LAS FLUCTUACIONES DEL GRAN PREMIO
La supertimba del Nobel

El JuradoPor: Juan Terranova. Pozo vacante anual, el gordo de Navidad de la mano de un Papa Noel sueco, una torta de guita y no poco prestigio al narrador, poeta o dramaturgo que pueda sintetizar el pensamiento progresista del mundo. Eso es el Premio Nobel de Literatura. Para este 2007 había muchos nombres, como siempre. Y sin estirarla más digamos que la ganadora es Doris Lessing, una narradora que, al parecer, “desarrolla una épica de la experiencia femenina, que con escepticismo, ardor y una fuerza visionaria escruta una civilización dividida”. 

El cuestionamiento siempre está

Nadie cuestiona el premio Nobel de física o el de química, porque de eso son muy pocos los que saben, pero a los literartos, duro con ellos. Ya saldrán todos los blogs, la esfera digital entera, a decir sus verdades a medias sobre la señora Lessing, sobre el inventor de la dinamita, la renuncia de Sartre y el Rey de Suecia. ¿Tendremos otro escándalo como el de Günter Grass, maestro de judo literario que le mojó la oreja al mundo civilizado con sus confesiones nazis? ¿Cómo suena hoy esa lejana militancia en el comunismo que tuvo Lessing? Difícil que este sea un premio estratégico como el de Pamuk que empujó para que Turquía se volviera, al menos un poco, más europea. Por lo pronto, la premiada va a tener que apurarse a gastar el millón y pico de dólares porque este año, en unos días, cumple ochenta y ocho abriles. Algunas garantías brinda este dato: si tiene un secreto siniestro o semi-siniestro seguramente se lo llevará a la tumba.

Mientras tanto en Buenos Aires

Con Harold Pinter, con Saramago, hasta con Cooetze, el periodismo argentino la tuvo fácil. Con la Elfriede Jelinek había que mojarse un poco más, pero se conocía una película salvadora y algunas ediciones de bolsillo. Sin embargo, el 2002, con Imre Kertész de Hungría, el asunto se complicó bastante hasta disolverse en la intrascendencia.

El jueves en las cuevas de diarios y revistas, los editores se reunieron con esa redactora que alguna idea decía tener de Lessing y la interrogaron.

— ¿Y qué leíste?

Hoy los editores padecen la desconfianza de la banda ancha. Alguno, el más viejo, recordará con nostalgia cuando mentir no era tan fácil. Mientras tanto, el editor jefe pensará, se rascará la barba y si queda conforme –tampoco hay mucho de donde elegir– dictaminará: “Dale para adelante. Son 3000 caracteres y buscate una foto en Internet donde no aparezca tan vieja”.

Leer una lista 

No existe, que yo sepa, una buena historia crítica de los premios Nobel de literatura. Es un proyecto ambicioso y difícil que implica recorrer todo el siglo XX de punta a punta y leerse, digamos, algo así como unos mil libros. Pero eso no representa ni representó un escollo insalvable para otras investigaciones de índole literaria. En todo caso, las omisiones son tan sugerentes como los nombres. Del 40 al 43 hay un vacío comprensible, pero ¿por qué se dio en el 44 y justo al danés Johannes Vilhelm Jensen? Esta simple pregunta nos lleva a una cuestión más espinosa: ¿Qué premian los dieciocho suecos con cara de maestros ciruela que siempre salen con algún busto en mármol de fondo? Se premia una obra, una trayectoria, una manera de ser y entender la vida y finalmente una actitud seudo-política. Por lo tanto, una lectura de las fluctuaciones del premio dibujaría una manera ultra-mainstream de entender la literatura. Las pujas y peleas estético-filosóficas, lo sé por experiencia propia, pueden llegar a niveles de agresividad y crueldad inesperados. Agréguense fama y dinero al cóctel. Qué novela imposible y apasionante se podría extraer de los entretelones del premio. Quizás alguno de los escritores que forman el jurado la esté escribiendo, frente a un espejo, un poco todas las noches.

La fama de los olvidados

Cuando un joven escritor es presentado con bombos y platillos, nunca falta el paparulo que recuerda: “Cuidado, quizás él en el futuro no sea nadie”. Más allá de la idiotez de llamar al “futuro” para paliar las propias inseguridades, las palabras son dignas de un fantasma hamletiano que advierte perogrulladas con voz de prudencia timorata. El contra-ejemplo es simple. Agarren la lista de los premios y vayan leyendo uno por uno los nombres a ver cuántos de esos ilustres señores y señoras viven aún en la memoria lectora de occidente. Allá va, mientras tanto, la viejita Lessing, rumbo a las reediciones. Alguien traducirá –espero que no de apuro– alguna de sus novelas. Es probable que hasta sean entretenidas. Mientras tanto aquí diremos para terminar que no se trata de sentenciar al boleo si el premio estuvo bien o mal dado. Por el contrario, el desafío es examinar a conciencia la relación de esta atractiva timba internacional con el acto –casi piadoso– de leer libros. En este marco, la crítica literaria, vale decir, quizás nunca sea noticia, pero siempre tendrá –Dios lo quiera– una dignidad que le falta a la novela negra del periodismo vernáculo, más sensible al escándalo, lo coyuntural, al dinero y al poder.

Opiná sobre esta columna en nuestro libro de visitas