MALAPARTE, VIDAS Y LEYENDAS

Por Juan Terranova. ¿Qué sentido tiene escribir la vida de alguien que se pasó la vida escribiendo sobre sí mismo? La pregunta no está bien formulada. Más pertinente sería indagar cuáles son los desafíos del biógrafo cuando se ocupa de un escritor. Demasiados juegos de espejos, demasiados pliegues y en primer plano la serpiente que no puede dejar de morderse la cola. Pero, ¿no son acaso esos desafíos los que importan? Llegó a la Argentina de la mano de Tusquets la biografía que Maurizio Serra hizo de Curzio Malaparte. Se titula Malaparte, vidas y leyendas. Y ya en las cuatro palabras del título se puede leer una manera de entender el género. Guiño cómplice en el llamativo plural de “vidas”, la adición y la no contraposición –“vidas y leyendas”, nunca “vida contra leyendas”–, la idea final de que el biógrafo no puede dejar de narrar las fantasías que se tejieron sobre el biografiado porque ellas aunque no sean chequeables ni comprobables, sí son parte del “personaje.” Así las cosas, Serra opta por ser cartesiano, intentando no ser tonto. La opción se justifica. Malaparte es complejo, sensual, desbordante, difícil, seductor.

 

El libro no defrauda porque el recorrido es largo y Serra lo sintetiza bien. Hay mucho para contar y está todo. El nacimiento de Kurt Erich Suckert en Prato sobre el principio de siglo, la Primera Guerra, su vida de soldado, su transformación en Curzio Malaparte, su corto paso por la diplomacia, Mussolini, el Fascismo, sus revistas, los artículos y libros que escribió sobre Etiopía, Grecia, Finlandia, Polonia, Rumania y Ucrania, il confito, su vida mundana, sus mujeres, sus libros más conocidos, La piel y Kaputt, sus libros menos conocidos,Madre podrida y Malditos toscanos, la dopoguerra, París, la depuración antifascista, su acercamiento a la URSS y a la China de Mao. Lo dicho, un viaje largo y lleno de arrebatos, arbitrariedades y peligros. Y el biógrafo se las arregla para meterlo todo en un libro, sin evitar desvíos que podrían ser innecesarios o farragosos. Hay mérito.

Y sin embargo la opción por Descartes y sus ejes milimétricos, la ambición de desnudar, de encontrar “la verdad”, que ayuda mucho y jerarquiza el libro, no puede evitar cierto aroma de encierro, de camisa de fuerza usada. Soldado nacionalista, fascista militante aunque muy hablador, fabricante de intrigas, lejano conspirador, alegre comunista sobre el final terrible de su vida, Malaparte fue un excelente publicista de sí mismo. Dandy le queda chico. Tocaba todo. Antifóbico, experimentaba y seducía, avanzaba y retrocedía. Y ese pendular es lo que no se admite. La modernidad –contradictoria y bestial– exige coherencia. Qué risa. Serra acata. ¿Hace bien? Por momentos le sale, por momentos adopta una distancia moral de la que Malaparte y el lector podrían reírse. ¿Por qué? El derrotero ideológico y físico tiene un sentido aquí y Serra lo descubre enseguida aunque decida no investigarlo. Es la relación del escriba con la fuerza, la relación del hombre de letras con la Historia. Malaparte se deja llevar ahí donde pueda cruzar su mirada (que es su pluma) con las armas, con la política, con las decisiones, con la guerra. Egotismo, egocracia, egoísmo, narcisismo: conceptos a tener en cuenta, sí, pero Malaparte es mucho más que eso. Como buen habitante del siglo XX europeo, conoció el discurso escindido de las armas y las letras y eso fue lo que contó, asomándose, avanzando sobre el terreno enemigo, sobre la vida de acción, con un valor que ni en sus momentos más reactivos Serra o sus detractores se animan a cuestionar. Cerca del escritor-soldado, entonces, pero con Europa y su cultura siempre presente en alma y cuerpo, en bibliografía y vida. (Porque César y Sila viven en Bonaparte, porque Catilina reaparece en los intentos militares del siglo XX, porque las piedras sagradas de Florencia pesan en los discursos del Duce.)

Serra abre su libro con esta frase: “Cabe aducir varias razones, todas muy buenas, para no estimarlo.” Se ataja. Malaparte ya desde su nombre mancha el impecable escritorio del intelectual inmóvil. La parte mala. La parte invertida. (El epígrafe de entrada a la bio es excelente: “Perderé en Austerlitz y ganaré en Waterloo.”) Así, cuando atraviesa momentos de debilidad literaria, Serra juzga y es el libro el que pierde. ¿Cuál era la otra opción? A juzgar una vida, el biógrafo podría haber opuesto juzgar una obra. Pero, ¿resulta lícito pedirle al biógrafo que sea también crítico literario? A Malaparte, vidas y leyendas le habría venido bien entenderse un poco mejor con los libros de Malaparte y no tanto con archivos y fechas, aunque estos componen la gran vanidad del biógrafo. Digamos que Serra se fabrica una incomprensión para mantener cierta distancia. ¿Admira a Malaparte? No, pero admira su obra y curiosamente la lee poco, la solapa, sin desmerecerla la desluce.

Y si no aparece el crítico, como lector, Serra se decanta por incluir en este libro alusiones a otros de sus libros, sobre otros autores. A veces las relaciones son pertinentes, a veces no. Hay una presencia no desagradable pero sí imprevista y constante de Drieu La Rochelle, Louis Aragon y André Malraux que atiende a un ensayo – ensayo biográfico, al estilo vidas paralelas– que Serra publicó en el 2008, titulado Les frères séparés: drieu la rochelle, aragon et malraux face à l’histoire. Los cuatro autores, sumando a Malaparte, arman una especie de friso europeo de las ideologías sino erradas al menos erráticas. Pero a ninguno de los cuatro se lo lee hoy en la Argentina. Son quizás demasiado europeos de la vieja escuela. Y eso los hace interesantes. Como fuere, si Serra no logra desanudar el problema del biógrafo que escribe sobre el autor que escribe sobre sí mismo, logra ofrecernos un libro ágil, sólido y de lectura intensa. No es poco.

Así las cosas, Malaparte, vidas y leyendas se presenta como “la biografía definitiva de Malaparte.” El slogan no deja de ser una estrategia publicitaria. La biografía definitiva en Malaparte no puede ser otra cosa que sus propios libros. Su obra vale, habla, se completa y se basta a sí misma. A la inversa de la mirada positiva, es Serra el personaje de Malaparte y no a la inversa. Es el biógrafo el que está siendo narrado, apuntado, acompañado por el biografiado. Sobre el final, en la visita a Casa come me, la casa del escritor en Capri, Serra lo comprende y lo hace explícito. Incluso deja entrever que ha tenido varias conversaciones imaginarias con Malaparte y que siente su presencia. No solo en esa silla vacía en la que no se sienta, sino a lo largo de toda la escritura del libro. Autor exitoso en su momento, hoy no olvidado pero nada central, Curzio Malaparte estuvo en el corazón siempre incómodo de la Europa del siglo XX y nos dejó testimonio de ese paso. Malaparte, vidas y leyendas no resulta un mal ingreso a esa vida y obra a la vez íntima y universal, aterradora y elegante, como solo pueden ser los mundos italianos.

Algo más: La biografía obtuvo en 2011 el Premio Goncourt de Biografía y el Premio Casanova, y fue finalista del Prix de Biographie 2011 de L’express-lire. Son datos menores, blasones de aguanieve que el lector aceptará con una mueca irónica, aprendida en libros sin premios, sospechosos, vivos, tentadores, ambiguos, biblioteca lateral que hoy incluye, desde ya, las obras del mismo Malaparte.