Dios, gran arquitecto

Por Juan Terranova. Lunes. El viejo tema de la libra de carne. A veces siento que ponemos todos, a veces, que no pone nadie. La verdadera perinola es esa.

Martes. Volvió el suministro eléctrico a esta oficina bursátil y sin mediaciones me encuentro enfrascado en una discusión sobre los usos del odio. Creo que odiar por la droga narcisista de odiar te convierte en un troskista sin base. Y agrego que encuadrado en esa minipatología nunca se generan grandes odios, al contrario, por lo general toman forma superficial. El odio importante es el que está lleno de deseo, de amor o algo similar al amor, parasitado por la atracción. Por otra parte, hay muchos tipos de odio. Eso queda claro. Los odios sutiles, el odio manso, el mal odio, el auto-odio, el odio productivo. Odiar sin que sirva y odiar sirviendo. Las redes sociales también son del odio y la envidia. La cultura digital, de hecho, muestra nuestras miserias de la comunicación por eso vamos ahí escapando del aburrimiento. Dicho esto: agrego, con todo el énfasis del que dispongo, qué época intensa y sorda nos hizo vivir el Gran Arquitecto.

Miércoles. Por recomendación de un amigo leo una entrevista a una feminista. El alimento paranoico, la sensualidad de la censura y el poder, el humor embriagante de la indignación están ahí con toda su opacidad. Estas feministas contemporáneas, que ya no luchan por el voto ni reivindicaciones laborales, son consecuencia directa de una suma de haberes que terminan redundando en una especie de programa superior, de más allá de lo humano, un programa que enmascara una rajadora pulsión de muerte. Afectación universitaria, vanidad desmedida, prepotencia, ignorancia, arrobado narcisismo, inseguridades edípicas, voluntarismo, alta autoestima, vocación para la manipulación del otro y de uno mismo, búsqueda de poder, lugares comunes, dignidad para atropellar, pretensiones desmedidas, todas formas de un idealismo mortuorio. (Listo, ahora vengan por mi cuerpo y mi mente y destrúyanlo por no pensar como ustedes y decirlo.)

Jueves. Terminé de leer Intelectuales, escritores e industria cultural de Eduardo Romano. Es una ensayo hecho en base a su tesis de doctorado sobre la revista Caras y caretas. Pero va un poco más allá. Retrata muy bien las transformaciones de la época en relación a la lectura, la industria, los medios técnicos y el nacimiento del siglo XX. Muchas de sus ideas podrían extrapolarse, con más o menos éxito, a nuestros días, cuando la cultura digital ya cambió la forma de relacionarnos y entender las bellas letras (y otras formas del arte y el entretenimiento). Hay toda una dimensión del ensayo que relaciona escritura, consumo y afectividad. Más de una vez Romano cita el libro Teorías de la lectura de Karin Littau, cuya tesis central relaciona cuerpo, lectura y sentimientos (es un libro muy bueno, salvo por la parte final dedicada al feminismo donde sus hipótesis se apelmazan y pierden calado). Cerca de estas investigaciones, Romano le dedica un párrafo, que me gustó especialmente, a la voz: “Previa al lenguaje, la voz es algo muy íntimo, ligado al seno materno, anterior e interior a la palabra, cargado de reminiscencias corporales. Por eso posee diferentes valores simbólicos: tono, timbre, amplitud, altura, registro. Más elemental que la mirada o los gestos, sale de la boca, uno de los órganos que relacionan adentro/afuera, que sirve para comer y para vomitar; pero que también adquiere protagonismo en las relaciones sexuales. A su interioridad maternal la compensan luego el orden y la razón paternas (código verbal), que proporciona otras libertades: lo simbólico revista la dimensión imaginaria sin borrar el recuerdo del grito primordial.”

Viernes. Llevará un poco más de tiempo pero creo que finalmente admitiremos esta verdad: “Arguing on the internet is like running at the special olympics. Even if you win, you're still retarded”. Lo digo con la experiencia que da haber corrido un par de maratones en silla de ruedas.

Viernes, más tarde. Leo en el periodismo de la semana reflexiones de todo tipo sobre la banalidad del mal. La banalidad del mal, la banalidad del mal. ¿Y la banalidad del bien en qué anda? Más tarde, encuentro en twitter esta frase: "No hay voyeurs que no sean masoquistas". Conocido enunciado psicoanalítico, sí, pero, en ese momento, en ese lugar, lo entendí como una revelación. Simple y directo. Desgraciadamente no tenemos traducción para la palabra “voyeur” en español. Ninguna de las nuestras logra sensualidad perversa del francés.