niños de una guerra

Por Juan Terranova. Domingo. “Let a woman be a woman and a man be a man.” Lo dijo Prince. Me lo imagino canoso mirando un plasma de mil pulgadas en una mansión de Los Ángeles, vestido de seda amarilla. “Pasame la guitar que canto algo." Una chica negra que usa con una larga trenza le acerca el instrumento. Una escena así sería, para mí, la verdadera incógnita de las teorías de género. Busqué su casa con el Google Earth asumiendo que la pileta tiene la forma del símbolo con el que firmaba sus discos hace algunos años. Terminé perdido por la Costa Oeste, recorriendo sus arrabales y boulevares y mirando los grandes espacios en blanco como si fueran tentadores vacios de la cultura univeral. Mientras, Prince canta "Maybe you're just like my mother/ She's never satisfied (She's never satisfied.)"

 

Lunes. Y a mis treinta y siete años, después de una vida obsesionado con el significado, comienzo a ver el recorrido, el relieve, la silueta del significate.

Martes. Leo sobre Operación Babylift, la evacuación de más de 3.000 niños huérfanos al final de la Guerra de Vietnam. ¿Serían hijos de militares muertos en combate? ¿Qué habrá sido de la vida de esos bebés? Si fueran protagonistas de una novela de Vonnegut podrían usar una remera que dijera: “Yo fui huérfano evacuado de Saigón.”

Miércoles. Encontré una página de una historieta donde el padre de Zipe y Zape intenta venderle a un editor su larga novela. Podría ser bibliografía útil para el joven escritor. Al final aparece un león que intenta comérselos a todos.

Jueves. Compré Kaputt de Malaparte en italiano. Y también una vieja edición, casi pulp, de Mamma marcia. Tradujeron el título como Madre marchita. A primera vista parece demasiado pudorosa. Serra en su biografía como habla del libro como Madre podrida. Ninguna de las dos opciones tiene lastres “ma” del original, esa especie de madre y media. Madre marchita suena más delicado. No sé cuál de las dos está más cerca de Malaparte. Ambas funcionan bien. Aunque lo podrido siempre resulta más pesado, más difícil de remontar, más fácil de ver, de oler, de sentir.

Viernes. Viajo a Córdoba a presentar el libro de Lo Presti. Voy a remontar mi relación con Flavio a la polémica que tuvimos ya hace años y con la que nos conocimos. La clave, o una de las claves, creo, es que compartimos genética calabresa. Copio un fragmento de lo que leí: “Los comerciantes del litoral son efusivos en la Italia del sur. Los montañeses son hoscos, taciturnos, calculan en silencio. Los piamonteses, por ejemplo. Los de Salerno, de Cosenza, de Napoles, de Siracusa, tienen otras necesidades. Se expresan. Sospechan en vos alta, lo enuncian: “vas a intentar pasarme, lo sé”, y así se miden. No hay tiempo como en la montaña de largas miradas, de inspecciones detalladas durante caminatas y difíciles ascensiones. En los puertos hay que insultarse, agredirse, comunicarse rápido, abreviar, porque los barcos se van y hay que cerrar el intercambio. El honor vale, pero también vale la agresión. Esta idiosincracia contempla algún que otro golep por abajo del pantalón.” La violencia, básicamente, como parte intrinseca del nacimiento de la comunicación.

Viernes, más tarde. Pienso un título: “Prince y los huérfanos de Saigon.” Todo se puede comprimir siempre un poco más. Pienso en comprimir y sintetizar, que no son sinónimos, como los principales procedimientos literarios de la madurez. Debería analizar más esta tendencia positiva.