billa evans

Por Juan Terranova. Lunes. No soy especialmente fan de Bill Evans, pero Sunday at the Village Vanguard me gusta y lo escucho con placer. Me gusta su título también. Todos los sundays deberíamos pasarlos en la Ciudad Vanguardia. Bueno, quizás no todos pero seguro que sí algunos. Toca con Scott LaFaro y con Paul Motian ahí y eso también suma.

 

Lunes, más tarde. Putin dijo hoy en la ONU que cuando suenan la música de la fuerza los derechos humanos no le importan a nadie.

Martes. Fui al museo de Xul Solar, que supo ser su casa. Un excelente fondo y muy bien expuesto. Desde obra temprana, con motivos cristianos y piadoso, hasta obra del final de su vida, de la década del 60. Se ven los cambios, la búsqueda, la ligera evolución hacia el Xul Solar que conocemos y luego un desprendimiento de esos motivos. Están también el piano y el órgano, famosos, que intervino con teclas de colores y el no menos conocido panajedrez. Hay unas cartas de tarot y una maqueta con una casa laberinto. El museo mismo sigue esas ideas. El barrio seguramente era diferente cuando vivía ahí Xul. Sin embargo, sigue siendo un barrio, céntrico, pero barrio al fin. Mi viejo me dijo que una vez lo vio. Que tenía dudas y le preguntó si era él. Y Xul le dijo que sí, que él era Xul Solar, que de eso estaba seguro. O quizás fue un invento de mi viejo. Oscar Agustín Alejandro Schulz Solari. Un poco italiano, un poco alemán, argentino.

Miércoles. Pongo Sunday at the Village Vanguard en Facebook con algunas reservas y me preguntan por qué digo que no soy fan de Evans. Respondo sin estar seguro: “Se vuelve monótono a veces, previsible, sobre todo en lo rítmico, un poco meloso también. No termina de tener ideas que realmente me impacten, siempre termina tocando dentro de armonías que hoy nos suenan a música sabida. Y sí, por momentos suena a música de librería. Finalmente era blanco. Pero este disco, cada tanto me gusta. Me gusta el ánimo casi pop que tiene.” Después vuelvo a Prokofiev y me doy cuenta de que Prokofiev es música compleja y para cualquier momento del día y Evans es música nocturna. Sironi me ordena que escuche a Evans y sutilmente me recomienda que deje de escribir boludeces.

Miércoles, más tarde. Con Xul todavía en la cabeza –hay algo de vanguardia española inteligente en sus cuadros–, pienso que la generación del 37 debería haber sido más respetuosa con España. Quizás en ese momento tenían las cosas malas demasiado cerca y las buenas, demasiado lejos. Y Francia comenzaba un momento de auge y entonces todo se enturbiaba. Digo esto pensando en el Siglo de Oro.

Miércoles, media noche. Cansado, me pongo a revisar a Larra. Ya está todo ahí. Escucho también los pensamientos de Prokofiev, escritos en 1935, marcados como su opus 62. Graves, taciturnos, disonantes, sensuales.

Jueves. La literatura universal como el extenso, casi infinito, libro de quejas de Dios. 

Él lo lee, supongo, con el mismo desagrado con el que nosotros escribimos y denunciamos en un hotel o en una dependencia pública que nos maltrataron porque no funcionaban los mecanismos del confort y la eficiencia. Más tarde, leyendo Wikipedia me entero que Víctor Frankenstein es napolitano. Ahora entiendo muchas cosas.

Jueves, más tarde. Lo Presti me escribe diciéndome que acaba de ver una foto de un escritor universitario de pasada y que con eso le alcanzó para aburrirse. “Pasé por la foto y me aburrí” escribe. Le señalo que ese escritor universitario encima está cada vez más parecido a una vieja lesbiana. No tuvo edad adulta. Pasó de ser un joven escritor universitario a ser un viejo. Y se tendría que cortar el pelo con urgencia. Creo que el problema que tiene es que fuera del aula envejece a razón de cinco años por uno de la sociedad civil. El aire exterior le resulta tóxico, lo deteriora. Flavio me dice que falta humor en la literatura argentina. Agrega: “hay pero en escritores que no sostienen. Mi hipótesis es que no hay plata.” Le respondo que es posible pero que también es verdad que si sos serio (y chupamedias, o sea no sos irónico) tenés más chances de ganarte la vida dentro de los espacios que existen. Como el pulmotor de la Academia que limita y erosiona al escritor universitario, hasta físicamente, pero lo mantiene vivo, le da una razón para vivir.

Viernes. Me confirman que voy a poder dar un seminario muy breve de seis clases en la Facultad de Filosofía y Letras. Así que vuelvo a ser docente ahí después de casi quince años. Preparé un programa con autores del Bicentenario. ¿Me volveré un escritor universitario con cara de viejo? Un alumno de los lunes me pasa el fragmento de El crepúsculo de los ídolos donde Nietzsche examina a Sainte-Beuve. Es buena prosa y muchos de sus ataques son precisos pero en lo que Nietzsche a veces ve nulidad o desperdicio es innegable que hay una potencia. Lo intuye, intuye esa fuerza, pero su misma intuición lo desagrada.

Sábado. Lecturas apelmazadas en un diario lleno de fragmentos. Mezcla de lecturas y de intereses efímeros, sin conexión. Miradas impresionistas sin un concepto atrás. Y sin embargo, la conciencia de este breve pantano no atenúa el placer de escribirlo y darle forma. Todos queremos un domingo en Ciudad Vanguardia pero no estoy tan seguro que se puedan hacer largos picnics ahí. Cuando uno se descuida, se va el último tren y tiene que pasar la noche a la intemperie.