Por Juan Terranova. Sábado. Leo una noticia que muy rápido se multiplica por Internet. Una mujer iba manejando por una ruta semirural de Carolina del Norte y chocó y se mató porque estaba escribiendo con su teléfono. ¿Qué estaba escribiendo? No se sabe bien. Parece que había puesto en su muro de Facebook que la canción “Happy” de Pharrel la hacía muy feliz. Otras versiones dicen que chocó al tratar de sacarse una autofoto sonriendo. ¿Por qué la historia tiene tanta recepción? Porque es irónica. La felicidad y la sonrisa trayendo la muerte. Pero no alcanza con eso. Después de leer esa noticia leo otra similar y todavía más irónica.
Crónica titula: “Murió al chocar contra cartel que recordaba a otra víctima.” La bajada dice: “Una piba de 17 años falleció, y otra resultó herida, cuando se trasladaban en moto por la ciudad pampeana de Santa Rosa, y ésta impactó contra un poste que homenajeaba a una persona que perdió la vida en ese mismo lugar, también en un accidente de tránsito.” El homenaje asesino, la idea del lugar peligroso que se vuelve más peligroso cuando se lo recuerda, la repetición de una tragedia... ¿No es más irónica esta historia que la de Carolina del norte? Pero la de Carolina del Norte incluye los usos de nuestras últimas tecnologías y nos recuerda, sin sutilezas y con humor, que la tecnología no es siempre positiva, que puede ser canal de lo siniestro y de la muerte y que la ingenuidad y la felicidad pueden destruirnos.
Domingo: Leo en Twitter: “La lunga attesa non aumenta il desiderio. No. Rende solo i giorni interminabili e snervanti. Fino a portarti a smettere di desiderare.”
Lunes. Una alumna me dice “me cuesta leer en la computadora.” Ya es un frase cándida, que despierta ternura. Después leo que una italiana escribe en Twitter: “La gentilezza non è ipocrisia, peccato, però, che a saperlo siano solo le persone gentili.” Los gentiles, los otros, la hipocrecía... Hay cierta imperdonable arrogancia en la frase que, pese a su simple y atenta idea, la invalida.
Lunes, más tarde. Un Duchamps para tontos. Ya no hay otro. Luego, una larga lista de peros y sin embargos. Redactar esa lista sería un trabajo que yo haría con gusto por dinero, pero no por placer. (Las formas del equívoco que vuelven. Van y vuelven, van y vuelven. Macri vio el migitorio cuando trajeron esa muestra escolar de Duchamps a Proa y llevó adelante muy bien sus papel de alto burgués. Dijo que no entendía, sonrió y desconfió. El funcionamiento que atrasa y al mismo tiempo sigue vivo.)
Martes. Francisco santificó a Juan Pablo. Puse en Facebook, anticipando desbordes por izquierda y derecha: “Y todo lo que ustedes dicen, todo lo que ustedes son, todo lo que ustedes aborrecen o desean, ya lo hizo antes, lo pensó y lo procesó o lo descartó la Iglesia Católica.” Cristino Bogado me escribe para decirme que el único ateísmo consecuente es el catolicismo. Me dice que la idea se la robó a Sollers, y me aclara que robarle a Sollers está bien porque él a su vez es un ladrón muy conocido.
Martes, más tarde. Mi hija conoce todo porque ya lo vio en los Simpsons, el aparato gnoseológico más potente que haya creado el hombre jamás.
Miércoles. En un billete de dos pesos, Mitre aparece transformado en Hitler. No logró sacar ninguna conclusión de esa transformación.
Jueves. La ronda de Alfonsina Storni admite una lectura política, política de partido político, no de políticas de género. Como es un buen poema, va más allá del feminismo. Sobre todo cuando dice: “Desde viejas edades,/¿Quién se puede quejar?/Nos crían rosadas/Para el buen gavilán.” Me gustaría hacer una lista de las reacciones estrambóticas, frías o apasionadas, que genera la idea de política, incluso la palabra “política.” Si fuera honesto esta lectura podría estar en la lista.
Viernes. Hace más de cincuenta años ya, el 9 de octubre de 1963, Bioy Casares anota una frase que le dijo Borges: “Lo que caracteriza un gran poema es que puede mejorarse fácilmente. Un mal poema no puede mejorarse.” Es un idea con muchas vueltas, que pone a la actividad literaria en otro lugar. Creo que lo que Bioy le hace decir a Borges es cierto y se aplica también a la música y a la pintura y al arte en general. Stephen King dice algo similar en Mientras escribo cuando avisa que un buen relato se puede hacer muy bueno. Pero no se puede hacer nada con un relato malo. Nos la pasamos criticando obras buenas porque las corregimos en nuestra cabeza, las acercamos a nuestros gustos, la actualizamos. Pero nadie se ocupa de lo malo, de lo ineficiente del todo. Agregaría que el que puede corregir y hacer de algo malo algo bueno demostraría un talento excepcional.
Viernes, más tarde. La palabra “gran”, ese adjetivo que vuelve una y otra vez. Un gran poema, un gran escritor, una gran obra. No sirve. No da énfasis. Tampoco lo quita pero me da desconfianza. Es un automático. Por otra parte, la idea de lo grande como algo bueno ya se desechó hace tiempo. Pero no hay otra palabra tan breve y tan suave y tan aceptada para dar ese énfasis, esa adhesión. El que la descubra o la cree será un gran escritor. Qué vulgaridad.