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Por Juan Terranova. Lunes. Garcés me recomienda dos libros. Allá abajo, una novela de Huysmans, y El antiguo régimen y la revolución de Tocqueville. Descargo los dos pero sigo leyendo el de Tocqueville recorriendo el desierto americano. Es muy breve y preciso. La capacidad de la mirada europea por salirse de los que ya son los mitos de América, como la naturaleza y los indios, me resulta muy afin. La prosa, por otra parte, es actual y ágil.

 

Martes. Mavrakis me manda un fragmento de Boris Gorys. “Es interesante cómo internet funciona en nuestra cultura, en nuestra sociedad, como un espejo. Nuestra relación con internet es narcisista. Esto se debe a que cada vez que nos dirigimos a internet, internet nos responde y podemos escuchar nuestra propia voz en esa respuesta.”

Bien, lo tomo pero eso no es nuevo. El gesto lo inauguró a medias Novalis cuando se paraba a sufrir adelante de la tumba de su novia muerta, con la que nunca había tenido más relación que una breve caminata neurótica, y suspiraba, diciendo “oh, qué poemitas voy a escribir con esto.” Todo parte de esa intrínseca construcción individual moderna que ya es lo humano que conocemos. Y hoy, bien leídos, esos “fragmentos” que los poetas publicaba el Atheneum eran todos tuits. Debería volver a El espejo y la lámpara. Intuyo que ahí debe haber una inmejorable descripción de las redes sociales.

Miércoles. Camino por Callao hacia el CEC a dar mi clase sobre Arlt y las aguafuertes. No estoy teniendo un buen día. En la librería que trae libros de España veo La fenomenología del espíritu. Una edición nueva, tapa dura, bilingüe, con un rinoceronte en la tapa. Era cara pero la compré igual. Di mi clase. Volví en el 92 hojeando el tomo, feliz, tonto, leyendo frases sueltas en alemán, cansado del día, pensando que eso, ¿qué más si no?, era el conocimiento.

Miércoles, medianoche. Cristino me manda una fotografía de un cuadro. El epígrafe dice “Max Beckmann (1884-1950) Young Argentine, or Portrait of an Argentinian, 1929” Me pregunta quién será. Güiraldes murió un año antes. Aunque “young argentine” simplemente puede ser cualquiera. Al final le devuelvo el famoso párrafo de Viaje al fondo de la noche: “Militares del ejército de tierra se la disputaban a brazo partido, aviadores también y con mayor facilidad aún, pero la palma seductora se la llevaban sin duda los argentinos. El comercio de carne congelada de éstos alcanzaba, gracias a la pululación de nuevos contingentes, las proporciones de una fuerza de la naturaleza. La pequeña Musyne aprovechó aquella época mercantil. Hizo bien, los argentinos ya no existen.”

Jueves. No tenemos siglo XVIII, o más bien, lo tenemos poco visible, solapado, ocultado por la historia. La literatura de mayo, esos cielitos revolucionarios, son muy difíciles de leer y de asimilar, pero la épica de las armas ayudó como biombo literario. Está Lavardén, sí, que enseguida Viñas dice que no funciona. Ese Paraná con ninfas, con cocodrilos enjoyados dignos de un bazar del Once... Por contraste lo que siguió fue puro nervio. El 37, Echeverría, Sarmiento. Y el siglo XX lo tenemos bien estudiado. ¿Cómo va a ser el siglo XXI? ¿Mis libros van a entrar ahí? ¿Voy a ser un autor de la primera mitad del siglo XXI?

Pensarme en esas periodizaciones no me gusta pero lo hago, caigo en ese morbo. Temo, un poco, con demasiada amargura para mi vitalidad, ser un Pitigrilli, quedar tirado en la bruma de mi generación. El escritor profuso que ya no importa mucho. El folletinista pretencioso. El fragmentario, el polígrafo, el que frecuentaba todos los géneros a medias. Y hacia eso voy. Una novela más, una novela menos. Una novela buena, una novela mala. Alguien recuerda algo en algún lugar. Un título que queda, como Cocaína de Pitigrilli. No sé si me importa mucho, pero me da curiosidad. Creo que mis novelas se van a olvidar muy rápido. Quizás mis lecturas críticas valgan un poco más. El literato que, desconcentrado, arrasado por su desorden interno, no comunica bien. Sí, es eso: muchos géneros apilados que ofrecen un puzzle que no se comprende. Puede ser sensual pero... De todos modos, el olvido es una garantía. Bueno, vanidad y banalidad. Imperdonable.

Viernes. La mujer narcisista y despechada que se entrega al feminismo, o mejor dicho a los restos del feminismo, para tratar de encontrarle sentido a su ingenuidad. También: qué fatuidad. Llevo esta idea a Facebook. Tiene adhesión, salvo por una vieja que se queja y me manda a “estudiar el feminismo.” Qué feminismo ni qué ocho cuartos, qué se va a estudiar ahí, ¡por favor! En qué juego de espejos y barbarie hemos caído con esto del feminismo y las redes sociales. Releo El arte de injuriar de Borges para sanearme. Corto y pego otra frase de Viaje al fondo de la noche: “Musyne acabó volviendo a nuestro hogar, por llamarlo de algún modo, sólo una vez a la semana. Acompañaba cada vez con mayor frecuencia a las cantantes a casa de los argentinos. Habría podido tocar y ganarse la vida en los cines, donde me habría resultado mucho más fácil ir a buscarla, pero los argentinos eran alegres y generosos, mientras que los cines eran tristes y pagaban poco. Esas preferencias son la vida misma.”