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Por Juan Terranova. Lunes. Terminaron las vacaciones de invierno. En mi agenda dice que hoy se cumplen treinta años de la muerte de Luis Buñuel. Escribo una breve nota para recordarlo y en vez de hablar de sus películas, de sus excelente y reveladoras películas, me detengo en la carta que le escribieron con Dalí a Juan Ramón Jimenez. Es una carta muy buena.

 

“Nuestro distinguido amigo,
Nos creemos en el deber de decirle -sí, desinteresadamente- que su obra nos repugna profundamente por inmoral, por histérica, por arbitraria.
Especialmente: ¡¡MERDE!! para su Platero y yo, para su fácil y malintencionado Platero y yo, el burro menos burro, el burro más odioso con el que nos hemos tropezado.
¡MIERDA! Sinceramente
Luis Buñuel – Salvador Dalí”

Acto de justicia literaria, en muy pocas líneas, el cineasta y el pintor enmierdan en francés y en castellano a Juan Ramón Jiménez y al Platero pequeño, peludo y suave, que todavía no se había escolarizado pero ya idiotizaba las cabezas de los niños y los adultos. Los adjetivos de la carta son precisos y en un doble movimiento señalan que Jiménez oculta, y por ocultar, falla como escritor. Cuando el futuro premio Nobel convierte al burro español en un perro bueno, en una mascota bella y educada, cuando opera para mostrar al “burro menos burro”, no mejora ni actualiza la imagen de España en el mundo, sino que le quita su identidad. La mierda en francés nos lleva enseguida hasta Ubu Rey, pero en la acusación de “inmoral” es donde mejor se exhibe la conexión entre las primeras vanguardias del siglo XX –unidas a procesos modernizadores– y la potencialidad de la periferia atrasada y pobre. Platero y yo es inmoral porque miente allí donde no hay que mentir, justo ahí, en la brutalidad del burro.

Martes. Ayer, en la Fundación Descartes, discutimos “Lituraterre”. Leyendolo, sin información adicional, deduje que Lacan le respondía a alguien, y que estaba ofendido, indignado por algo. Me animé a decir que alguien, ese “bloque maravilloso”, le había impugnado sus lecturas de La carta robada de Poe. Cuando terminó la clase una de las alumnas se acercó y dijo que según Miller le respondía a Derrida y a Barthes. “Lituraterre” es un largo poema en prosa donde se habla de viajes a Japón, basura, ríos soviéticos, ideogramas, diccionarios y autopistas vistas desde el cielo. También se cita a James Joyce. Me gustó leerlo. Por momentos imaginarlo al francés enculado porque los madarines de la crítica literaria –esa disciplina de los restos– le impugnan sus lecturas me divirtió.

Miércoles al mediodía. Empiezo el día leyendo una “nota” con las “diez multinacionales más peligrosas del mundo”. Chevron intoxica los bosques tropicales, Phillip Morris produce cáncer masivo, Coca-cola usa tres litros de agua por cada litro de su producto, Nestlé desforesta Borneo para bajar el precio de los aceites vegetales. Por atrás de la lista lo que aparece es una crítica ecológica al capitalismo y una negación del deseo de los hombres. Combustibles, tabaco, chocolates... También está en la lista De Beers, una empresa que se dedica a la extracción de diamantes en África y, desde luego, lo hace con brutalidad. Después leo en el sitio de CNN en español y con fecha de ayer que la multinacional farmaceútica Pfizer, que está en la lista por sus experimentos con niños africanos, acordó pagar una multa de 491 millones de dólares por la comercialización ilegal de un medicamento que impide que el sistema inmunológico rechace un órgano trasplantado. Sus usos no estaban aprobados como “seguros y efectivos” por la Administración de Fármacos y Alimentos de Estados Unidos. Más tarde encuentro un link a las reseñas y columnas de Terry Eagleton en The Guardian. Hay una que me gustó, es parte de un sermón secular que se da los domingos en Londres donde Eagleton decidió tomar el tema de la virtud y su caída moderna en desvalor. Empieza así: “The devil, so they say, has all the best tunes”.

Jueves. Llego al Chaco. En micro, temprano, cruzo el puente que une Corrientes con Resistencia. El río Paraná, abajo, está crecido. Se lo ve firme, sin olas, compacto. Un escritor local, Hernán Hotes, me dice que Corrientes es católica, ordenada, tradicional, pudiente y Chaco es anarquista, nueva, atea.

Jueves, más tarde. En el Museo del Hombre Chaqueño hay un escudo de la década del 50 que dice “Provincia Presidente Perón”. Leo que Sarmiento, en 1872, firmó un decreto que creaba el Territorio Nacional del Gran Chaco pero lo hizo sin mapas ni trazados precisos. Hacia el Oeste, el Gran Chaco no tenía una frontera definida.

Jueves, sobre la noche. ¿Chaco es el estado chaqueño? El trato en los comercio parece estatal, por eso la ciudad y los viandantes tienen algo de soviéticos, de ciudad rusa de provincias. Escribo en Twitter: “Los Montes Urales del Territorio del Gran Chaco”. El adjetivo “chaqueño” suena muy bien. Es fuerte, recio, preciso. La “ch”, la “qu” y la “ñ” le dan un fraseo definitivo. Tres ataques bien diferentes y cortantes. Pero cuando pregunto por el genticilio de Resistencia me dicen que no hay, que no existe. Leo que los indios, oprobiosamente llamados “pueblos originarios”, habían descubierto la forma de comunicarse telepáticamente, y que esa comunicación les resultaba a la vez dolorosa y adictiva. Resistencia es la la capital nacional de la escultura y en sus calles hay figuras, bustos y abstracciones en acero y piedra. La mayoría me resultan viejas, anacrónicos rezagos de la década del 60. Sí me encuentro en la loba que da de mamar a los fundadores de Roma, alta la plaza central.

Viernes. Escribo en el pequeño hotel soviético de la calle José Hernández y la mujer que sirve el desayuno me mira con desconfianza. Chaco, todavía un enigma para mí.