pinky y cerebro

Por Juan Terranova. Lunes. Justin Bieber cantó poco, lo estipulado por contrato. Luego pidió disculpas y dio por terminado su show. Esto fue en algún momento del fin de semana. (Cuando vino Prince por primera vez hizo algo similar pero no pidió disculpas ni nada.) Las fanáticas inundaron las redes sociales con injurias al ídolo, aguerridas defensas, compromisos de eternidad y exabruptos de todo tipo. Me atreví a hacer un comentario y me insultaron con énfasis. Verifiqué más crispación que con las feministas, lo cuál ya es decir algo. Según leí Bieber viene de arrebato-rock ya desde Brasil donde una groupie lo filmó durmiendo. Al salir y decir que se sentía mal y que el show terminaba, este pequeño Elvis 2.0 –¿Es mala la comparación? ¿Por qué?– les dio a sus fans algo más concreto que una fantasía pop: les dio una decepción. Una dura y cruel decepción. En el plano artístico nunca logró tanto. Ahora miro fotos de pintadas que las fans hicieron cerca del estadio: “Justin te como la waska” y “Justin colame los dedos.”

 

Martes, de mañana. Cuando enciendo las computadora hacia las ocho de la mañana, en Italia ya es mediodía. Mientras en Argentina la cosa recién se pone en marcha, allá las redes sociales están en su momento de auge. Así que tengo mañanas italianas. "È una brutta cosa ma mi fa piacere" leo en Twitter. Más tarde: “Che cosa orribile il vittimismo. Chi si piange sempre addosso, se ne fotte della sofferenza degli altri.”

Miércoles. Durán Barba dijo que Hitler era “un hombre espectacular.” Macri tuvo que salir a negarlo. El INADI citó al peruano. Supongo que en la audiencia un montón de travestis le van a escupir para que aprenda a ser mejor persona. Ahora bien, el adjetivo no es malo ni errado. Adolf, el Gran Régisseur. ¿No decía Dalí que fue the ultimate surrealista porque hizo un happening usando Europa como la única y más conspicua locación? En las redes sociales todos se ríen de Durán Barba, del INADI y de Hitler. Twitter es el Stalingrado de la corrección política. Un amigo me dice que cuando el INADI consiga presupuesto para tener fuerzas represivas nos vamos a tener que exiliar. “Es gente más dada a apretar que a discutir” me dice. Exagera. (Espero.)

Miércoles, más tarde. En la web, leo diálogos de Pinky y Cerebro transcriptos del dibujito animado. Está el más conocido primero: “¿Qué haremos hoy, Cerebro?” pregunta Pinky. Cerebro responde: “Los mismo que hacemos todas las noches, Pinky... ¡Tratar de conquistar el mundo!” Hay otro que me gusta mucho también: “–Cerebro, ¿Me das otra bolsa de maní?” “–Ya te lo dije Pinky, no es maní, son rocas.”

Jueves. La guardería montonera, un libro de Analía Argento. Extraña pornografía zurda.

Jueves, más tarde. “No me interesa lo fácil” escribe Carlos Droguett en el comienzo de Sesenta muertos en la escalera.

Viernes. Hastiado de computadora, de la luz de la pantalla, la conexión, la información, la lectura y el trabajo, me dedico a vagar antes de cerrar el día. ¿Qué me salva? ¿Cómo sigo un poco más? Pongo “Luis Buñuel” en Google y encuentro Mi último suspiro, el libro que el cineasta hizo con la ayuda de Jean-Claude Carrière, y ahí sí, después de leer, cierro todo y me voy a dormir. Copio un párrafo: “En este libro semibiográfico, en el que de vez en cuando me extravío como en una novela picaresca, dejándome arrastrar por el encanto irresistible del relato inesperado, tal vez subsista, a pesar de mi vigilancia, algún que otro falso recuerdo. Lo repito, esto no tiene mayor importancia. Mis errores y mis dudas forman parte de mí tanto como mis certidumbres. Como no soy historiador, no me he ayudado de notas ni de libros y, de todos modos, el retrato que presento es el mío, con mis convicciones, mis vacilaciones, mis reiteraciones y mis lagunas, con mis verdades y mis mentiras, en una palabra: mi memoria.”