Por Juan Terranova. Lunes a la mañana, muy temprano. Llevo a mi hija al colegio. Llora en la puerta. No quiere entrar. Le pregunto por qué. Me dice que el colegio es aburrido. Le digo que lo sé. Mientras desarrollo la fantasía de un niño no escolarizado, mientras me imagino escapando con ella a la Patagonia donde, no sé por qué, no tendría que cumplir los infames ritos de la escolarización formal, ella se compone y entra. Después, en casa, busco en la biblioteca un vieja edición subrayada de Muerte y transfiguración de Martín Fierro. Recuerdo las marcas en lápiz y tinta que hice hace años, más de una década, como si las hubiera hecho hace muy poco tiempo.
Lunes, más tarde. Leo en Twitter: “sto reclutando gente morta per formare un esercito, per info contattatemi.” (Mientras las redes sociales recién comienzan a amanecer en Buenos Aires, en Italia ya están funcionando hace horas.) Más tarde pienso en Twitter como la red social insectívora, como una nube de hormigas voladoras juntas, apretadas y caníbales.
Martes, muy temprano. Hacia las cinco de la mañana me despierto con dolores y tosiendo. Tomo ibuprofeno y ya no me puedo volver a dormir. Me levanto de la cama. Todavía es de noche. Prendo la televisión. Pongo en mute y empiezo a hojear Fragmentos de un diario de Mircea Eliade. Me lo pasó ayer Gogui que lo rescató de la librería. Es una vieja edición en rústica de 1973, impresa en España. Ayer volví en taxi de dar mis clases porque hacía frío y ya no me sentía del todo bien. Aunque me faltaban las fuerzas disfruté el regreso. Era tarde, cerca de las once de la noche y la ciudad estaba vacía. El 5 de octubre de 1945, Eliade anota que está leyendo Extraits d´un jornal de Charles Du Bos. Lee en el Jardín de Luxembourg, en un banco, al sol. Y escribe: “Tengo la impresión de que para Charles du Bos la vida significa, en primer lugar, leer, releer, comentar y comprender. Es, sin embargo, apasionante. Cosas inteligentes, dichas con sensibilidad y precisión. Confieso preferir, a pesar de todo, los diarios en los que abundan las anotaciones insignificantes, la relación de una visita banal, de problemas, de sueños, de ilusiones –lo que quiere decir que el autor escribe el Diario para sí mismo.” ¿Qué es insignificante y qué no lo es? ¿La lectura por sí misma tiene ya otro relieve? ¿Es el diálogo con otros libros y otros autores, ese trabajo, lo que Eliade considera por fuera de los insignificante? Desconfío de esa dicotomía. El diario de lecturas y el diario de lo íntimo lo relevante y lo que se escribe para sí mismo... Siempre volviendo a lo mismo, las armas y las letras, la experiencia y la lectura, lo primero y lo segundo. Un rumano en París, tratando de salir adelante apenas terminada la guerra. No me interesa mucho su muy europea dedicación a la historia de las religiones. Pero el diario de Eliade me gusta. Tiene un buen tono. La lengua al final atraviesa todo. En mi casa, antes de que se hagan las seis de la mañana, de fondo, sin sonido, la televisión muestra un avioneta que se cayó en el Rio de la Plata.
Martes, después del mediodía. Cancelé varias de mis actividades hoy. Sigo sin muchas fuerzas. Por momentos pienso que me voy a desmayar, pero sigo en la computadora. Leo el curriculum vitae de un escritor famoso y premiado. Son más de ochenta páginas que consignan las reseñas que hizo en diarios y revistas y las mesas a las que lo invitaron, ¡a todo lo largo de su vida! Es una involuntaria radiografía del campo intelectual porteño, zona académica, mucho más precisa de lo que jamás podría escribir el mismo escritor. No resisto ese tipo de gente fóbica. El progresismo fóbico, inmóvil, especulador. Me llena de ansiedad. Aunque sumándole un poco de LSD y otro poco de irá y resentimiento, restándole algo, al menos un poco de esa fina analidad, quedaría una actualización criolla del Retrato del artista adolescente: "Este era el cuento que le contaba su padre. Su padre le miraba a través de un cristal: tenía la cara peluda." ¿Habrá escrito alguna vez “Caress the detail, the divine detail” Nabokov como se dice? Citar tanto es tergiversar. Aunque se cite siempre lo mismo. La repetición deforma. En ese sentido Internet es la máquina de lectura y deformidad más grande jamás construida. Una nueva naturaleza del Logos montada sobre la inmensa cloaca del significante.
Miércoles. Leo en La Nación: “El locutor Juan José Fernández, a quien se le debió amputar una de sus piernas por un problema de salud, manifestó hoy que su extremidad está entre los restos humanos hallados en un contenedor en el barrio Las Flores, de la zona norte de la Ciudad de Santa Fe.” Luego, en la nota, aparece la voz del locutor: "Me di cuenta que era mi pierna y yo quiero saber quién se la llevó a un basurero." Al tipo lo tuvieron que amputar por problemas de diabetes y ahora pide justicia para sus restos humanos abandonados. Me hace acordar al paciente que pregunta si va a perder la pierna y el cirujano le responde: “yo se la doy en una bolsa, de ahí en adelante es cosa suya.”
Miércoles, más tarde. Vino una médica, me miró la garganta, dijo que lo que tenía era viral y me recetó paciencia. Sigo leyendo el diario de Eliade y pienso que un verdadero diario de lecturas debería incluir lo que gano con mis clases, con mi periodismo, y con otros eventuales trabajos, como dar charlas. (Hace poco di una en el Encuentro Federal de la Palabra y me pagaron bien. Me apuro, todavía no me pagaron, estoy esperando que me paguen.) Pero ¿qué sería un verdadero diario de lecturas? Supongo que llegado el momento, el autor del diario en cuestión debe hacer explícita su falta, su duda, por no estar dando lo mejor de sí, no estar siendo lo suficientemente honesto en su escritura. Eliade lo hace y seguramente Charles de Bos también. De paso, ¿quién es Charles du Bos? Lo busco en la web. Y es un crítico, desde luego. Un crítico literario francés.
Jueves. Mientras Europa está inmersa en el clasicismo y el miedo, con unas elecciones que alarman pero no sorprenden –a mí al menos–, yo sigo en casa tomándome todo el día entre dolores de cabeza –fuertes–, dolores musculares –intermitentes– y la web. Me animo a decir que cuando estoy conectado mi cuerpo experimenta una leve mejoría. (Esto es tan siniestro como una adicción, supongo.) Y cuando leo en la cama –fui tres veces a intentar hacer la siesta con un libro– el malestar se agudiza. Así y todo sigo con el buen Mircea allá en 1947 esperando para irse a los Estados Unidos, deambulando con hambre por unas calles parisinas que le envidio.
Jueves más tarde. Leo en La Nación que reintroducen el uso de la silla eléctrica en Tenessee y busco en mi biblioteca Edison y la silla eléctrica de un tal Mark Essig, editado por Océano. Lo compré hace unos años, un invierno en Mar del Plata. El libro, no sé por qué, está impreso en letras de color marrón claro. En Twitter, una italiana que firma Melissa acaba de escribir: “Vi ricordo sempre che se la macchina fa uno strano rumore la soluzione è sempre quella di alzare il volume della musica.”
Viernes. Robles hace circular los resultados de un programa que convierte “cualquier novela en música.” Lo que se promete es que lo hace “leyendo el texto, detectando las emociones principales de cada fragmento (de entre estas ocho: alegría, tristeza, ira, asco, anticipación, sorpresa, confianza y miedo), y determinando su densidad y si son positivas o negativas.” En función de eso, pone a funcionar “un algoritmo” que las convierte en música, siguiendo correspondencias en forma de tempo, clave, notas, octavas de forma cronológica. Mientras leo, escucho los resultados y concluyo que el asunto está pensado de una manera algo cursi, con emociones pre-seteadas para que se respete cierta armonía. La búsqueda, si me tocara a mí aportar a un proyecto así, la haría con un robot que mida ritmos y rimas, que puntee el largo de las oraciones, no que respete la convención de "major keys are associated with happiness, whereas minor keys are associated with sadness." La música resultaría más abrupta, supongo, más atonal, más moderna. Por otra parte, lo que hay disponible está hecho en base a autores como Conan Doyle o Conrad, una canción basada en El Principito... ¿Qué pasaría si cargáramos en la máquina El gaucho Martín Fierro, El almuerzo desnudo, Otras inquisiciones de Borges, o La historia de la sexualidad de Foucault? Escucho, escucho, y me resisto a creer que Heart Of Darkness suene a una mezcla entre el soft pop de Coldplay y un Chopin todavía más sensiblero. Cuando le hago mis observaciones a Robles me contesta que es cierto, pero que “lo que me gusta es esa idea de traducir desde un lenguaje a otro. Me hizo acordar a un viejo cuento de Dick, donde un tipo inventaba una máquina para transformar partituras musicales en insectos. En el cuento, el resultado tampoco era muy satisfactorio.” Coincido en que esas "traducciones" son interesantes más allá de sus resultados. Me pregunto por qué será. ¿Algún residuo romántico de que todas las artes pueden confluir y fundirse en un solo momento ideal de verdad? Me quedo pensando en la elección narrativa de pasar música a insectos... En un cuento esperar la aparición de un insecto me parece acertada. Pero si el experimento no ocurriera en una narración sino ahora mismo en mi computadora intentaría lo contrario: de insectos a música. Las hormigas deberían sonar wagnerianas.