haciendo sus colegas. Todos se citan entre todos. Así, el entramado ayuda a rodear un objeto complicado y definirlo como uno de los grandes desafíos de la historiografía contemporánea. La primera ponencia, escrita por Christopher R. Browning, titulada “Memoria alemana, interrogación judicial y reconstrucción histórica: escritura de la historia de los autores a partir del testimonio de posguerra”, es una excelente y clara elaboración alrededor de los problemas que implica narrar el accionar nazi cuando no hay documentos escritos y el relato debe basarse en testimonios orales. Browning no sólo es un historiador crítico sino que también se revela como un excelente narrador, consciente de los límites y posibilidades de su escritura. El segundo texto, “El entramado histórico y el problema de la verdad”, pertenece a Hayden White y toca el tema de la relación entre lo que se narra y su forma apelando al modernismo como estilo literario que sirve de respuesta a los problemas teóricos que plantea la descripción del Holocausto. Aunque en esta intervención le cree bastante a la lectura que Auerbach hace en Mimesis del modernismo literario, y no es lo suficientemente conciso ni da ejemplos convincentes, su pelea contra una forma de hacer historia realista, afectó y sigue afectando a las investigaciones históricas. De hecho, la mayoría de las mejores ponencias de En torno a lo límites de la representación discute o corrobora la emblemática obra de White, Tropics of Discourse: Essays in Cultural Criticism. De entre lo mejor del libro pueden citarse también “Sobre el entramado: dos clases de hundimiento”, donde Perry Anderson sopesa la validez del revisionismo alemán de derecha; “Historia, contrahistoria y narrativa” de Amos Funkenstein, donde, pese al abuso de las citas en latín, se propone el concepto de “contrahistoria” y se examina la difícil relación identitaria con el otro, y “La historia más allá del principio de placer: algunas ideas sobre la representación del trauma” de Eric L. Santner, donde se propone a la película Heimat de Edgar Reitz como posibilidad de volver a narrar el pasado alemán en tensión crítica con los condicionamientos del Tercer Reich.

Publicidad de un museo

Ahora bien, mientras leía el libro reparé en la publicidad que el Museo del Holocausto porteño hacía en el subte A. Esa vez, me bajé en la estación de Río de Janeiro, vi la imagen en el andén, leí el texto y seguí caminando. Creo que incluso traía la compilación de Friedlander en la mano. Recién hice la relación cuando empecé a subir la escalera para salir a la avenida Rivadavia. Volví a encontrar el mismo afiche en el número 67 la revista Asterisco, cultura al día que viene con el diario Miradas al Sur de los domingos. La publicidad se repitió en el número 68 de la revista, al domingo siguiente. Tanto en el subte como en la revista lo que se ve es una página en blanco con un foto enmarcada. No hay otras imágenes. La foto está amarilla por el tiempo y retrata a seis hombres vestidos con los trajes a rayas de los campos de exterminio nazis. Dos “chistes idiotas” acompañan la imagen. El primero, al pie de la foto, informa “Museo del Holocausto. Un museo, nada de arte”. El segundo es una firma que dice “Adolf Hitler” sobre la foto misma. Ambos “chistes idiotas” funcionan en direcciones parecidas. El primero trasmite la idea de que el Museo del Holocausto no es un museo convencional donde se van a ver piezas artísticas. Esto, por supuesto, es muy cuestionable. Valga solamente decir que proyecta una idea de “arte” más bien incompleta y estúpida, ligada a lo bello y lo agradable, sin valor documental, ni social ni político. Por otra parte, hay miles de museos que no exhiben arte, como, por poner un ejemplo, los museos de ciencias naturales. La apreciación de qué se entiende por “museo” y por “arte” es tan ligera y burda que no vale la pena ni señalar el hecho de que superponer el nombre de un dictador a un documento de época es dañar el documento. El segundo “chiste” es todavía más idiota ya que suprime la larga cadena de acontecimientos históricos, sociales y políticos que unen a Hitler con los prisioneros de los campos de exterminio en un efectismo que linda con el insulto a los funcionamientos de la memoria. El Führer sería el autor de eso que vemos. No hay fotógrafo, no hay nombres, no hay “nada de arte”. ¿Qué es lo que hay, entonces? La idea de la publicidad del Museo del Holocausto, lejos de recuperar y respetar, informar y esclarecer, o, al menos, tematizar los problemas de un museo semejante, opta lisa y llanamente por la imbecilidad rápida del marketing. Su propuesta, desde los usos publicitarios actuales, temo decirlo, es la peor posible y borra de una manera tan ensordecedora la complejidad de lo que publicita que me llama la atención no haber encontrado en ninguna parte del periodismo o la web ni siquiera un señalamiento o una ironía. Quizás existe y se me pasó. Una mención en un blog, o una carta de lectores indignada con razón, no alcanzan, sin embarrgo, para remarcar el terrible desacierto de la campaña. La página del Museo no contiene la publicidad ni información al respecto. Es más, austero y poco sofisticado en su diseño, resuelve mejor la manera de comunicar.

Qué hacer con el equívoco

Esa imagen, no la arquetípica imagen de Auschwitz, si no la arquetípica imagen de Auschwitz presentada con el recurso publicitario del ingenio rápido, me acompañó durante toda la lectura del libro. No se trata de indignarse y condenarla sin más. O quizás sí. Argumentos no faltan, pero eso sería fácil. Más interesante resulta descubrir que la serie de equívocos continúa y genera estos efectos. ¿Qué lectura del Holocausto puede llegar a provocar que Hitler aparezca tomando una foto de un campo de exterminio? En algunas de las intervenciones de En torno a lo límites de la representación aparece la preocupación por el uso kischt del nazismo en “películas de baja calidad y novelas baratas”. Puedo decir que cualquier novela, por más barata que sea, y cualquier película, por más baja que sea su calidad, va a dar una lectura más compleja que esta publicidad. ¿Nos da una idea acabada de cómo se tratan esos temas en esta parte del mundo? No creo que sea eso. ¿Podemos responsabilizar abiertamente a la empresa FWK, que no duda en incluir al Museo del Holocausto entre sus clientes al lado de Jorgito y Suprabond? La verdad es que no lo sé. Pero en algún momento, sin duda, se extravió el sentido. Responsabilidad del historiador es encarar estos equívocos o al menos señalarlos como tales.

{moscomment}