Por Juan Terranova. Lunes. Me desvelé y me puse a leer unas Billiken del año 37. Hacía calor y me imaginaba, en la madrugada, a los niños que había comprado esa revista hacía décadas. Hoy o son muy viejos, o están muertos.
Martes. No leí ni escribí nada. Estuve todo el día nadando y tomando sol. Apenas me acerqué a la computadora hacia la medianoche y puse algo en Facebook. No recuerdo qué.
Miércoles. Redacto una breve columna para la Revista Paco, que es nueva y en la que participo con algunos amigos. Mi aporte se llama “Necesito amor” y es sobre la indigencia emocional de las redes sociales. Temo que se me malinterprete porque “indigencia” tiene características muy negativas.
Jueves. Leo una nota de Fernando Iglesias en La Nación. Se titula “Apocalipsis frío”. Es poesía paranoica de alto impacto, distopía argumentada con retazos de elegancia, con fragmentos de economía para lerdos. La idea es que el gobierno gasta los beneficios de la soja en planes sociales y por eso la cosa no estalla como en el 2001. Pero, según Iglesias, estamos peor que en el 2001 y un fantasma se come nuestras entrañas en silencio. Por eso el Apocalipsis es frío. En un momento habla de la “africanización” de la Argentina. Todo está escrito de forma muy senil, hermosa, exagerada y bestial. Por momentos parece una lujosa y masturbatoria charla de café. ¿Qué otra cosa debe ser una columna en La Nación o en cualquier medio? Seguramente este artículo existe más allá de la ciencia-ficción, digo, existe el paper universitario que logra identificar los problemas y los defectos del kirchnerismo, pero aquí solo tenemos la lírica del horror que se avecina. En mi caso, con tanto amague, voy a creer en el Apocalipsis, solamente cuando empiecen a caer pedazos de piedras incendiados del cielo, o en su defecto -para seguir a Iglesias- pedazos de hielo. Antes de eso, desconfío. La del Apocalipsis es una carta fácil porque siempre gana, porque todo se está terminando, todo el tiempo, todo junto, dentro de nuestra modernidad periférica. Desde luego, saber esto no me impide disfrutar de estos pequeños hallazgos paranoides del periodismo contemporáneo.
Viernes. “Santiago tiene un sabor propio, un sabor triste, intenso. La tierra es amarilla. El suelo es arena en su mayor parte, el verde es realmente gris. Hay varias casas viejas y bonitas, de gran belleza y nobleza. Te echo de menos todo el tiempo. Ayer hablé sobre Henry James y Wells y la flor-sueño de Coleridge. Hoy hablaré de La Cábala. Mañana, Martín Fierro. Después iremos a Tucumán...” Borges escribiéndole a Estela Canto desde Santiago del Estero. El fragmento está originalmente en inglés y lo encontré en Borges a contraluz. Santiago has a flavour of its own, a sad, wistful flavour...