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Por Juan Terranova. Lunes. Para leer mejor, al que hay que suprimir de la historia del siglo XX no es a Hitler, es a Duchamp.

 

Martes. La literatura es un juego. Sobre todo cuando los Estados terroristas matan escritores.

Miércoles. Ayer estuve en una mesa con Daniel Molina y Diego Lerer sobre “el fin de la crítica especializada” organizada por al Revista Sauna. Mi intención era llevar dos ideas, o contra ideas, muy simples. La primera, que el razonamiento que dicta que vivimos en una época excepcional donde todo se termina, todo se corrompe, y hay algo sagrado que se ha desvirtuado inexorablemente, es falso. resulta conocida idea de un ambiente decadente en el que se perdieron los valores nobles y que todo naufraga entre la frivolidad y la pena. Bueno, eso está compuesto de un gesto narcisista que es propio de la modernidad. Parecería ser algo que llega y se instala con la modernidad. Desde el principio de esta era moderna sentimos nosotros, los sujetos modernos, ese frío. Y desde ya el crítico o el artista son los que van contra esto, remontando con pasión los momentos de vértigo hasta lograr un sentido. Se trata de uno de los relatos más conspicuos de la modernidad, la idea del héroe épico volcada en el lector, en el productor, en el autodesignado. Y creo que hasta cierto punto, si se hace con talento, ocupar ese lugar está bien. Pero antes prefiero reponer la particularidades de cada época. Hoy tenemos internet, tenemos una recuperación muy fuerte de la cultura popular y masiva del siglo XX dentro de las culturas de elite. Bien. (Igual las redes sociales se comen todo, es insoportable.) La segunda, esa idea, todavía más ruin, de que la crítica trae pobreza, destruye, cuando en realidad hace circular la información y entonces genera riqueza y sentido. Si un discurso choca contra otro llama la atención, genera deseo, quiebra nuestra indiferencia esencial. Desde luego la información circula sin crítica, sin lectura, pero circula mejor, con más precisión, con menos hipocresía, es más dinámica, fluye mejor si hay crítica. Bien. La mesa fue una larguísima bola de ruido con interrupciones más que participación del público. Como siempre, uno termina cansado. Lo mejor fue Molina diciendo “bueno, esto no se entendió, pero no lo voy a explicar.” Le dijo no al Sisifo de la comunicación. Bien por él.

Miércoles, más tarde. “Me parece un poco extremo.” Todo es extremo, cállese la boca.

Jueves. Titular: “Aprieta por error el botón de las pajas de su brazo mecánico.” Y la nota, nunca la noticia, es un video donde un hombre está enseñando a usar su brazo mecánico, apreta un botón y el brazo hace el gesto, algo violento, de la masturbación. No sé si es fake pero resulta verosímil. ¿No está ahí el estado del periodismo de masas hoy? ¿Qué descripción mejor? Un botón que se aprieta por error, un tullido y la masturbación mecánica. Un poco más atrás, la sospecha de si es fake o no. Bien leído no deja de ser revelador de lo humano. (link)

Viernes. Cristino Bogado me manda vía Facebook: “Por lo que Maxine puede adivinar, el terapeuta de Shawn, Leopoldo, es un psiquiatra lacaniano que se vio obligado a dejar el ejercicio honesto de su profesión en Buenos Aires hace unos años, debido en no poca medida a la injerencia neoliberal en la economía de su país. La hiperinflación con Alfonsín, los despidos masivos de la era MenemCavallo, más la obediente sumisión del régimen al FMI, debieron de parecerle una Ley del Padre lacaniana fuera de control, y, tras aguantar lo que pudo, Leopoldo acabó viendo poco futuro en la ciudad encantada que amaba, así que dejó la práctica de su profesión y su suite de lujo en el barrio de psiquiatras conocido como Villa Freud, y partió hacia Estados Unidos.” Dice que lo sacó de Al límite, el último libro de Thomas Pynchon, editado por Tusquets. Creo que ya hablé de los libros de Tusquets, hermosos porque negros y brillantes como un ataúd. ¿Leopoldo será Germán García? Escucho, melancólico, más de una vez, con inédita atención, la Sonata para Violín en fa menor de Felix Mendelssohn.

Viernes, más tarde. Encuentro una viñeta medieval. El epígrafe dice “The rich man in hell.” Cifrado: “Paris, Bibl. Mazarine, ms. 0870, detail of f. 179. Frère Laurent, La Somme le roi. Paris, 1295.” En la imagen, un tipo desnudo en una olla sostenida por un pie sobre llamas infernales. A los costados, dos demonios avivan el fuego con fuelles manuales. El fondo es rojo. El hombre más rico del infierno tiene puesta una boina color piel. (¿Su propia piel?) Se señala la nariz. No grita, ni se lo ve incómodo. ¿Es irónico que sea el más rico? ¿Goza de una posición de ventaja incluso ahí? Por un momento, al ver la viñeta la primera vez, pensé que estaba leyendo un libro.