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Por Juan Terranova - @juanterranova Viernes a la noche. Italia perdió uno a cero con Costa Rica. Vi el partido en la estación de micros de Rosario. Me quedó la sensación de que podría haber perdido por más. En Twitter dijeron que era un episodio de The Twlight Zone. Después hice el viaje desde Rosario nervioso, incómodo. Igual pude releer el capítulo que Berman le dedica a Baudelaire en Todo lo sólido se disuelve en el aire. Llegué a la vieja terminal de Córdoba, bajé del micro y paré en un kiosco a comprar una botella de agua mineral. En un momento sentí que iban a asaltar ese kiosco, no sé quién ni cómo y sufrí un golpe de paranoia. El hotel que elegí para hospedarme cerca del Patio Olmos parecía digno por Internet pero la habitación resultó un cuarto de hospicio decimonónico. Tiene una wifi respetable. Un hospicio conectado.

 

Sábado. Leo una nota que se llama “Azzurri, la seconda è una maledizione dal 2000” donde dice, con un criterio bastante poroso, que Italia siempre pierde o empata los segundos partidos de las copas que juega.

Sábado, más tarde. Mientras esperamos el partido Argentina-Irán le cuento el argumento de una posible novela cordobesa a Lamberti: un porteño arrogante pero inteligente llega a la ciudad empleado por una estudio contable que trabaja con los productores agropecuarios más importantes. Mientras se aburre, el tipo se empieza a dar con la oligarquía provincial, que son millonarios simples, trabajadores, garcas y adúlteros y alcohólicos pero correctos y sin mayores pretensiones. Al porteño todos les resultan idiotas e idiotizantes. Después embaraza a una hija de un sojero y la hace abortar y la piba queda infértil. Todo es muy Barón Biza. “¿Cómo le vas a poner de título?” me preguntó. “Orgullo cordobés” le respondí, porque en un momento el tipo va a decir "Ustedes tienen el orgullo cordobés... ¡Ustedes no tienen nada!" Nos reímos con el dramatismo de la frase. El éxito definitivo de la novela sería generar un terrible escándalo retrógrado y que yo tenga que salir a decir: "pero si amo Córdoba, esto es una novela, una ficción..." como si decir eso cambiara algo. La situación me hizo acordar que, otra vez, le había contado a Lamberti una idea para una novela sobre telépatas. Se la tuve que contar hablando, mientras caminábamos por la Avenida Colón. No se la pude transmitir. Por eso quizás tampoco pude escribirla. Cuando termina el partido, nos quedamos solos limpiando los restos del almuerzo con Lo Presti y me dice que Gaitieri dice que la literatura no está ni en la biblioteca borgena ni en el prostíbulo de Onetti. La idea no lo convence. A mí tampoco, aunque coincidimos en que somos lectores de Gaitieri. Le digo que yo la buscaría en la biblioteca de Onetti y en el prostíbulo de Borges. (Y más en el prostíbulo de Borges.) Después hablamos de fútbol y de la infelicidad de ese vicio literario argentino, el “cuento de fútbol.” Flavio tiene la teoría, nada desacertada, de que no se puede contar el futbol porque el fútbol ya es en sí un relato. Y después agrega que encima, esa es la preposición que usa, está el fárrago terrible del periodismo deportivo. Citándole a Sebald, le digo a Lo Presti que un artista dura veinte años. Y después agrego que un lector es para siempre. Me responde que él como artista va a durar tres años. “¿Nada más?” le pregunto. “Ni un día más ni uno menos” me responde. Lo admiró en eso. Es irónico pero su ironía tiene coraje, una lectura fuerte. Después se pone a comentar Crímenes y pecados citándome líneas de memoria con una precisión asombrosa.

Domingo. Viaje nocturno desde Córdoba a Buenos Aires. Un buen viaje. Dormí casi todo el recorrido y seguí releyendo a Berman y un poco también a Carlos Correas. Es bueno reencontrarse con la ciudad neblinosa y fría, invernal en toda su dimensión.

Lunes. Alcácer me pasa este párrafo de Pagni en La Nación sobre el tema de los fondos buitres y el juez Griesa: "¿Para qué, entonces, irritarlo con críticas a un fallo convalidado por la Corte? Ya bastante cara puede resultar la tenebrosa "Fisonomía de Griesa" que el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, sordo al mandato martinfierrista, describió en Página 12. Fue en 2012: era imposible que un kirchnerista saliera de su presente eterno para calcular que dos años después necesitaría un favor del mismo magistrado. Griesa conoce el "encorvado dicterio" de González: se lo leyeron los "buitres"."
Con lo del “mandato martinfierrista” supongo que Pagni se refiere a las palabras del Viejo Vizcacha “hacete amigo del juez.” La atribución implica una lectura por lo menos desprevenida del poema. Vizcacha no es Martin Fierro, está lejos de serlo. Pero la idea de los buitres leyéndole a un viejo juez achacoso es digna de un mito o una tragedia griega. Después busco y encuentro la nota de Horacio Gonzalez en Página/12. Es una sarta de boludeces muy grandes que quiere pasar por examen semiológico y roza la frenología. González por lo general encuentra lucidez en la pausa. Pero cuando milita ese análisis se deshace. ¿Quién habrá traducido sus especulaciones sobre la facha arrugada del juez al inglés?

Martes. El mundial me satura de forma masoquista. El problema es el tiempo. UN buen escritor sabe cómo fabricarse su propio tiempo. Pero el mundial es un monstruo voraz y hambreado. Italia quedó eliminada hoy.

Miércoles. Sigo leyendo a Mircea Eliade. Es un poco ñoño. No llega a ser trágico. Me gusta. Qué diferencia con otros escritores rumanos. Me imagine una obra de teatro en la que Mircea comparte el escenario con una becaria del CONICET. Están enamorados. Ella vive en Buenos Aires en el 2014 y él en París del 1950, pero comparten el escenario y se aman y, desde luego, se comprenden, se encuentran y se desencuentran en la vida doméstica. No pensé un título para la obra pero bien podría ser La becaria o La chica del CONICET. (Sé que jamás escribiré una obra de teatro pero algunas de mis ideas escénicas no me parecen tan malas.) Una frase del diario de Elíade: “No puedo anotar en este carné más que hechos, y como no se producen, fragmentos de una visión.”

Jueves. Entre mis notas hay una lista de libros que nunca se escribieron. Se citan los autores. Por ejemplo, el libro sobre el odio de Barthes, para completar de alguna forma Fragmentos del discurso amoroso. O la memoria cristalina de su vida, escrita por Jacques Lacan. Un libro claramente imposible. La crítica y autocrítica a la frivolidad, de Gilles Deleuze, que nunca se vio a sí mismo, nunca se exploró ni se ironizó. Al final de cuentas, era, él, tan sensual y anarquista, un francés arrogante. Al final de la lista, con signos de interrogación está el libro jamás escrito de Michel Foucault sobre la universidad. ¿Por qué no lo escribió? ¿Pensaba que la universidad, la institución educativa, muchas veces mencionada al pasar, no era tan terrible acaso como la cárcel y el hospicio? ¿O había intereses contrapuestos, contradicciones difíciles de salvar? Quizás escribió ese libro y yo simplemente no lo conozco.

Viernes. ¿Por que leo lo que leo? Supongo que es una mezcla de casualidad y trabajo y curiosidad y ganas. Hoy, otra vez resfriado. A la noche incluso con algo de fiebre. Parece tonto pero cambia mi forma de leer. La traba, la desplaza, la somete. No es algo bueno. Parece que una vez Durkheim dijo que el futuro ya estaba escrito para el que lo sabía leer.