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Por Juan Terranova. Lunes. Sufro complicaciones para escribir. Salió mi libro y entregué uno más para el año que viene. ¿Debería descansar? No lo sé. Siento el cansancio, la fatiga, la rutina. Pienso que es el momento del año. Me hago preguntas: ¿debería detener un poco la estropeada máquina de la obsesión? Y sin embargo, escribir es lo único que quiero y puedo hacer. (Aparte de leer. Quizás debería leer compulsivamente.) El 2014 se me pasó rápido. El 2013 también. Pero el 2014 más aun. Muchos movimientos interiores, trabajando semana a semana diferentes archivos de word. Había hecho un cronograma, muy ajustado, y lo mantuve y respeté y funcionó. Pero toda planificación implica una pérdida. (Aunque no toda pérdida implica una planificación.) Empiezo a fantasear una nueva novela. Armo y desarmo bibliotecas mentales para el 2015. Nuevas lecturas. Nuevos y viejos autores.

 

Martes. Había algo en la luz de la Facultad que me repelía. El recuerdo me llega de golpe. Esos tubos fluorescentes, esa palidez, la piel en esa luz, haciéndose grisácea, cenicienta. Cuando cursaba de noche, y cursé bastante de noche, la luz de las aulas me cambiaba el humor. De alguna forma me agredía, me aplastaba. A veces pensaba en mi futuro de scholar bajo esa luz. No me gustaba la idea. El docente abnegado que es irradiado durante años por esos tubos fluorescentes, y esas sombras de los pasillos, que se escapan. Durante el día no sentía nada parecido, desde luego. Más bien al contrario. Pero dudaba y dudo mucho ahora de que se pueda ser catedrático, jefe de trabajos prácticos o ayudante, y escapar a esa luz.

Miércoles. “El auto-análisis de Freud era una cura por la escritura, y yo creo que por eso ha fallado. Escribir es diferente de hablar. Leer es diferente de entender. Yo no creo en la cura por la escritura.” Jaques Lacan. 24 de noviembre de 1975.

Miércoles, más tarde. Cuando leo algo de Lacan en la web, y es un lectura al pasar, hija de la picaresca y la desconcentración, pienso en la frase de los ochentas: “se fue la cana y llegó Lacan.” Mi madre me contó que se decía en la Facultad de psicología. Se fue la cana y llegó Lacan. Leer es diferente de entender.

Jueves. Las cartas de Joyce a Nora me gustan más, mucho más, que el Ulises.

Jueves, más tarde. ¿Ideas basurosas sobre la imposibilidad de escribir hoy? Para combatir el pesimismo de salón no hay nada mejor que un poco de fascismo.

Jueves, medianoche. Ignorate a vos mismo e insistí en conocer a tu Dios, pedía Coleridge. (Soñé con Coleridge, soñé que traducía su autobiografía, y hacía varias traducciones.) ¿The man of letters como un desterrado que injuria? La melancolía de los malos y los irascibles Dios la comprende.

Viernes. Titular de Clarín: “No entiendo por qué mi perro rottweiler me arrancó un brazo.” En la foto, un hombre grueso y con cara seria, sentado en una cama de hospital. Le falta el brazo izquierdo.

Viernes, más tarde. Encuentro una hermosa pintura de Washington Allston (1779–1843) titulada “The Poor Author and the Rich Bookseller.” ¿Exageración? ¿Confirmación de que así fue y así será siempre? La obra está fechada en 1811. Después leo una carta de Patrick Hitler, sobrino de Adolf, enviada a Roosevelt, el 3 de marzo de 1942, pidiéndole que lo deje pelear en la guerra del lado de los aliados: “En cuanto a mi integridad, señor presidente, solo puedo decir que es una cuestión probada (…) Prófugo de la Gestapo, advertí a Francia a través de la prensa de que Hitler tenía previsto invadirla ese mismo año. De igual modo, puse sobre aviso al pueblo británico por los mismos medios de que la llamada “solución” de Múnich era un mito que traería terribles consecuencias. A mi llegada a Estados Unidos, informé de inmediato a la prensa de que Hitler soltaría su Frankenstein contra la civilización ese año. Aunque nadie prestó la menor atención a lo que decía…” Interesante personaje Patrick. Patrick citando a Frankenstein. Un personaje digno de Vonnegut o Martin Amis. Leo la carta una vez más, pero leer, queda claro, es diferente de entender.