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Por Juan Terranova - @juanterranova Domingo. Hoy, 15 de junio, se cumplen cien años de la publicación de Dubliners. En Buenos Aires, a nadie parece importarle mucho ese cumpleaños. Argentina hoy debuta en el mundial contra Bosnia y eso se lleva toda la atención. Encuentro una nota en el ABC de España, no muy buena, donde se dice que en Las hermanas, el primer cuento del libro, está cifrado que Joyce se quedó ciego por la sífilis. No me irrita tanto la falta de festejo como no haberme puesto yo mismo a escribir algo. Pero tampoco logro sentarme y escribir. Ayer releí algunos cuentos del libro y me volvieron a gustar. Joyce tenía treinta y dos años cuando apareció Dubliners. Por otra parte, mañana es Bloomsday.

 

Lunes. Mi hija me pidió prestado mi ejemplar de It para llevarlo al colegio y leerles a sus amigas una parte que yo le leí ella. Se lo presté con gusto. Verla meter el libro en la mochila –una novela de King en la mochila escolar– me emocionó.

Martes. Preparo un viaje a Rosario donde voy a dar una charla sobre psicoanalisis y literatura, pero en realidad va a ser sobre el amor y el odio como pasiones literarias. Mavrakis me prestó El placer de odiar de William Hazlitt. Escribo sobre el odio como algo tibio y arrobador, pero no sé si logro marcar mi punto. Estructurado como tabú, es muy difícil hablar sobre el odio en público. Es un sentimiento prohibido y por lo tanto ajustado solo a la privacidad. Después de Rosario voy a seguir viaje a Córdoba. No sé bien por qué. ¿Y si Córdoba fuera la única ciudad en la que puedo escribir? Revolviendo la web, encuentro una lista de los músicos prohibidos en la Unión Soviética. Julio Iglesias es señalado como neofascista; los Village People son vetados por violentos; Talking Heads, por publicitar el mito del peligro nuclear. La lista está en inglés y dudo pero una vez más: It might not be real, but it's true. De alguna manera caigo en la edición de Página/12 del 14 de febrero del 2013 y leo: “Un interno de la cárcel de máxima seguridad de Gualeguaychú estranguló y asesinó a su pareja durante una visita íntima en el penal, en presencia de la hija de la mujer, de un año y medio.”

Miércoles. Mi hija sigue llevando It al colegio. Cuando se levanta, me pide permiso y lo carga con sus útiles escolares.

Miércoles, más tarde. Hoy escribí algunas frases sobre el odio en la parte de atrás de una postal de Notre-Dame.

Miércoles, ya de noche. Otra cita de Henri Meschonnic, al que sigo leyendo de a ratos: "Desde que se escriben poemas, los poemas fueron siempre los que reinventaron la poesía. La poesía nunca dejó de ser inventada por los poemas. Pero cuando miramos la poesía con amor, se produce un efecto perverso, nos ponemos a escribir sobre la poesía, admirando la poesía y la celebramos. Es lo peor que le puede ocurrir a un poema, tal como lo defino y que no tiene nada que ver con algo formal, las formas fijas, los metros, las rimas." Mirar con amor genera un efecto perverso. Bien. Mirar un hecho artísitico, la aparición del arte, con amor es perverso. Creo entender perfectamente lo que dice Meschonnic. Hay mucho para hacer con esa cita.

Jueves. Cuando alguien festeja todo, pierde credibilidad y empobrece su entorno. Bien. Una sociedad sin crítica es una sociedad pobre, autista, cerrada, no es un sociedad rica. Esto es algo obvio. Pero ¿por qué hace falta repetirlo? Hay una club de la buena onda, lo que Rodrigo Cañete llama La mafia del amor. Es la democracia del talento. Nadie critica a nadie. Pero si levantás la mano para criticar, te insultan. Es una especie de ecología autista de la producción estética. Una falsa democracia que esconde el peor autoritatrismo que es el autoristarismo del dinero, la plutocracia. Pero aparte van en contra de una de las instituciones más importante de la literatura, que es la crítica. Carlos Godoy me dice sobre el equipo italiano en la copa del mundo: "Tienen un viejo emotivo y un negro con problemas de conducta. Yo no pido más."

Viernes a la mañana. Ayer viajé a la mañana y ahora estoy en Rosario. Perdí el micro de las nueve y media y tomé el de las diez y media, así que me pasé una hora en el Retiro, pero como hacía frío y sol la estación no parecía el brumoso purgatorio de siempre. En el viaje leí el libro de Hazlitt. Aunque el micro se movía y tuve frío en los pies, fue una lectura placentera. Cada tanto miraba la llanura. Marcos Benitez me esperó en la nueva terminal que es toda blanca. A la noche, en la librería Homo Sapiens, leí mi breve ensayo sobre el amor y el odio. Hoy es el día de la bandera. El día de la bandera en Rosario. Le reviso, curioso, la amplia biblioteca a Marcos y encuentro un libro de sueños de Theodor W. Adorno. Lo hojeo un poco. Parece que Adorno soñaba bastante con Wagner.

Viernes. Desde el patio de la casa de Marcos se ve un viejo edificio lleno de manchas de oxidado, muy hermoso, y los fondos de un banco construido seguramente en la década del sesenta. Parece una construcción soviética abandonada.