armas

Por Juan Terranova. Lunes 21 de septiembre. Cumple años Stephen King y Buenos Aires le regaló un día de primavera muy de su estilo, gris y ventoso. Ahora escucho el primer movimiento de un temprano cuarteto de cuerdas y piano que Mahler nunca completo. La pompa ideal para este clima. Nicht zu schnell.

 

Lunes, más tarde. Mavrakis en la clase de hoy insistió mucho con la idea de que se puede leer también lo que los escritores no escriben, aquello que falta, lo que no se dice, lo que no registran. Me pareció inteligente esa insistencia.

Martes. Descubro unas obras de Bartok que nunca había escuchado y me entusiasmo. El track de YouTube se llama Four Dirges Opus 9a. Escuchar ese vacío y esas disonancias amables me relaja y me entusiasma al mismo tiempo. Es música que entiendo. Leo la descripción recién después de escuchar varias veces las piezas y al parecer Bartok se basó “on material Bartok collected in Romania.”

Miércoles. Ayer martes tuve que hacer tiempo por el centro y fui al Museo de Armas de la Nación. Había ido al Banco Nación de la Avenida Alvear y tenía un rato antes de entrar a dar una clase. Caminando llegué a Plaza San Martín. Parece un museo pequeño pero en realidad no es tan pequeño. La entrada en un ochava frente a la plaza se alarga en salas de muchas formas, todas en planta baja. El patrimonio que exhibe, polvoriento y muchas veces con curadoría dudosa, es magnético. La historia, creo, se aprende ahí, entre esa media luz de esas vitrinas descuidadas, viendo máquinas de muerte antiguas y modernas. Un cartel rudimentario informaba “En estas salas descansan las armas que forjaron la patria.” En una vitrina, en el último salón, había fierros italianos porque Italia también es patria. Saqué muchas fotos hermosas, de baja calidad, con el teléfono. Algunas salieron llenas de fantasmas sensuales.

Miércoles, más tarde. Miro hermosas fotos de rinocerontes en el día del rinoceronte.

Jueves. Una nota en un portal de noticias falsas que se llama actualidadpanamericana.com. Titular: “Neonazis colombianos fueron golpeados brutalmemente por neonazis alemanes.” Y la nota empieza así: “Cinco colombianos pertenecientes al grupo neonazi Tercera Juerza, que viajó a Alemania para apoyar la marchas de grupos de ultraderecha que protestan contra el éxodo sirio, fueron golpeados brutalmente al ser confundidos con refugiados sirios.” Hoy el periodismo web le roba las ideas a Vonnegut y a Tibor Fisher.

Jueves, más tarde. Dan Los cazafanstasma en TCM. Me acuerdo cuando la vi en estreno con mis padres y mi hermano hace más de treinta años. Bill Murray a lo largo de toda la película: no se asusta con nada y lo ironiza todo. Una ética.

Viernes. Leo el relato “Viaje a la semilla” de Carpentier. Me parece horrible. La historia de un militar latinoamericano contada desde su muerte a su nacimiento. O sea, para atrás. ¿Alguna otra gracia? Ninguna. Un ejemplo contundente de que contar no se puede resumir a una técnica o a un mecanismo. Debe haber algo más, una apelación sentimental, algo que nos toque de alguna manera. También es verdad que Carpentier despliega acá un estilo muy viejo, aunque escrito en la década del 50, el cuento parece mucho más viejo. Aunque quizás su antigüedad de fecha o de estilo no tenga mucho que ver y al final el tema sea su anacronismo.

Viernes, más tarde. Esperar que ocurra algo que nunca ocurre puede ser “mentally painful.” Lo leí en Twitter. Ayer tiré los libros que estoy leyendo en la cama. Me acordé del molino extractor de Hegel. Pensé en un extractor de cocina, de esos que se usaban en la década del ochenta en las casas para aspirar los olores de las cocinas que tenían mala ventilación.

Sábado. Una serie de poemas de Borges, muy breves, titulados Quince monedas y dedicados a Alicia Jurado. Hay uno titulado Un poeta menor, que tiene apenas dos versos: “La meta es el olvido./ Yo he llegado antes.” Ningún otro poema, monstruoso o animal, me enseñó tanto como esos dos versos. La idea se completa con otros dos poemas, A un poeta menor de la antología y A un poeta menor de 1899. Pero en esos dos versos de esas “quince monedas” está toda la resignación que uno necesita para escribir y, desde luego, también para dejar de escribir.