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Por Juan Terranova. Lunes. Mi familia nunca tuvo nada que ver con la izquierda. Mis abuelos eran unos italianos melancólicos y taciturnos como solo pueden serlo los calabreses de las montañas. Perón los había traído a la Argentina después de la guerra, en un barco que se llamaba Buenos Aires, y ellos fueron peronistas sin más, trabajadores agradecidos que escapaban, por fin, del hambre y las privaciones. (“Con lo que tira una familia argentina viven dos familias europeas” decía Perón. Dios lo bendiga.) Así que mis primeros contactos con el marxismo se dieron en los apuntes del CBC. Ya conocía a Freud, por mi madre, y a Mies van der Rohe, por mi padre. Y antes de esos apuntes, había repasado a conciencia la biblioteca familiar que era incompleta y ecléctica, pero digna, curiosa y producto de un humanismo noble. (Una vez mi viejo me contó que unos meses antes de que yo naciera había llevado libros a Ramos Mejía y los había quemado en un tambor de doscientos litros. El inventario no iba más allá de Las venas abiertas de América Latina o algún otro bestseller progre de la época. Nada de Marx ni de Lenin. Como mucho algunos textos escogidos de Mao. El pirómano ocasional tampoco era un especialista porque Freud y Lacan de Althusser, por ejemplo, se salvó del fuego.)

 

Pablo Valle una vez contó que al CBC le decían Curso de Bolcheviquización Contínua. Me acuerdo que en la materia sociología, cátedra Balán, enseñaba María Pía López, y ahí nos daban un texto muy transitado sobre historia y vida cotidiana de Agnes Heller. Simplemente me resultaba gracioso de lo alucinado que era. Después, ya habiendo leído “El fetichismo de la mercancía y su secreto” y El 18 Brumario llegué a la nada inédita conclusión de que Marx era un excelente escritor pero un pésimo pensador político. Para esa época una amiga economista, Verónica Roberts, me lo confirmó: ahí no había praxis. La discusión se puede alargar por toda la eternidad –hay gente que hace su vida académica de esa manera– pero hoy sigo pensando que es así. Ayer, más de veinte años después de esas primeras lecturas, a pocas cuadras de donde hice toda mi carrera universitaria, me paré para sacarle fotos a un supermercado que brillaba en la noche de Caballito. Esa luz sensual, fría, irónica, me generó empatía.

Martes. Leo una lista titulada Aviones Argentinos Perdidos (en la zona de Malvinas entre el 01 de Mayo y el 14 de Junio de 1982).

Martes, más tarde. A la mañana, infinidad insoportable de trámites y esperas. Bancos, dependencias públicas, y yo con El absoluto literario abierto en una parte donde Schlegel se pone especialmente monótono. Una verdadera experiencia negativa. Más tarde en casa, Mavrakis me manda un fragmento de la biografía que Roudinesco hizo de Freud. La cita es parte de una carta de Freud. “Cuando vuelva te besaré hasta hacerte enrojecer toda. (…) Y si te muestras indócil verás quién es el más fuerte de los dos: la dulce muchachita que no come lo suficiente o el fogoso hombretón que tiene cocaína en el cuerpo.” Mavrakis me cuenta que lee esa biografía para cruzarla con la “biografía negra” que le hizo Michel Onfray. Yo le digo que para mí Von Fleischl fue el que descubrió el inconsciente y Freud lo mató con una sobre dosis para robarle la idea. Michel Onfray me parece un idiota.

Miércoles. Ayer y hoy, de muy mal humor. Hay unos obreros de casco rompiendo la calle para ampliar el tendido eléctrico. Un fastidio. Sin embargo estuve revisando la biblioteca y encontré una edición del Enrique de Ofterdingen que pensaba que había perdido.

Jueves. Leo en un diccionario digital de psicoanálisis la entrada de Marxow Ernst von Fleischl. La copio completa: “Brillante fisiólogo de la generación de Sigmund Freud, fue asistente de Ernst von Brücke en Viena. En el curso de un experimento, se hirió en la mano de modo cruento, y hubo que amputarle varios dedos. Comenzó entonces a sufrir dolores insoportables en los muñones, lo cual lo llevó a utilizar morfina y convertirse en adicto. Con la intención de curarlo de su toxicomanía, Freud lo trató con cocaína, persuadido de que esta droga le permitiría superarla. Pero de tal modo Fleischl se volvió cocainómano. Murió a los 44 años, asistido por su gran amigo Sigmund.”

Viernes. Soñé que iba a un bar con una revista sobre la guerra de Malvinas. Pedía un whisky y lo que me daban era excelente. El mejor whisky que había tomado en mi vida. La revista de Malvinas tenía fotos que no conocía, fotos de armas, de tanques, de camiones militares, de hermosas baterías antiaéreas. Cuando pedía la cuenta me decían que el whisky que me habían servido costaba cuatrocientos setenta pesos. Me rebelaba y pagaba doscientos. Apenas le daba el dinero al barman, que lo aceptaba resignado, me desperté.