pajaritos twitter

Por Juan Terranova. El mayor dilema que enfrenta la escritura con pretensiones de arte en la actualidad es la autonomía. ¿La autonomía, un dilema? No es algo nuevo. Sin embargo, en sus extensiones, sus contradicciones y sus raíces hoy se registran cambios. ¿Habría que pensar antes qué significa la palabra “arte” ligada a la manualidad de escribir y sobre todo qué se entiende por “pretensiones”? ¿Por qué no limitarnos a “literatura”, ese corpus de centro consolidado y bordes siempre resbaladizos? Intentemos bajar a la taxonomía y los casos. (Esa es nuestra metié.) De tener que elegir un género de ficción para comenzar a desenredar el tema me quedo con el género moderno por antonomasia, la novela.

Históricamente la novela nació y evolucionó tensada por lo social. Se consolidó como artefacto narrativo con el surgimiento de la modernidad y fue su cámara de resonancia. Tuvo una edad de oro en el siglo XIX, y una segunda edad de oro en el siglo XX. La primera fue imperial, napoleónica, folletinesca, apasionada y apasionante, vital, de merengue y balazo; Dickens, Balzac. La del segundo fue todo eso y también experimental, ácida, melancólica y abrasiva, demasiadas veces mortuoria; Joyce, Proust. ¿Alguna vez le perdonaron los teóricos ser pariente menor de la épica comunera o nacional? Los grandes narradores del siglo XIX todavía rozaban, en escritura o en vida, el mito fundador. (¡Incluso en España y Latinoamerica!) Luego, la forma reventó. Pero en ningún momento dejó de ser autónoma, universo cerrado sobre sí mismo, administradora de sus propias reglas. Nunca dejó de ser “obra” indivisible, acotada, destructora con todo quizás, incluso con la lengua, pero nunca consigo misma. La novela es una pieza, como puede y suele serlo un cuadro de caballete, una sinfonía, una oda. El género vive así su plenitud hasta la llegada de la electricidad. Fue entonces cuando un grupo de autores sincronizados con su época comenzaron a matarla básicamente por una cuestión comercial. Se escuchó mucho, y todavía se escucha, la simple frase dramática y sus variaciones: la muerte de la novela, la novela ha muerto, la novela está muerta. Cada uno de estos pequeños ritos funerarios, esgrimidos en el momento justo, no hacían más que registrar que, por un lado, la modernidad nace sufriente, violentada por y en sí misma, inestable, “en crisis”,  y, por el otro, que la novela seguía vigente como género de búsquedas formales y ontológicas. Es el mutante que se come todo. Lo selañó Tinianov. A veces se indigesta. (Eso lo señalo yo.) Pero básicamente todo puede ser novela y novela es todo. Con su acta de defunción en la mano, el género seguía avanzando y seguirá adelante por mucho tiempo más. En otro canal, hoy, y hete aquí la novedad de esta glosa, a la novela no la desafía el cine o la televisión, sino la web. (Y quizás el desafío no sea a la novela sino a sus lectores, o incluso a sus lectores privilegiados y solitarios, los críticos.)

Los mejores autores de novelas entendieron rápidamente que la autonomía del género que trabajaban les podía servir como herramienta para decir aquello que no se podía decir. Aún lo entienden. Idas y vueltas con responsabilidades de orden político y moral, adhesiones partidarias, búsquedas en la forma para lograr más y mejor mímesis, máscaras lúdicas o siniestras, discusiones sobre el valor de la ficción, se dieron y se dan en todas partes. Sin embargo, las novelas pueden, como artefactos, compilar todo esto para ser llevado en el bolsillo. El héroe de la novela 1 puede reaparecer en la novela 2, pero eso no afectará la lectura autónoma de la novela 1. El héroe de la novela 1 puede ser un espía, o un político, o ambos. El héroe de la novela 2 es su autor y al mismo tiempo es otra persona. Ahora bien, no es lo mismo leer un soneto de un viejo recorte de diario que de un libro encuadernado y forrado con piel humana. Todos los géneros y soportes pueden sufrir fragmentaciones y condiciona la lectura. Sin embargo, en los géneros y soportes de la web la fragmentación, la variación y la yuxtaposición resultan intrínsecas y continuas. La web abolla el tótem de la autonomía de la literatura, lo cuestiona en silencio, sin darle importancia, digamos que lo avasalla, lo transgrede, pero no lo reconoce. Como alguien que rompe algo y jamás se da cuenta hasta que un testigo viene y se lo señala: “Señor, está parado sobre mi capa”.

Las redes sociales y otras extensiones digitales de la web atravesadas de escritura proponen una escritura continua, poco o nada autonomizable si se la lee en ese mismo formato o soporte. Facebook es puro instante, Twitter surfea un poco más la coyuntura, pero hay diálogos, lentos o tan veloces, una coralidad que es imposible repetir o recuperar en toda su dimensión. Y así. Todo lo que pasa en la pantalla se volvió un working progress. La superposición y la disrupción son constantes. Algo se lee y pasa. Algo no se lee y se va. Lo enunciado puede ser modificado, subvertido, cambiado, parodiado, manipulado, comentado, editado. En las redes sociales la cosa, nosotros, el mundo, que se fuga, se escapa al futuro. Por todo esto nos cuesta identificar una cuenta de twitter como parte de la obra de un autor. Y sin embargo, creo que hay cuentas de Twitter donde la voz autoral es fuerte, nítida, lírica. Se impone. No se trata apenas de información o pérdida.

Hace unos años nos costaba identificar un blog como parte de la obra de un autor, pero ahora que los blogs sufrieron un importante reflujo, casi llegando al anacronismo, no es tan complejo ver que ahí hay algo recortable y analizable. (Todo finalmente parece ser una cuestión de marco, una lección que ya la enseñó tempranamente Duchamps, y bastante antes, el romanticismo alemán.)

Estirando la idea, la gran novela del kirchnerismo es la novela coral e inaprensible en su totalidad que propone Twitter. Y su folletín, su semanario ilustrado, su revista de variedades, puede verse en Facebook. Seguir jugando con este tipo de trucos retóricos y construcciones analógicas no parece difícil. Prefiero hacer otras preguntas: ¿cómo leer, cómo trabajar críticamente con un texto que aún no se cerró, que no tiene final? ¿Cómo separar coyuntura o autor de un texto que no parece ser otra cosa que coyuntura y autor? ¿Cómo desmenuzar esa mezcla de autores, ese rejunte caótico de voces, que hay en las redes sociales? ¿Cómo enfrentar ese caudal imparable, ese continuo de logos asistemático pero rítmico? No son preguntas raras ni difíciles. Ni siquiera son nuevas. Muchos de los textos que hoy estudiamos como “literatura” en otro tiempo fueron “periodismo”. El Facundo se publicó como folletín. Las aguafuertes de Arlt como artículos sueltos en los diarios. Borges mostró sus primeras prosas, las de Historia universal de la infamia, seriadas en la Revista Multicolor. La hybris narrativa es más importante que cualquier título o soporte. El que sabe narrar, el que cuenta de forma magnética, el que cautiva nuestro interés, se distancia de los rótulos. El miedo de muchos autores consagrados -pertenecientes al ciclo evolutivo anterior-, ese miedo a que sus textos sean “tergiversados” -Franzen, Auster, Roth- es una paranoia residual de aquellos que veían en el papel la única vía posible de trascendencia y una legalidad. También un síntoma: su voz autoral no es lo suficientemente fuerte como para sobreponerse, para abrirse paso. ¿Necesitan estos grandes maestros de la lengua un editor, una institución, que los sostenga? Definitivamente no. Sin embargo, al desconocer, temen. Y proyectan un reflejo de insuperable autoestima: el mal es la modificación de lo que escriben porque siempre será una mala modificación. El problema reside, como siempre, en la lectura mucho más que la circulación, y hoy la lectura diluye, o al menos descascara, la idea de autor del siglo XX. “Tampoco es que el papel fuera garantía de nada” se les podría agregar como adenda a estos viejos amurallados. (Es curioso que estos autores hayan jugado a los dobles y las reproducciones y hayan incorporado los malentendidos y los equívocos como parte de sus ficciones pero no puedan lidiar de forma más o menos coherente con el mundo digital y sus gestos barrocos.)

Más allá de este debate, en el terreno de la vitalidad, el botón de descarga que -se dice- Twitter estaría por implementar se transforma hoy en un dispositivo de encapsulamiento autónomo. (Otra vez señalo que todo es cuestión de un marco, y ahora agrego que hay marcos que los legos no logramos imaginar y los genios sí.) Las famosas frases de 140 caracteres dejarán de volar sueltas y se independizarán del empastado flujo cibernético. ¿El PDF emergido admitirá una lectura lineal, pausada, sin interrupciones, se hará presente una voz autoral compacta y no indecisa? Dictaminar eso quedará en manos del crítico. Para los lectores resta el placer de leer.  Y una cosa más: el que logre doblegar literariamente las redes sociales dentro de las redes sociales será simplemente nuestro Cervantes y su narración, nada menos que el Quijote del siglo XXI. Aunque quizás exagere influido por la arrebatadora luz de la pantalla.