ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL CHE |
Tu remera no me dice nada |
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Un postre desabrido
Se sabe: hoy ponerse una remera con la cara del Che Guevara es lo mismo que ponerse una remera de Boca Juniors. El acto marca más una pertenencia comercial, una adhesión vacua, la tontera fácil, que una reivindicación política o de clase. Pierdo el tiempo señalando esto porque, en realidad, siempre hay un descolgado que factura en nombre de la “pasión”. Cruzando el puente de la paciencia, apelando a un mínimo análisis, solapando las siempre desmedidas elucubraciones personales, hoy Guevara es una esfinge sin enigma, un postre desabrido, inocuo, una aventura domesticada. Los libros que lo recuerdan, evocan o ficcionalizan padecen de la misma falta de vitalidad que su imagen.
Recalentando las sobras
La edición de Los últimos días del Che es excelente, casi lujosa. Incluido en la colección Debate, el libro engaña con prolijidad al lector que, al abordarlo, piensa en un sesgo ensayístico. Lejos de eso, lo que entrega Juan Ignacio Siles del Valle es un engrudo de géneros, información, retóricas que apelan a la emoción fácil, muchas fechas y notas al pie más bien ridículas. En la “Advertencia del autor” se lee: “Este libro ha sido concebido a partir de hechos concretos ocurridos durante la guerrilla de Ñacahuasu. Ninguna coincidencia con la realidad es por lo tanto casual. (…) No pretendo aquí, sin embargo, establecer una insostenible verdad histórica sobre esos hechos, sino más bien, recrear y ficcionalizar, en contrapunto, las voces más intimas y trágicas de algunos de sus protagonistas.” El experimento es fallido. La sopa resulta fría, grasosa, recalentada, indigestible.
Exprimiendo el mito
No digo que no haya libros serios sobre el Che. Los hay. Los he frecuentado por curiosidad. Son los que son. Recuerdo uno de Paco Taibo II, Ernesto Guevara, también conocido como el Che, excelentemente narrado y construido. Pero el asunto, más allá de notas, artículos, informes, dossiers o suplementos, en lo que a mí respecta como lector y crítico, está cerrado. Por otra parte, nadie llevó el estrujamiento editorial de la figura del Che tan alto como Crónicas Argentinas, serie El che, en ese abismo que son los blogs de Clarín. Los posts, firmados por Juan Pablo Meneses, siempre terminan con una pregunta deliciosamente absurda que da rienda suelta a los potros salvajes de la web.
En relación al perfume del Che: ¿A qué crees que huele Che Guevara? En relación a las remeras del Che: De estar vivo, ¿qué camiseta usaría El Che? En relación a las remeras Anti-Che: ¿Qué ideales defienden los que usan camisetas anti-Che? En relación a Maradona: ¿Qué opinaría Guevara de Maradona? En relación a uno que se dice el Che Guevara de los gay: ¿Qué opinas del Che Guevara de los gays? Por una polémica, atención, con un imitador del Che que trabaja en Barcelona: Mientras paraliza los músculos para simular una estatua ¿En qué estará pensando El Che de las Ramblas?
¿Existe hoy un significado para la acepción “guevarista”? En todo caso, se trataría de cambiar el rumbo de la historia por la fuerza, una manera de pensar y actuar que, si es consecuente, siempre termina en patíbulos ajenos o propios. Pero no. Lo que tenemos hoy es un tardío-ultra-pop agotador. Que podría ser leído como el aforismo: “Si hay significado, que no se note”.
Los estigmas de la sobrevida
“De ninguna manera me parece sorprendente que el extraordinario caso del señor Valdemar haya provocado tantas discusiones. Hubiera sido un milagro que ocurriera lo contrario, especialmente en tales circunstancias.” Así empieza La verdad sobre el caso del señor Valdemar, un cuento que Edgar Allan Poe escribió a mediados del siglo XIX y que se puede leer en la web traducido por Julio Cortázar.
Lo que cuenta Poe, muy cerca del género terror, es la hipnotización de Valdemar en su lecho de muerte y su posterior descomposición física. Mientras el legado material del cuerpo se desvanece sólo queda su voz distorsionada que no muere y, sufriendo, pide que la dejen ir. Aunque el cuento le otorga a la hipnosis un poder dudoso, la realización y la síntesis del texto son impresionantes. Yo probaría versionarlo con el Che Guevara en el rol protagónico de Valdemar. Se podría hacer con Flash u otro programa de animación. El Che muerto en Bolivia, su segunda foto más conocida. De golpe se despierta, abre los ojos, se incorpora de a poco, le cuesta levantarse, se sienta en la camilla de la Parca y mira a cámara para después, con seriedad, tranquilo, decir: “Déjenme en paz, déjenme morir, yo ya no tengo nada para darles”.
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