SOBRE EDITORES, ESCRITORES, IMPRENTEROS Y LOCOS |
Apuntes sobre la industria editorial (uno) |
Por: Juan Terranova. Descansando en un lejano balneario de la provincia de Buenos Aires, lejos de las pocas novedades editoriales del verano, comprando muy cada tanto algún diario y evitando todo contacto con revistas libidinales y barrocas como Gente, Noticias o Caras, comencé a elaborar una serie de apuntes sobre la industria del libro. Acá va la primera entrega. |
Los editores se vuelven locos
Los editores se vuelven locos incluso cuando tienen trabajo, y obra social, y libros gratis, y un bonus a fin de año. Así que no hace falta tanto talento para darse cuenta de lo que les puede pasar si todo eso les falta. Y cuando digo "locos" no es una exageración o una metáfora. Digo "locos" de esos que se doblan y se caen al suelo y aparece un enfermero y les pincha el brazo con una hipodérmica del tamaño de una aguja de tejer. Los escritores no tienen ese problema, pero se psicotizan por otros temas, entre los cuales se encuentran los editores.
¿Cuánto pesa el equívoco?
¿Por qué un libro es un éxito y otro es un fracaso? La mayoría de los editores no pueden responder satisfactoriamente a esta pregunta. ¿Cuánto pesa el equívoco en el universo del libro? ¿Y la desidia? ¿Un sesenta por ciento? ¿Un setenta? ¿Un ochenta? Conviene no exagerar. Algo tiene que quedar en pie. Aunque nadie comprenda del todo por qué todavía se mueven los engranajes.
Independientes
Después, bastante más atrás del mejor escenario, están los editores independientes que a su vez muchas veces también son escritores. Pero ésa es una patología completamente diferente. Por otra parte, los editores pueden ser "independientes". Los escritores no. Los escritores son todos "dependientes".
El imprentero
El imprentero es el brazo armado del editor. La mejor historia que conozco sobre imprenteros es ésta. En 1939, Alemania y la Unión Soviética firmaron un pacto de no agresión. Los marxistas occidentales no sabían dónde esconderse. Sin embargo, Hitler comenzó a prepararse y en 1941 mandó más de tres millones de soldados hacia el este. Los números era increíbles. Tres mil quinientos tanques. Casi dos mil quinientos aviones. Las películas norteamericanas no lo dicen, pero los soviéticos fueron los que llevaron la peor parte. Enfrentaron casi un setenta por ciento del ejército alemán. Fue lo que se conoció después como la famosa Operación Barbarroja de invasión a la Unión Soviética. Hitler pensaba que iba a ser un paseo. Dijo frases famosas como "El mundo contendrá la respiración", cosa que pasó, por lo menos en esa parte del mundo, y "Derriben la puerta y toda la estructura se viene abajo", cosa que no pasó de ninguna manera. Los tanques alemanes hicieron progresos al principio, pero después se empantanaron y se perdieron. La geografía rusa se los comía. Y cuando llegó el invierno, el asunto se puso todavía peor. Los soviéticos decían que había llegado el General Invierno, con él que no se discute. Todo se congelaba: el agua, el suelo, las armas, los hombres… De entrada, el Ejército Rojo sabía que no podía confiar en un pacto con Alemania. Si no se prepararon adecuadamente fue porque Stalin estaba más ocupado fusilando a sus propios oficiales. Pero los soviéticos sabían. ¿Y saben por qué sabían? Porque un imprentero alemán que era militante comunista había llevado en secreto al consulado soviético las galeras de un manual para las tropas invasoras. Entre las frases traducidas fonéticamente al ruso se leía: "¡Arriba las manos!", "¡Ríndase o disparo!" y "¿Es usted comunista?". Era más que obvio que si lo agarraban con ese material, lo iban a torturar mucho, antes de matarlo de la peor manera posible. Los nazis no eran precisamente tolerantes a lo que podía ser considerado, en buena ley, una traición nacional. Pero, por lo general, la gente que trabaja en las imprentas es valiente. No sé por qué.
Los editores son buenos relativizando
Hace ya unos años, cuando era un joven y tierno autor y merodeaba los bordes de la industria (todavía lo hago, pero ahora sin tanto entusiasmo y tanta ansiedad) fui a la casa de un editor a cobrar derechos de autor. Después de pagarme, me mostró algunas tapas y me pidió opinión. Estábamos en el living de su departamento, un lugar muy agradable. No sé si escuchó mis comentarios.
— ¿Y estás escribiendo? —me preguntó después.
— Estoy tomando apuntes —le dije.
— ¿Ninguna novela? —insistió.
— No, por ahora no —respondí.
Me preguntó por qué. Podría haber dicho un millón de mentiras, pero creo que dije algo que se parecía bastante a la verdad. Mis dos últimas novelas habían rebotado en varias editoriales y quería tomarme un tiempo para ver qué era lo que estaba haciendo mal.
— Bueno —dijo el editor—, quizás no encontraron al lector adecuado todavía.
Los editores, en general, son buenos relativizando.
— Eso es como echarle la culpa a los demás de lo que escribo yo— le dije.
Me acuerdo que volví caminando. Las vidrieras de los negocios de Rivadavia ya estaban iluminadas. El ambiente daba para citar a James Ballard que una vez dijo: "Un desquiciado dispara al azar en un supermercado y después se suicida. ¿Qué hacemos? Limpiamos la sangre de los muertos y seguimos comprando". No es una mala frase.
{moscomment}