Por Juan Terranova. Lunes. En el documental de Zizek hay una secuencia muy simple pero donde se dice algo que me importa: “El punto es evitar la trampa de la oposición estandart del liberalismo: Libertad versus totalitarismo o disciplina y entonces rehabilitás las nociones de disciplina, orden colectivo, subordinación, sacrificio y todo eso.” Mientras pienso en eso encuentro Persecución de las musas menores de Wilcock. 350 pesos en Mercado libre. Me parece caro pero no tan caro. Dudo. Doy unas vueltas. Entro en Facebook, salgo de Facebook. Finalmente lo compro.
Martes. Dormí hasta tarde y estoy tan deliciosamente aturdido que se me ocurre que se podría regrabar Kamikaze entero en clave punk experimental. “Basta de pensar/ alguien llora allí” es una combinación impactante. “Se cayó del alerce” ya desbarranca. Pero el verso final, “Que todo sea como vos quieras”, es the ultimate verso irónico argentino. Más tarde sigo escuchando lo que hay de Richter disponible en la web. Es bastante y todo suena muy bien y me motiva.
Martes, más tarde. Sigo en YouTube. “Yo me río de los otros y otros se ríen de mí” cantaba Villoldo. ¿Es un tango?Auizás sea más como una canción-candombe. Se llama El negro alegre. La grabación aparece fechada a principios del siglo XX. Pero es muy actual. La risa de Villoldo suena contemporánea. Después escucho a Troilo, que tenía más swing que Charlie Parker.
Miércoles, más tarde. Wikipedia, sobre Malvina Vernet y Saénz: “Hay numerosas publicaciones que sostienen que Malvina fue la única argentina presente el 14 de abril de 1865 en el teatro Ford de Washington DC, cuando Abraham Lincoln fue asesinado.” Fui al museo corriendo con ese dato y ya lo conocían.
Miércoles, medianoche. Vanoli me dice que leer te lleva a la guerra. Es una frase tan precisa que lastima. No avanzo con Hegel ni con Bloy. Leo otras cosas. No sé qué.
Jueves. Nada más melancólico que recordar a Napoleón en Santa Helena.
Jueves, más tarde. Paso a buscar el libro de Wilcock por una librería de Congreso. El libro tiene setenta años. La encuadernación apenas un poco menos. Leo los primeros sonetos en un bar de la zona. A veces las rimas son empalagosas, también clásicas. Y sin embargo, disfruto la experiencia de lectura. ¿Por qué? Porque es Wilcock. Por el título del libro. Por la obra en prosa posterior de Wilcock. Por el libro en sí, fechado en 1945, publicado con una escenografía porteña de fondo que me gusta imaginar.
Jueves, medianoche. En un tuit anónimo encuentro una relectura: “Mirrors are placed near elevators as a psychological trick to make wait seem more tolerable. People like to look at themselves.”
Viernes. Una nota vieja de Crónica. Había guardado el link. El titular: “Nena discapacitada abandonada comía su propia materia fecal.” En el cuerpo de la nota: “La mujer, que ya había sido denunciada por abandono de sus hijos hacía dos años, suele hacer viajes y dejar solos a los menores. Esta última vez, para ir a Buenos Aires al cumpleaños de un familiar. De acuerdo a una publicación de El Liberal, los menores se quedaron solos en la precaria vivienda y se alimentaron de engrudo. La mayor, la nena discapacitada, llegó a comer su propia material fecal.” Luego, me animo a decir que hay algo anal en escribir y en festejar lo que se escribe. Anal al nivel de esta pobre desgraciada. Las redes sociales no son ajenas al tema. Después encuentro una viñeta francesa donde los bibliófilas son descriptos como ratas de biblioteca. Pero como ratas-ratas. De las que se comen los libros. Ratas dibujadas de manera realista. No un simpático Mickey Mouse. Hay un doble mensaje ahí.