ENTRE EL MICROCENTRO Y LA PILETA |
Entuertos del periodismo cultural |
Por: Juan Terranova. Se acaba el verano. Se acaba el olor a cloro en la piel, el viento que trae arena, ver televisión con la malla mojada, los asados que duran hasta las tres de la mañana. Antes, cuando era más joven, los veranos eran cortos, ahora son demasiado cortos. Pensaba estas cosas mientras la semana pasada viajaba a Buenos Aires a pasar un día en el microcentro. Tenía que pagar cuentas, cobrar deudas y encontrarme con un amigo que quería pasarme el manuscrito de su novela, trescientas páginas a simple espacio que cuentan las tribulaciones de un poeta de los años 90 que muere y reencarna en un pato de goma. Ninguna de estas diligencias me motivaba en lo más mínimo. Para colmo en un bar de Av. de Mayo con imprescindible aire acondicionado, mi amigo me dijo con la seriedad de una persona que no se tomó vacaciones: "Fernández está enojado con vos". |
Están enojados
En realidad, lo primero que dijo fue "En ADN están muy enojados con vos".
— ¿Conmigo? ¿Seguro?— respondí.
— Sí, muy enojados.
No habían ni traído el café.
¿Podía estar la redacción del suplemento cultural de La Nación en bloque enojada con un escritorzuelo barrial, que se debate entre el microfascismo y los vicios de la razón? "Si están enojados –pensé– es una de dos. O yo soy mucho más poderoso de lo que creí, o ellos paranoicos hasta el ridículo". Y después enseguida me consolé pensando que Ambrose Bierce decía que un hombre que no tiene enemigos es un hombre que no tiene amigos. Pero Ambrose jugaba con ventaja. Tenía mucho talento.
— No les gusta lo que escribís sobre ellos —agregó mi amigo.
Había usado el tono de voz justo para hablar de una excomunión.
El mozo trajo el café y cortó el melodrama.
De lo general a lo particular
— Bueno, no, la verdad es que me expresé mal —se corrigió mi amigo tomando el café—. El que está enojado es Fernández Díaz.
Jorge Fernández Díaz es el director del suplemento. Le dije que no podía ser cierto. Fernández Díaz escribió libros donde queda claro que comprende el funcionamiento de las relaciones sociales. ¿A un narrador tan observador se le podía pasar que a los jóvenes les toca patalear, disentir en la arrogancia improductiva, y a los no tan jóvenes dirigir los suplementos culturales de los grandes medios? ¿No hace acaso esa revista para miles, para cientos de miles que la aprueban y la compran y se informan con ella? Era desproporcionado que un tipo inteligente y bien ubicado se enojara por un par de críticas. Para colmo mi amigo agregó una frase más. Pero la terminó con una objeción.
— Dicen que está muy resentido contra los escritores jóvenes, pero a mí no me consta.
Fanfarrias. Y sin embargo era posible. Los periodistas siempre quieren amar y ser amados. Y sobre todo ser amados. Por todos. A diferencia de los críticos literarios, que se hacen odiar con una facilidad increíblemente gratuita –lo sé por experiencia propia–, los periodistas existen para ser reconocidos y amados por todos. Saben del favor de las masas, y para ellas escriben. Al mismo tiempo, es imposible escribir para todos. Nadie puede hacerlo. Los libros son como una frazada corta. O tapan los pies o tapan la cara. Los suplementos culturales funcionan de forma parecida. Algunos te dejan a la intemperie, o con un paragüitas de plomo, pero ese es otro tema…
Haciendo memoria
Hice memoria, era verdad que había escrito, un poco decepcionado, sobre la pobreza del sitio de la revista. Pero también le había reconocido mi amor extravagante, mientras otros se dedicaban a darle palos y nada más que palos. No se crean que me asusté. Me han echado de o prohibido en medios de grande, mediana y pequeña envergadura. Y casi siempre por el mismo motivo. Pero lo de ADN era diferente. Me acordé de una vez que David Wapner me había dicho que él profesaba el antivizcachismo acérrimo. Me hice la pregunta: ¿Soy un antivizcachista? "No –pensé–, más bien soy un lengua larga histérico que no se sabe quedar callado."
Fernández, Fernández
Hacia fin de año hablé por teléfono con Fernández y después lo saludé en la misma fiesta de lanzamiento de ADN. Unas semanas antes había mostrado una gran generosidad encargando una nota sobre un libro mío. Después lo volví a saludar en una librería de Recoleta en la que él y Sasturain leyeron para un público dispar. Siempre me pareció afable, educado, elegante. Por lo tanto, que mi amigo me pasara ese dato me dejaba en una posición incómoda. ¿Qué podía hacer? ¿Era posible redimirme sin rebajarme? ¿Reconciliarme sin haberme peleado? Fernández, Jorge Fernández, Jorge Fernández Díaz, perdón, colega. No estaba en mí ofender ni faltarle el respeto al trabajo honrado de nadie. De corazón.
Ahora bien
Ahora bien, como ya hemos vaticinado en esta columna, las colaboraciones de Fito Páez, llamativo pero dudoso aporte al medio, duraron menos que un bronceado de fin de semana. El cursi-blog de Daniel Amiano quedó clavado en el 8 de enero con la pertinente interrogación ¿Piratas? cómo título. Y privilegiar, en el sitio, el periodismo banal –los cables y noticias sin firma– sobre la crítica de libros me sigue pareciendo un desperdicio. Quizás a veces la ironía o el cinismo son recursos, pero incluso de las críticas más mala leche –y yo nunca se las hice a ADN– se pueden destilar lecturas que sirven para mejorar lo que uno hace. ¡Borren de una vez el link a la difunta y polvorienta sección Qué pasa en los blogs!
Final en la pileta
En fin, cansado, acalorado, informado y un poco preocupado por el supuesto enojo de Fernández Díaz, volví a mi dulce exilio estival y llegué a tiempo para nadar un rato. Me puse la malla y, ya en la pileta, saludé a una demorada mujer que leía La Nación en una reposera blanca. Subí al trampolín más alto y caminé hasta el borde de la tabla. Respiré profundo y antes de saltar vi que la mujer cerraba el diario y agarraba ADN. La coincidencia me asombró. Mientras entraba en el agua y tocaba el fondo de la pileta con las manos, la envidié en su apacible relación con periodismo cultural.
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