PARANOIA Y BRUTALIDAD/ 
Diariode lecturas (veintisiete)

foto envíada por Terranova/Por: Juan Terranova. Lunes. El deseo, aunque a veces brille, siempre es opaco.

Martes. Hace unas semanas un hombre fue hospitalizado después de haber sido atacado por otro hombre, que a su vez fue muerto a tiros por un agente de policía. La escena ocurrió en la autopista Mac Arthur de Miami. ¿Por qué disparó el policía? Porque el atacante se estaba comiendo la cara de su víctima. Los dos estaban desnudos en el asfalto recalentado por el sol. “El policía le dio la orden de alto y, al ver que el atacante no se detenía, le disparó al menos seis veces, ya que el agresor seguía masticando a pesar de los primeros balazos” dice el Miami Herald. Se trata sin duda de otra versión, una más, lugar común, de la vida imita al arte. (¿Qué debería imitar si no es al arte?) Terror de autostop en la primavera mortal del trópico, entonces. La adaptación a nuestro idioma se hace en los comentarios de la nota. Hay un salto de género. Del horror del cuerpo en el primer mundo pasamos a la política local. Del monstruo desnudo al partido y la denuncia. Nuestro goce es la imposibilidad de una democracia que nos conforme, la queja perenne, la acusación infertil, todas ellas versiones de la paranoia y la brutalidad. Los cineastas locales deberían tomar nota.

Miércoles. Compre dos libros de Edouard Duojardín. En realidad se trata del mismo libro en dos ediciones diferentes, con dos traducciones diferentes y dos títulos diferentes. Uno es Han cortado los laureles, editado por Alianza Tres y traducido por Roberto Yahni. El otro es Los laureles cortados y lo editó CEAL con traducción de Helena Marty. (Tuve de profesor a Roberto Yahni en la facultad. De sus clase me quedó una única frase: “Bajtin no abre todas las latas”. Lo recuerdo como un hombre amable, melancólico, resignado.) En ambas ediciones, a estos laureles de Duojardín se los presenta como como influencia determinante del Ulises. El mismo Joyce, parece, señaló la influencia. La transacción gira alrededor de la técnica del fluir de la conciencia. Pero a Duojardín le faltó para ser el Joyce francés. Digamos que llegó demasiado temprano a la cosa. (Quizás la cosa sea el estilo, quizás sea el mundo.) Pero incluso si hubiera tenido el talento para saltar por arriba de sus romanticonas miradas simbolistas, incluso si hubiera logrado incluir en su agenda lo obsceno y la política, lo francés de hoy no lo habría reivindicado. Fue un wagneriano, durante la ocupación, estuvo siempre del lado de los alemanes y no es tan fácil desprenderse esa etiqueta. También compré y leí Reencuentro de Fred Uhlmhan. Me lo había recomendado una alumna y lo conseguí muy barato, apenas quince pesos, en un puesto del Parque Rivadavia. El libro está todo subrayado por alguien que evidentemente estaba aprendiendo el español. Por momentos me resultó más interesante descifrar esas anotaciones que lo que narraba Ulhman. (¿Fantasmagorías homosexuales y corrección política?) Así que, al menos esta semana, en la web leo sobre zombies denon-fiction. Y en los libros, novela melancólica europea.

Jueves.“Detuvieron al jefe del aparato militar de ETA” dice el titular de Clarín. Lo apresaron en el suroeste de Francia. Estaba con un “ayudante”. Aunque ETA depuso las armas, andaban por la localidad de Cauna en un auto con patente falsa y se comprobó que iban armados. Me quedo mirando las caras de los etarras detenidos. ¿Qué dicen esas caras? ¿Qué se puede leer ahí? Son muy jóvenes, también bellos, atractivos. ¿Fanáticos insoportables? Seguramente. Igual los escucharía si decidieran contarme su historia.

Viernes. El hombre atacado por el caníbal de Miami se recupera. Se llama Ronald Edward Poppo. Alguien filtró un par de fotos horribles a la web. En una se lo ve caminando en bata de hospital, asistido por dos enfermeros. Le falta literalmente más de la mitad de la cara. Donde tendrían que estar sus rasgos hay una masa sanguinolienta, cosida y mal suturada. Ya perdió un ojo y es posible que pierda el otro. También apareció la madre del caníbal y  declaró “No es unzombie, es mi hijo”. Habría que responderle que todos los zombies son hijos de alguien. O lo fueron en algún momento. Aunque ahora que lo pienso quizás no sea tan así. Frente a la violencia, la paternidad también es algo frágil, que se puede borrar o relativizar. Mientras leo las noticias en la web, saltando del inglés al español, pienso que dentro de algunos años voy a comprar el libro con la “investigación novelada” sobre la vida y la muerte del caníbal de Miami. La voy a encontrar saldada en alguna librería de Corrientes. Voy a dudar. Y finalmente la voy a comprar. Y quizás incluso la lea.

Sábado. No hay nada más oscuro para un argentino que el Siglo de las Luces. 

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