Por Juan Terranova. Domingo. El viernes pasado, primero de mayo, estuve en la feria del libro presentado La piel con Garcés. Unamuno y Riera presentaron sus libros. Me hubiera gustado contar más chistes.
Domingo, a la noche. Saco Vidas de muertos de Anzoátegui de la biblioteca. Lo releo. Llegó el otoño. Hace frío. Carlos Godoy me escribe mensajes donde dice que quiere matar a todo el mundo.
Domingo a la medianoche. El que sabe odiar siempre trabaja con una sonrisa.
Lunes. Sigo sin Internet.
Lunes, más tarde. Soy libre. Pero la libertad no me gusta.
Lunes, medianoche. Avanzo con la lectura de Hegel. Tomo notas. “Proud, violent, testy magistrates -alias fools- as any in Rome” escribía Shakespeare.
Martes. En un largo y tedioso viaje en colectivo re leo con placer y admiración Vidas de muertos de Anzoátegui. Me gusta cuando dice que Sarmiento se habría paso a cabezazos.
Miércoles. Después de dar la clase de los miércoles en el CEC, volvemos con Mavrakis caminando por Plaza Francia primero y después bordeando el Cementerio de la Recoleta. Me gusta el juego de los hermanos Schlegel, o más bien del Novalis duplicado. Hoy deberían instalarme Internet.
Miércoles, más tarde. Vuelvo a tener Internet. Lo primero que hago una lista de los compositores que no me interesan. Es una lista difícil. Rachmaninov, Chopin, Schumann. Darius Milhaud. John Cage. Y no, no puedo con Brahms. Le tengo idea ya. Después escucho las cosas del joven Wagner para piano. En YouTube le comentan "Bombastic, preposterous and overbearing even as a young man." Oh, Richard. Si ellos supieran...
Miércoles, medianoche. Ya de vuelta en el planeta Tierra. El regreso a las redes sociales me suena en alemán. Para ella, Das Unbehagen in der Kultur. Para él, Der Untergang des Abendlandes. Más tarde leo una frase, suelta, de Günter Grass: “La doble runa en el cuello del uniforme no me repugnaba." También encuentro la tapa de Juanito y los clonosaurios, la novela nacionalista que quería escribir el profesor Skinner cuando se quedó sin trabajo. El punto de partida es la portada de Jurassic Park, la novela de Crichton. No es una ambición rara, esa. Ni rara ni inusual. Sin trabajo, el profesional sueña con dedicarse a escribir una novela imaginaria, plagiada sin querer, que tiene muy pensada, mil veces vista, y desde luego, nunca hacerlo. Hay verdad en los clonosaurios.
Jueves. Alberto Hidalgo escribe en su Diario de mi sentimiento: “He sido, soy siempre, ante todo y sobre todo, un escritor beligerante. Me pasó la vida preguntando contra qué o contra quién se puede escribir, pues entiendo esa manera como la más adecuada para escribir a favor de alguien o de algo. Esta mi beligerancia, de la que no quisiera desposeerme nunca, da un tono especial a mi producción, levantando mis adjetivos como aristas incómodas para cierta gente. Pero ese es el riesgo de la verdad. Y yo seré siempre un hombre que dice la verdad por lo menos la verdad que, yo, creo verdad.”
Jueves, más tarde. Leo que las cárceles brasileñas reducen la sentencia a sus prisioneros por cuatro días por cada libro que leen. Tienen que escribir un “reporte.” La reducción se limita a cuarenta y ocho días por año. Si no fuera así, ¿se podría leer hasta la libertad? Leer cuarenta y ocho libros implica una buena cantidad de tiempo y esfuerzo. ¿Quién califica los reportes? ¿Quién dice, comprueba y firma si el reo leyó o no los libros que dice haber leído? ¿Las cárceles en Brasil contratan profesores o es una sistema centralizado con exámenes que viajan de todas las cárceles de Brasil a un solo lugar donde se los evalúa? En esos lugares podría cambiar informes por cigarrillos y seguridad. Saber leer y escribir lecturas tendría un valor de cambio importante en ese contexto. Raro consuelo del hombre de letras, y raro también es el juego con la libertad.
Viernes. Mariano me cita el Médico a palos de Molière para hablarme de un gaffe de Twitter. Shakespeare parece pedir más espacio, ser más grande, más expansivo en su síntesis. Demasiadas emociones, quizás. Pero qué bien que le cuadra Molière a las redes sociales. El pequeño Poquelín, el teatro simple de la hipocresía, la falsificación, la denuncia risueña de la impostura porque finalmente todos somos Don Juan, Tartufo, el misántropo que quiere escapar, que anuncia que va a escapar, y que vulgarmente no escapa, nunca.