Por Juan Terranova. Lunes. En mi biblioteca tengo cuatro ediciones de Madame Bovary. Tenía una más y se la regalé a Funes. Le había gustado la encuadernación y se la di. Fue como hace dos años. Cuatro veces Madame Bovary, pero apenas recuerdo haber hecho dos lecturas. Hace unos días leí un artículo de Kiko Amat donde confesaba, sin culpa, que Flaubert no le decía nada. Hay un tema con Madame Bovary. Es una lectura que trata el desencanto de ser adulto. No hay rock and roll que valga ahí. Ahora, si Bouvard y Pecuchet no te dicen nada sos demasiado viejo. De paso, Flaubert, Bouvard, Bovary. Es como una familia.
Martes. Limpieza. Hacer limpieza. De papeles. Ordenar libros. Tirar revistas, folletos. Encuentro unos viejos ejemplares de El ojo mocho y me pongo a leer. Se hace tarde. No limpio ni ordeno nada más. Diciembre tiene esas cosas, esos momentos. Es un mes muy especial, escatológico, ansioso, abrupto, hermoso.
Miércoles. Si uso menos palabras, todo mejora. La prosa tiene más fuerza, más precisión. Pero pierde peso. Hay un sensación de olvido, de ligereza, que me gusta pero no me convence. La literatura debería ser... ¿qué? Algo más, justamente, algo con peso. Más hegeliano, más robusto. El aforismo nietzscheano, esa seducción. Y al final, después de mucho pensar, la decisión de cómo va a ser el estilo la termina definiendo el estado de ánimo.
Más tarde. Schoenberg en YouTube. Tres palabras. Tres idiomas. Un solo concepto contemporáneo.
Más tarde. Facebook, escuela de retórica.
Jueves. Leo un titular “Una artista japonesa propone que mujeres den a luz delfines para luego convertirlos en platos exóticos.” El copete de la nota informa: “La diseñadora japonesa Ai Hasegawa visualizó el proyecto más bizarro y seguramente controversial de los últimos tiempos. Asegura que puede resolver la hambruna, la crisis de especies en extinción y nuestra avidez para reproducirnos”. No leo más.
Jueves, más tarde. Distracción. Me lleva una hora y media abrir un archivo de word. Pongo en Twitter: “El campo popular tiene muchas montañas, varios pantanos y muy pocas llanuras.”
Más tarde. Una pintada en mi barrio. Aerosol negro sobre pared blanca: “El odio a los ricos es un juguete de ricos aburridos.”
Viernes. "Si no los convenzo con una canción los voy a liquidar con una explosión" decía el lobo de The tree little bops. Los tres chanchitos tocan jazz y el lobo quiere tocar con ellos y no lo dejan porque toca mal. Me identifico con el lobo. Como siempre a los lobos que tocamos mal y bailamos bien nos dan reivindicación postmortem. Vuelvo a ver The tree little bops y siento lo mismo que sentía cuando lo veía de chico: fascinación y admiración, y un profundo cariño hacia esos personajes y esa compleja y melancólica historia.