haydn

Por Juan Terranova. Lunes. Escuchando a Haydn, el cuarteto de cuerdas en re menor, Op.76, No.2, llamado “Quinten.” ¿Por qué? ¿Porque es lunes feriado? Un 25 de mayo con sol al que finalmente le llegó la visita del invierno. La calle está vacía. El señor Haydn, con esa alegría seria, con esa mueca y esa peluca, sin estridencias y con el ritmo justo. Podría escribir o decir en voz alta: “Pase, señor Haydn, usted siempre es bienvenido." ¿Por qué no escucharlo? ¿Porque conmemoramos una revolución? Todos queremos una revolución, aunque sea por una mera cuestión de curiosidad. No sé qué música escuchaban en sus tertulias los hombres de mayo. ¿Ya habían empezado a ser románticos? ¿O todavía vibraban con los ecos adustos del clasicismo? No, América solo da clasicismo cuando se queda sin ideas, cuando es un poco menos América. Por otra parte, ¿cómo no hacerle una revolución a ese señorito castellano?

Las provincias del sur. Más al sur. Más. Más. Ya casi. Si llegás a la Antártida te pasaste pero no por mucho. Así las cosas, ¿cómo no ser revolucionarios? ¿Cómo dejar de soñar con máquinas y valles, y montañas y leyendas, y futuro y libertad? En esta joven nación, solo podemos escuchar a Haydn con un dejo de ironía que al viejo compositor, creo, no le hubiera disgustado. Murió en 1809, justo un año antes. No le llegó la noticia de nuestra independencia. Quizás haya sido mejor así.

Lunes, más tarde. Leo un poema de Tomas Tranströmer sobre Haydn. El lo lee en alemán en un corto que encuentro en YouTube mientras toca el piano. Se titula “Allegro.”

Toco a Haydn después de un día negro

y siento un sencillo calor en las manos.
Las teclas están listas. Los macillos golpean.
Su resonancia es verde, animada y tranquila.
El sonido dice que la libertad existe
y que alguien no le paga impuestos al César.
Meto las manos en los bolsillos como Haydn,

imito al que observa el mundo.
Izo la bandera de Haydn, la que dice:
“No nos rendimos. Pero anhelamos la paz.”
La música es una casa de vidrio en la colina
donde las piedras vuelan, donde ruedan.
Y las piedras ruedan directo hacia la casa
y no obstante los vidrios permanecen intactos.

Tranströmer tocó el piano durante toda su vida. Se dice que después de quedar hemipléjico tocaba con su mano izquierda. Tomas Gösta Tranströmer. Fue a buscar el Nobel, dijo su nombre y se lo dieron.

Martes. Escribo con placer aunque sin ideas sobre Oistrakh. Después veo Richter, un enigma, de Monsaingeon. Ahí Richter cuenta que el pianista Maximilian Schmithof le escribió a Prokofiev: “Serioja, tengo una notica para vos: me acabo de pegar un tiro.” También que para que tocara en las exequias de Stalin lo mandaron en un avión lleno de coronas fúnebres desde Tbilisi a Moscú. El pianista viajó solo desde Georgia hasta la capital rodeado de flores mortuorias.

Miércoles. Leo en la web este titular: “Conmovedor encuentro entre un hombre con trasplante de rostro y la hermana de su donante.” La historia dice que en 2012, el hombre fue sometido a un trasplante total de rostro. La operación duró 36 horas y demandó el trabajo de 150 médicos.

Jueves. Soñé que dirigía una obra en un teatro y ayudaba a los actores con el vestuario.

Viernes. Cuando Internet empiece a pedir sacrificios humanos esto se va a poner bueno.

Viernes, más tarde. Releyendo a Wilcock para escribir un artículo. En todo su humor ácido y su violencia soterrada hay algo íntimo. Un tipo que pide que lo dejen leer y hacer sus delicadas mugres intelectuales sin molestarlo. Ya lo sabemos: “No nos rendimos. Pero anhelamos la paz.”