Por Juan Terranova. Lunes. Hace 700 años, durante la navidad del 1314, Dante daba a conocer los primeros cantos del Infierno.
Martes. Gabriela Adamo me manda una salutación por las fiestas. Es una tarjeta electrónica que reproduce una cita de un tal Nicolás Schuff que dice: “Gracias a los libros, a la lectura, empecé a pensar. Me refiero a pensar por mi cuenta, a dialogar conmigo mismo, a hacerme preguntas, a reflexionar. La lectura me lleva lejos de mí para devolverme a mí mismo un poco extrañado, como cuando volvemos a casa después de un viaje largo.” Después seguían los saludos de la fundación FILBA y la educada alegría habitual: “Fundación FILBA agradece a todos los que hicieron posible...” Largo etcétera. No me pude contener y le respondí: “A mí los libros y la lectura me hundieron en la pobreza y en la neurosis obsesiva. Feliz navidad y que tengas un excelente 2015, Gabriela. Juan.”
Martes, más tarde. El domingo cumplo treinta y nueve años y en seguida paso al año en que voy a cumplir cuarenta. Volver de un viaje demasiado largo. Volver extrañado. No volver nunca.
Miércoles. Eso que llamamos “Literatura” ¿no tiene los contornos de un vertedero? Aunque quizás eso que veo y que percibo sea el descarte del mundo del libro y la “literatura” aparezca confeccionando una enorme pala mecánica, una prensa que sujeta y transforma y recupera la basura en algo un poco más útil y noble. Aunque hablar de “utilidad” siempre es complejo.
Miércoles, más tarde. Hoy es navidad. Para festejarlo busco Papá Noeles robot en la web. Hay muchos. El mejor, uno que apareció en Futurama. Malo y con una ametralladora.
Jueves. Para Navidad me regalaron un par de libros de Sade que no tenía y el primer tomo, usado, bello como solo los libros usados pueden serlo, de la biografía que le dedicó Jean-Jaques Pauvert. Por la tarde vimos F for Fake, que yo no había visto y que realmente me impresionó, sobre todo la primera parte. (Aunque coincidimos en que la segunda es muy virtuosa.) Para mí Orson Welles siempre va a ser Falstaff porque me imagino a Falsatf con su cara.
Jueves, más tarde. Titular de Clarín: “Hubo al menos 67 heridos por pirotecnia y golpes de corchos.” Esa es una nota que no falla. Siempre ahí, siempre con la misma sonrisa atrevida. Escucho con atención La casa caliente, el segundo disco de Nicolás Chientaroli. El jazz argentino reciente tiene poca presencia en YouTube y en las redes. Y ya sabemos que si es música y no está en YouTube, no existe. (El oído lo va buscando y formando pero existir, no existe.) El primer disco de Chientaroli se llama La música está prohibida.
Jueves, medianoche. Encuentro sin buscarlo una pintura –entiendo que es una pintura– de un hombre azul leyendo un libro, un pequeño libro. Tiene puesto un sombrero del cual cuelga un gancho del cual cuelga una lámpara de aceite. ¿Por qué el hombre es azul? Eso sí me llama la atención. Que esté tan compenetrado leyendo con semejante aparato en la cabeza, mucho menos.
Viernes. Me acordé de una vez en un centro cultural de Villa Crespo... ¿Qué hacía ahí? No lo recuerdo pero sí tengo muy fresco que en ese lugar me interceptó un antiguo compañero de estudios. Me preguntó, inquisidor, si había terminado la carrera. Le dije que sí. Me había recibido. Me dijo que él no, que las clases lo habían hastiado. Le dije que podía comprender eso. Después él comenzó a criticar todo. Ningún autor, ningún artista, nada, nadie lo conmovió, le alcanzaba, lo satisfacía. El tipo por momentos parecía enojado. Como si lo hubiera estafado. Usaba la expresión “nota al pie.” Cortaba lo que yo estaba diciendo y sentenciaba “eso es una nota al pie.” Lo usaba de manera despectiva. Como si las notas al pie no sirvieran para nada, no fueran importantes para nadie. “Y esto que estamos haciendo acá es una nota al pie de...” Esto pasó hace años. Muchos años. Más de diez. Fue un intercambio breve. En ese momento yo cursaba una maestría en la Universidad de San Martín y este tipo se había enterado y quería que le contara –seguramente para decir que no servía– pero yo le respondí que ya volvía y me fui. No sé a dónde. No sé con qué pretexto me escapé. Creo que me acordé porque estoy traduciendo una notas al pie que hizo Octave Uzanne a Sade y me resultan interesantes.
Viernes, más tarde. Hace unos días tengo el primer tomo del Quijote en mi escritorio. Lo necesitaba por un cita. La encontré enseguida y en vez de devolver el libro a su lugar en la biblioteca lo dejé ahí. Me gusta verlo. Es azul, tapas duras. Arriba apoyé tres pedazos de cartón blanco en los que hice algunas todas para un artículo. Es el paisaje no turístico de mi neurosis.