Por Juan Terranova. Lunes. En Facebook, Jordi Carrión, a raíz de una nota de Mavrakis, se pregunta si “una tecnopoética puede tener nacionalidad”. Le respondo que sí. Él agrega: “No me extraña, siendo Argentina, por el lado de la "poética"; pero no creo que por el de la tecnología tenga mucho sentido ese concepto... (Seguro que el libro es interesantísimo, y lo acabaré leyendo, sólo ironizo sobre la cuestión nacional, por mis convicciones posnacionales, sobre todo cuando hablamos de arte en red, etc)”. Hay un par de chicanas sutiles en esta respuesta. Carrión nos reprocha -o al menos me ha reprochado- una especie de “monólogo argentino”. No sabe hasta que punto tiene vigencia y utilidad esa idea. El monólogo argentino. Un monólogo alucinado y paranoide, desde luego. Un monólogo pampeano, agreste, el habla narcisista para el vacío. Hago un comentario más: “Queda clara la ironía y la aprecio. Es más, la siento válida. Pero lengua y nación son conceptos que todavía nos obsesionan a los países de los arrabales del mundo. (Esto dicho por el hijo de un calabrés que nació en una ciudad de la llanura americana.)”
Martes. En la encuesta de fin de año de la revista Ñ voté Twitter. No, mentira. No me invitaron a votar. Pero habría votado Twitter como la gran novela coral del tardo-kircherismo.
Miércoles. Notas y noticias. Se está estrenando una película de zombies que se filmó en el acelerador de partículas suizo también conocido como La Máquina de Dios. La película se hizo sin permiso de las autoridades científicas y fue rodada y actuada por físicos que trabajan ahí. Supongo que se cansaron de esperar los repuestos que pedían para empezar a descubrir cuál es la fuerza que finalmente domina y dirige al mundo.
También leo que, que durante su paso por el poder, Perón contrató un alemán para curar la homosexualidad.
Estoy cansando y tengo sueño, por eso leo los artículos como si fueran una sola noticia, un solo descubrimiento, una sola película. También me acuerdo de una vez que se presentó en el Colón una ópera moderna que tenía a Richter y a la energía nuclear como protagonistas. ¿Es todo tan raro? ¿me equivoco, estoy alienado? ¿O no podrían confluir, en el recuerdo vaporoso del Proyecto Huemul, el colisionador de hadrones, la homosexualidad, la cultura del espectáculo, Alemania, Argentina y los zombies? En este siglo XXI que nos mandó Dios, homosexuales y zombies hay en todos lados.
Miércoles, más tarde. Leo mucho sobre el Caso Marita Verón y sus repercusiones en las redes sociales. Quizás el progresismo sea, finalmente, más difícil de explicar que el peronismo. También leo el periodismo de opinión que avanza en caliente. Encuentro mucha vocación de tardofolletín romántico, muy poca reflexión. ¿Ese es el estado mental argentino? ¿Lo fue en los últimos cien años?
Jueves. Descargué una versión en mobi del Yo, Pierre Rivière, los textos de y sobre el parricida francés que editó Foucault y algunos de sus discípulos. Lo recorrí al azar. De la introducción resalto esta frase: “Seamos sinceros. Quizás no ha sido esto lo que nos ha demorado más de un año sobre esos documentos, sino simplemente la belleza de la memoria de Rivière. Todo surgió de nuestro estupor.” En ese “seamos sincero” se oculta todo el pudor, la ternura y la miseria del lector avisado, el lector comprometido, que también llamamos “crítico”. Todo surgió de nuestro estupor.
Jueves, más tarde. Me piden una lista de libros para comprar en navidad. Digo: “ninguno”. Luego sugiero: “Compre un kindle”. (Y recuerdo que lo mismo recomendé el año pasado.)
Viernes. Un cita de Arlt literato de Carlos Correas, quizás el mejor ensayo que se haya escrito sobre Arlt. Mientras lo leo, a veces pienso que podría copiar el libro entero. “Deberé buscar otro absoluto en mi propia experiencia vivida, pues solo dentro de mí, en mi amor, en mi deseo, en mi odio, en mi violencia, y la amenaza de mi violencia, en mi muerte y en mis crímenes... Que vivo con los otros a quienes experimento, hallo lo absoluto, y no en las altas personalidades aparentes que por ejemplo me muestran los periódicos, con sus ceremonias huecas y la inanidad de sus discursos. ¿Qué pueden estos resecos y fúnebres ritos de prestigio contra la plena riqueza de mi vehemencia, de mi asco, de mi rabia.”
Viernes, más tarde. No confío en la soledad del escritor.