Crittica della vittima

Por Juan Terranova. Lunes. Paso la primera mañana escuchando a Haydn, el concierto para cello número 2. Cómo nos habla hoy su austeridad. Qué diferente y sensible es a todo. Qué lejana es su lenta pasión, su ordenada y sutil amistad. Franz Joseph Haydn, conocido simplemente como Joseph Haydn. Un niño del Sacro Imperio Romano Germánico que un día pensó en ser músico. Su padre hacía carros para vivir. Buenos carros. Carros austríacos, fuertes, duros, simétricos. Mientras escucho releo la Carta de Florencia Balcarce a Félix Frías. Ahí ya está todo. Todo el sentido crítico de lo que luego será la literatura argentina, sus problemas y tics, sus manías. Me gusta releer esa carta. “Hágame usted el gusto de explicarme en lo que consiste esta formación del lenguaje nacional...” le pide Balcarce a Frías. Murió muy joven pero habría dado un activo intelectual de la queja y la interpelación. Al menos por lo que se ve en esta carta. Su poesía es más evanescente. Por otra parte, la semana pasada descubrimos que Mavrakis se parece a Malatesta. Creo que lo descubrió él mismo Mavrakis. Después nos contó que se fue al Abasto solo, al cine, y casi le agarra un ataque. Así que estoy tentado de escribir un libro titulado Malatesta en el Abasto. Mavrakis sería Malatesta. El Abasto, su mente.

Lunes, después del mediodía. Creo que nunca traicioné a Hemingway. Esa filosofía pragmática que señala Calvino. Esa “forma” que se revela cuando lo leemos. La frase simple, directa, verdadera. Si lo hice, si lo traicioné, fue porque simplemente no pude escribir mejor. Incluso cuando escribía pensando en otros autores, cuando me dejé –me ocurrió, me ocurre– arrebatar por una expresión más arrevesada, conflictiva, improcedente, creo que seguía pensando en él. Ahora releo los Ensayos de tolerancia de Carlos Correas y me pregunto qué habría pensado yo de ese mismo libro hace digamos quince años, cuando era joven y creía en Hemingway como en ningún otro autor. Supongo que habría disfrutado los quiebres, las audacias, la parresía final del estilo y la forma de leer quirúrgica de Correas. Pero me quedan las dudas. Tengo, lo sé, tendencia a subestimar al lector que fui y a sobrestimar el lector que soy.

Martes. Martín volvió de Francia y me trajo tres estampillas muy pequeñas, cada una con un águila nazi que dice “Deutsche ReichsPost.” No tienen valor adjudicado. Son de un amarillo que denota cierta longevidad aunque bien podrían haber sido impresas ayer. El dibujo y la leyenda están en bordó. Me las quedo mirando. ¿Cómo puede ser que esos tres papelitos troquelados transmitan tanto? La parte mínima de un imperio que ya no existe pero que sobrevive en esos símbolos. Si fuera una y no tres, quizás, su poder no se haría tan presente... Más tarde me quedo releyendo a Ciorán, las entrevistas que publicó Tusquets. Y también un poco de Nietzsche contra la democracia de Nicolás Gonzalez Varela.

Miércoles. Acaba de publicarse en Italia un ensayo de Daniele Giglioli titulado Critica della vittimaUn esperimento con l’etica, editorial Nottetempo. La contratapa dice: “La víctima es el héroe de nuestro tiempo. Ser víctima da prestigio, impone una escucha, promete y promueve reconocimiento, activa un potente generador de identidad, derecho, autoestima. Inmuniza de cualquier crítica, garantiza la inocencia más allá de cualquier duda razonable. En la víctima se articulan falta y reivindicación, debilidad y presteza, deseo de tener y deseo de ser. No somos aquello que hacemos, sino aquello que tenemos de golpe, aquello que podemos perder, aquello que nos han robado. Es tiempo, sin embargo, de superar ese paradigma paralizante, y redireccionar los trazos de una práctica, de una accionar del sujeto en el mundo: con la mirada puesta en el futuro, no en el pasado.” Dado el nivel de discusión intelectual que hoy vivimos en nuestro país, habría que disponer de una traducción completa cuanto antes. Fue Cristino el que me habló del libro y me pasó este avance. Traduje algunas partes para amigos y colegas. Hay un fragmento que dice: “La víctima detenta la verdad por definición. No debe desconfiar de sí misma. No tienen necesidad de examinarse ni de interpretar nada. No la tocan los escrúpulos con los cuales un siglo y más de hermenéutica de la sospecha examinaron la inquietante relación entre verdad y poder. Que la verdad sea aquello que el poder decidió que fuera verdad es una incomodidad que no le importa, porque la víctima es real cuando se la priva de poder, en caso contrario no sería tal. La angustia que genera la pregunta “¿qué es la verdad?” es el privilegio de un Pilatos que duda, y bien hizo Cristo en no responderle y en darle a entender: la verdad la tenés enfrente. La verdad indiscutida existe solo para la víctima de la no verdad. Si la verdad es dudosa, la mentira funciona cuando somete. La verdad se interpreta, la mentira se constata. Condición sumamente deseable, en una época suspendida entre dos extremos: de un lado, un escepticismo generalizado, del otro, un acrítico deseo de creer, un delegar, una confianza nihilista al que te dice lo que tenés que hacer. Cualquiera sea la verdad del que dice qué cosa se debe hacer, la víctima lo sabe bien, y no le sirve alguna hipocresía, alguna ceguera voluntaria. Justamente notó Girard que incluso los nihilistas más consecuentes decostruyen todo salvo el principio de inocencia de la víctima. Cuando en Italia estaba de moda el pensamiento débil, florecían las recetas éticas intituladas como cura, soledad, tutela (no garantizadas, avisan Vattimo y otros, como el considerado “pensamiento fuerte”, demasiado empeñado a confirmarse a sí mismo como para preocuparse del sufrimiento singular.) Todo verdad, pero no todo aquí. Consecuencia siniestra e inevitable es, de hecho, como se ha visto, el proliferar de presuntas víctimas, potenciales, aspirantes, y cada tanto oprobiosamente falsas. No se sale así con facilidad del círculo de verdad y poder. Si solo la víctima detenta la verdad, aquel que desea criticar la verdad del propio discurso será siempre señalado de mentir para negar a la víctima.”

Jueves. Después de todos los libros del siglo XX, después de todas sus guerras, después de tantas ideas y tantos conflictos, después de tantas ocasiones de aprender de nosotros mismos, al final, lo que domina nuestra escena local es un recurrente juicio moralesco que separa buenas y malas personas. No me decepciona eso, ni me indigna, pero a veces me cansa, un poco, y también me sorprende.

Viernes, temprano. Son hermosas las barbaridades que le hace decir Bioy a Borges en su diario. Un trabajo crítico muy fino, de retrato, de saqueo de una identidad, de descomposición de un prestigio, pero también de amistad y de camaradería. Queda claro que algo de esto intuía el mismo Bioy, pero también sabía que no podía controlar cómo lo leeríamos hoy nosotros.

Viernes, mediodía. Leo una nota donde se dice que científicos estadounidenses descubrieron, en el golfo de México, una inmensa zona que no contiene vida marina debido a la falta de oxígeno. El tamaño de esta “zona muerta”, que fluctúa y se mueve, es similar al de Connecticut. No tengo idea qué tamaño tiene Connecticut. En la foto del portal que publicó la nota se ve un cocodrilo muerto, muy hinchado. Otros títulos de otras notas de ese mismo portal: “Aparece el segundo foso gigante en Siberia”, “La sexta extinción ya está en marcha, dicen los biólogos”, “Descubren por qué el río Amazonas corre al revés.”

Viernes, medianoche. Leo los consejos a los jóvenes literatos de Baudelaire. Lástima ya no ser tan joven.