SAN FRANCISCO DE LAMBERTI

Por Juan Terranova. Lunes. Miro The walking dead como quien hojea un folleto de las vacaciones soñadas que nunca tendrá. Después, buscando obras de Osip Mandelstam en la web, pienso en la Madre Rusia, mujer temperamental, imposible, sensual. Argentina es una pequeña Rusia también, con su Siberia de juguete, una parte de esa Ucrania que queda todavía un poco más al sur. “En la poesía siempre es la guerra” parece que escribió Mandelstam. (Meschonnic cambió “poesía” por “lenguaje.” Mejor inclusive.)

 

Martes. Estoy en la computadora. Mi hija mira televisión. Homero jugó al basquet y se lastimó una rodilla y, como está solo en su casa, postrado y aburrido, cuidó a los hijos de Flanders. “¿Como la pasaron con el señor Homero, niños?” les pregunta Flanders. “Muy bien, nos contó cómo el mundo le escupe la cara” le responden. Siento ganas de transcribir todo lo que escucho.

Miércoles. El campo intelectual argentino, sobre todo en sus estamentos primeros y estudiantiles, aspira, cada tanto, a la ingenuidad lúdica y el talento del Círculo de Bloomsbury. ¿Por qué? Porque ven ahí la trascedencia, el ocio, la civilización y el esmerado cultivo de la amistad. Si no fueran tan carentes de todo eso quizás idealizarían menos todo lo demás. Igual siempre somos el que mira por la ventana la fiesta de otro. Los Bloomsbury añorarían los intensos y a veces también lánguidos momentos del romanticismo alemán, y los alemanes imaginarían cada tanto a los viejos y queridos griegos. Y así. Lo que importa es conocer la ventana que el destino nos preparó. Esas cortinas, esa carpintería que arma el marco. Yo conozco el ventanuco argentino y no está tan mal. Uno podría desear un gran ventanal abierto al mar, con chicas bailando en la playa, tragos y música, el espectáculo del terrible deseo, pero lo que nos toca no está tan mal.

Miércoles, más tarde. Leo que en Chile una mujer descuartizó y cocino a su pareja. Leo que en Pakistán acusan a un bebé de asesinato.

Jueves. Ayer hice Buenos Aires-Córdoba por la Ruta 9 manejando siempre de noche. Por momentos estaba en Carretera perdida. Como percibía que esa sensación era un lugar común imperdonable trataba de imaginarme cosas que no fueran siniestras. A veces subía las luces para ver un poco más allá. Hay tramos iluminados con altas lámparas de mercurio y hay tramos que, aunque son autopista, solamente proveen al conductor las marcas del asfalto. Entré a la ciudad de Córdoba hacia las cuatro de la mañana y las calles estaban vacías. Hoy al mediodía almorcé con Flavio Lo Presti y me recomendó La tentación de la inocencia de Pascal Burckner. “Explica como se fue infantilizando occidente de la mano de los Estados Unidos” me dice y me convenció de googlear. Después se puso a recitar a Quevedo y a Góngora.

Viernes a la noche. Hace un rato, en el Museo de la Mujer, presentamos el libro de poemas de Luciano Lamberti que sacó China Editora. Antes de salir para el centro de Córdoba estuvimos recordando de a partes el Poema conjetural. En la presentación conté la anécdota de Castelli en Bolivia que se repite ciento cincuenta años después con el Che Guevara. Los campesinos bolivianos ayudan al Che pero no se unen a su guerrilla. El Che los exhorta a pelear por la revolución. Los campesinos le dicen que no pueden irse con él al monte porque tienen que cosechar maíz y cereales para sus familias. El Che argumenta que si rompen con el capitalismo, que si se liberan del yugo terrateniente, si combaten por la revolución, en el futuro van a tener más tierras para trabajar y van a cosechar mucho más cereales. Los campesinos le responden “es que nosotros no necesitamos tanto, señor.” Le conté la anécdota a Lamberti caminando por la Avenida Olmos y la repetí en la presentación porque creo que los poemas de Lamberti tienen que ver con eso. Y porque es una anécdota interesante. (Aunque quizás no esté tan relacionada con los poemas de Lamberti, y sí más con sus cuentos, pero sus poemas y sus historias se parecen y seguro que está relacionada con mi escritura, eso sí.) La de Castelli y los indios y el aguardiente me parece que les gustó más porque es bastante más disruptiva.

Viernes de madrugada. Jorge Charras me dice que escribir es como pescar con las manos en un barril. Pienso en un barril de madera y después lo traduzco mentalmente a un tanque oxidado de doscientos litros. En el original o en la traducción la frase me parece acertada.