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Por Juan Terranova. Lunes. Hace poco fue el cumpleaños de Joyce y también el aniversario de su muerte, 2 de febrero, 13 de enero. Las efemérides cruzadas me hicieron acordar que durante un tiempo, hacia el 2007, traduje Chamber music, sus poemas. “¿Para qué, hijo?” preguntaba mi madre con criterio. “No lo sé, madre” respondía yo. Tenía una trabajo alienante y traducir me ayudaba. "Chamber music”, la frase incluye, según Wikipedia, una referencia a la música de la orina cayendo en el orinal de cobre. ¿La primera edición tenía una tapa verde? Veo una edición así en la web, de un verde oscuro, atildado, menos jardín que selva domesticada. La del Ulysses era azul marino. Buscando información sobre las tapas de los libros de Joyce encuentro que, al parecer, Marx le quiso dedicar El Capital a Darwin, pero Darwin rechazó amablemente la dedicatoria. ¿Es posible rechazar una dedicatoria? Pienso que el Twitter extremo sería Twitter sin interacción. Sin diálogo. Sin reply. Monólogo duro. Como Joyce, como el habla del dinero, como la vida misma.

 

Martes. Hace ya cien semanas que escribo este diario. Leo que en China hay sectas que dicen que el Mesías es mujer y está llegando.

Martes, más tarde. “Avanzar escribiendo a través de la propia estupidez.” Sigo pensando en la frase de Walsh. Y cada vez estoy más convencido de que escribir es estúpido. La frase de Walsh me suena a plantar ácido sulfúrico. ¿Nacerían árboles químicos con frutas corrosivas? Cuando estoy cansado lo único que puedo leer es a Ciorán. Siento que es el único que entiende el cansancio y también el diálogo entre la estupidez y la escritura. “¿Avanzar?” podría preguntar Ciorán. Y luego responder: “No, avanzar no, escribir es retroceder.”

Miércoles. Algunas frases que uno escucha y nunca escribe pero debería: “Que se vayan todos”, “Fuera yanquis de Irak”, “Siempre hacés una de más.” ¿Por qué deberían escribirse? Cuando se las escribe, muestran algo diferente, exhiben su precisión, sus debilidades y fortalezas. La oralidad es vertiginosa y repetitiva. Y una frase que se repite, cambia, cambia, cambia, y se escapa, aunque vuelva y vuelva. La gran diferencia es que al escribirla, podemos leerla.

Jueves. Leo un breve artículo de Juan Martín Masciardi donde se retoma el tema de Foucault y el cristianismo. A Foucault le interesa la práctica de la confesión. El epígrafe del artículo es la conocida frase: “La más desarmada ternura, así como el más sangriento de los poderes, necesitan la confesión.” 

Jueves, más tarde. El trabajo en Argentina no es percibido igual que en las potencias centrales. El trabajo es digno, integrador, escaso, dominador de la naturaleza, motor del progreso, productor y consecuencia de la movilidad social. No veo que el trabajo sea una entidad tan alienante y destructora del alma y el cuerpo del proletariado en una Argentina que tuvo un proceso de industrialización más o menos importante para la región... Por eso el peronismo, por eso la negativa al comunismo. Si se asume que esto es cierto, alcanza para transformar una parte bastante importante de las ciencias sociales europeas que nos llegan. Conocida y trillada tautología, pero me llevó años asimilarla. Ahora la crítica parecería tener una funcionamiento más ecuménico. Irulegui puso en Facebook una cita de Raymond Williams:

“Escribir críticas se ha convertido en un negocio entumecido, pero la realidad es que gran parte de ellas no son otra cosa que valoraciones poco consideradas, realizadas tras una apresurada lectura y expresado en términos de cliché. Si uno le dedicara una mirada amplia a los anuncios de novedades de los diarios y a las columnas de crítica literaria, encontraría de igual manera: un libro impresionante, perturbador o una novela de extraordinario poder y habilidad. Con un poco de atención, y particularmente con la mirada puesta en las obras a las que estas frases se refieren, podríamos evaluar el trabajo del crítico como el acto de un bufón, carente de cualquier nivel de importancia crítica. Sin embargo, para el lector general, estos trabajos que nosotros descartamos son “la crítica” y estas personas, “los críticos”. Es más, estos textos y estas personas son las que normalmente determinan las valoraciones generales de la literatura contemporánea.”

¿Descripción de lo contemporáneo? El libro de donde extraigo la cita está fechado a fines de la década del 40... Bajo esta luz, los problemas de la crítica moderna parecen siempre los mismos. No termina nunca ser aceptada. Hay algo que no se termina de entender, que no se comunica bien. Pienso que eso es algo bueno. ¿No genera esa resistencia una dialéctica saludable? ¿Sería deseable una verdadera nación de críticos? Si todos leyeran bien, ¿no perderíamos también algo? Una nación de críticos, como quería Wilde. Se parecería mucho a una nación de hipsters, a una nación de seudoartistas. ¿Internet no nos muestra que eso sería, como poco, insatisfactorio? Leer y escribir bien: no es tan fácil el dilema. Como fuere, la negativa está ahí. Negativa al crítico, negativa a escribir lecturas, negativa final a leer: en la negación de la importancia de la crítica está la modernidad cuestionando a la modernidad. Escribo un artículo sobe este tema, uno más, y pienso que mi tema al final siempre es el mismo: el choque previsible entre el humanismo y la modernidad, entre el pragmatismo y la abstracción.

Viernes. Miro una foto de un gato lisérgico y pienso que quizás pasó demasiado tiempo entre los restos de una civilización decadente y radioactiva. Ya no solo puede, entonces, ver en la oscuridad, sino que ahora también conoce y anticipa nuestros deseos, nuestros miedos, y nuestra infinita y paranoica crueldad. Pobre gato.

Sábado. "Quien más ve, quien más oye, menos dura" decía Don Luis de Góngora. Qué tal.