Por Juan Terranova. Lunes. Murió Doris Lessing. Lo único que sé de ella es que estuvo simpática cuando se enteró de que había ganado el Nobel. Su primera reacción fue decir “Oh, Christ.” Baja de un auto, supongo que era un taxi, y la están esperando los periodistas. Venía del mercado. Los periodistas le ponen el micrófono y le dan la noticia. “Oh, Christ.” El tipo que la acompaña con las compras es un excelente personaje secundario, con las cebollas y el alcaucil. Hay video en YouTube.
Martes. Pienso en qué clase de creatividad tenemos. Le escribo a un amigo: “Tenemos la creatividad de la clasemedia, de la clase trabajadora liberal, la creatividad que sale de la sombra de la miseria, de la que surge del resentimiento y de leer libros por placer.” El me responde sobre las causas perdidas y su magnetismo. Hablamos de nuestra pequeña épica intelectual y porteña. El sueño de Walter White vive en nosotros: ser muy rentables a partir de conocimientos teóricos que se vuelven prácticos. La Buenos Aires idealista, la Buenos Aires teórica y la Buenos Aires lumpen se superponen todo el tiempo.
Miércoles. Otra de un premio Nobel. La editorial El hilo de Ariadna –¡ella nos sacara del laberinto oscuro dominado por el monstruo analfabeto!– acaba de lanzar una colección con libros seleccionados por Coetzee. Bueno, no es tan mala idea. La vieja costumbre de la biblioteca personal. ¿Qué libros eligió Coetzee? Madame Bovary, La letra escarlata, algo de Musil... En fin, libros que se pueden descargar en Internet de forma gratuita o comprar en ediciones baratas o caras en cualquier librería. Y encima las tapas parecen diseñadas por un evangelista. ¿Cuánto dinero habrá cobrado el Nobel por eso? La cifra me obsesiona. Me la imagino alta, altísima, y después muy baja. Cualquier número me sorprendería.
Jueves. Campaña denunciando a los golpeadores de mujer. ¡Una más! Titular: “Se tomó una foto al día, para demostrar la grave violencia que vivía en pareja.” Pero no, es una actriz maquillada. Foto tras foto, se va convirtiendo en una zombie. Al final posa con un cartelito que dice: “Ayúdame. No sé si llegue a mañana.” (O eso se comenta, porque está escrito en algo que puede ser cirílico.) Luego podría tranquilamente pedir una donación. La mujer maltratada zombie se chupa tu dinero y tu lástima. Es la estetización última y completa de la violencia. Obviamente ella es blanca y hermosa. ¿Hay un deseo oculto de ser golpeados para sentir algo diferente y que venga un desconocido a apiadarse de lo que nos pasa? La miseria como moneda de cambio. Neurosis contemporánea llamando al Planeta Paranoia. Pongo mis reflexiones en Internet y me llueven insultos.
Jueves, más tarde. Una amiga me manda esta larga cita de Jacques Alan Miller: “La femineidad encuentra, de modo habitual, la manera de marcarse y distinguirse con todas las insignias de la deficiencia. Es decir, como si llevar un signo de deficiencia tuviera la virtud de intensificar el carácter de la femineidad (...) Ponemos pues en escena al sujeto masculino que busca la prueba de la feminidad en un objeto del otro sexo del cual exige, como una condición del deseo, que esté marcado por la pobreza (..) En la misma línea, el hombre puede buscar a la mujer por excelencia en la mujer herida; en la mujer golpeada, por él mismo o por otro." Miller es crítico con estos roles, pero su descripción resulta precisa. Terrible y precisa. (Hay un problema si las militantes se hinchan de orgullo y gozan victimizándose y encima quieren que yo goce victimizandome con ellas, aceptando su indignación, su prepotencia indignada, o, si eso no me sale, que me solidarice con dolor-goce-indignación. Y si no lo hago y señalo su frivolidad, su falta de perspectivas, sus contradicciones, me insulten y me agredan porque no respeto ese dolor-goce-militancia. Oh, Sacher Masoch, tu fantasma recorre mentes aturdidas que te ignoran.)
Viernes. Me estuve escribiendo con Elvio Gandolfo y hoy me acordé de una vez que llegó a la redacción donde yo trabajaba y comentó que había encontrado en una librería de viejo varios libros de Thomas Bernhard. Preguntando había averiguado que eran de un médico que solo leía a Bernhard. Se había muerto y la mujer le había vendido toda la biblioteca. La imagen me gustó. No recuerdo si fue en Montevideo o en Buenos Aires. Con el tiempo que deforma todo fui construyendo la escena en Montevideo, una serie de escenas. Los libros apareciendo en español, pero también en inglés y alemán. Las novelas, las obras de teatro, incluso los libretos que Bernhard escribía para ópera, artículos en papel amarillento adentro de los libros, las difíciles colecciones de poesías. Y los lectores atentos buscando y recibiendo esa herencia vía los trapicheros del mundo del usado. Aquí y allá, entonces, la biblioteca de ese médico que solo leía a Bernhard. Qué personaje. Los libros subrayados, anotados, con comentarios bien de médico, cáusticos, resignados y, al mismo tiempo, vitales. Ya sabemos que uno se hace adepto a cualquier cosa. ¿Cómo no dejarse seducir hoy por una letra manuscrita en un libro perdido? Y al final, el rumor de que en realidad el tipo está vivo. Siempre me pareció que Montevideo y algunas zonas de Buenos Aires tranquilamente podrían haber formado parte del Imperio Astrohúngaro. Y que el pesimismo de Bernhard era muy del estilo Rio de la plata. Le conté a Elvio y le escribí: “Es uno de esos recuerdos sobre los que solemos decir "ah, debería escribir un relato." Y al final uno nunca escribe nada. O escribe un mail, como este. Que no está mal tampoco, desde ya.”