LA NUEVA NOVELA DE CÉSAR AIRA
Vacaciones de uno mismo

César AiraPor: Juan Terranova. ¿Quiénes son los lectores de esta columna que tanto disfruto pergeñar semanalmente? Si lo cruzo en algún lado, lector, por favor, acérquese sin miedo y dígame: “Mirá Terra que te leo en Hipercrítico”. A ver qué pasa. Yo, por mi parte, cansado de interactuar con hombres de cincuenta y pico que sólo compran el Olé, intrascendente manual de la estupidez futbolística argentina, me dedico a charlar con cultivadas y muy pícaras señoras de Recoleta en una librería del centro. Ustedes no quieren saber cómo llegué a eso. “¿Y qué opinás, che, de la literatura argentina?” es la pregunta obligada. Mis respuestas varían. Pero, si el lector sigue pensando que la literatura argentina es Julio Cortázar y Jorge Luis Borges, voy a tener que pedirle que le de un poco más seguido al refresh. 

Todos se preguntan 

Todos se preguntan por qué los narradores argentinos vivos venden tan pocos libros, siendo tantos, tan heterogéneos, habiéndolos de tanta calidad… La respuesta es que: 1.) Se trata de una generalización bastante ahuecada de excepciones. Y 2.) Lo que hay que preguntarse es por qué les cuesta tanto a los lectores de hoy actualizar sus bibliotecas mentales y su mini panteón de narradores personales. Ah, qué ganas de que Sábato saque un nuevo libro para zambullirme y chapotear en ese barrial de excrementos perfumados. Mientras esperamos la ocasión –la industria editorial la espera mucho más que yo, de eso estoy seguro–, recomiendo aquí una novela interesante y breve que no lo va a sobresaltar de emoción pero puede depararle dos o tres lindas noches de lectura. Se llama La vida nueva y la escribió César Aira. Si le llega a gustar, puede seguir con todo lo que hay en el sello Mansalva, un lujo vernáculo.

Aira es un peligro

Los representantes contemporáneos de la “literatura argentina” irrumpieron a espaldas de los lectores en la década del 80 y se construyeron sus respectivos mitos con chirolas y a de centavos. Pero cuidado, que Lichtemberg decía que así también se arman las verdades. De ese grupete, bien delimitado por el libro bisagra de Damián Tabarosky, Literatura de izquierda, quizás los tres más importantes fueron  Fogwill, Osvaldo Lamborghini y César Aira. Este último publica desde hace dos décadas no un libro sino dos o tres por año. Son libros breves, punzantes, chicaneros. Algunos levantan cierta temperatura, otros no. Sobre el final, a veces se aburre, larga todo y trae a los Tres Chiflados para que le terminen la novela. Cuando está de mejor humor, sin embargo, pone empeño y construye máquinas de hacer dudar al lector. 

Postergación editorial 

La vida nueva cuenta la historia de la publicación de la primera novela de Aira. Así, él y su primer editor Horacio Achával son los protagonistas casi exclusivos del relato. Meticulosamente autobiográfica, la narración empieza a resquebrajarse cuando la novela no sale. Las conversaciones telefónicas entre el autor y el editor se repiten invariablemente. Achaval dice que el libro ya está, que falta apenas un detalle y le pide a Aira que lo llame en quince días. Aira deja pasar dos años y vuelve a llamar y Achával le da una excusa y le pide que lo llame en quince minutos. Aira deja pasar diez años. Finalmente, la postergación, que no excede a un contexto político y social agresivamente argentino, transforma la novela en una ucronía. Aira, el prolífico escritor de ficciones, no es Aira porque la novela no sale nunca. Así, La vida nueva deriva en una fantasía de vida sin la literatura.

Estoy haciendo tiempo

De todo lo que se podría señalar, el tema del tiempo es fundamental en la novela. Hace poco en una rara entrevista, Aira confirmó su coqueteo con el tiempo: “Cuando teníamos 20 años hicimos una revista, como todo joven que escribe, que tiene que hacer una revista. Se llamaba El cielo, salió en el 69 o en el 71 y quedó pendiente el numero 4. Yo sigo poniendo en la solapa de mis libros, “dirige la revista El cielo”. Pero no creo que el numero cuatro salga; la estamos pensando hace 37 años.”

El viejo artista de vanguardia y su arrogancia

César Aira sigue creyendo en el arte como una forma intelectual –ferviente o en descomposición- ligada a eso que en algún momento se llamó “vanguardia” o “experimentos de vanguardia”. Hoy sus libros se parecen a un hotel art nouveau en una ciudad de verano: anacrónico, sensual, polvoriento, tranquilo en invierno y lleno de jubilados amistosos y aburridos en temporada alta. Es el entorno ideal para leer un libro largo o cometer un crimen inglés. En este ambiente de relax general, Aira deja caer una clave con la que puede pensarse buena parte de su obra. Cuando tiene que explicar por qué no llama a Achával para reclamarle lo prometido, Aira dice: “Lo más probable es que lo haya hecho por una mezcla de fobia al teléfono, cortesía mal entendida, hábito inveterado de postergación, y liso y llano desinterés. En esto último debe estar la clave. Es difícil de explicar, porque se trata de una característica que ha cubierto mi vida entera, un desasimiento central, una vocecita que sigue diciendo desde lo más profundo de mi ser que “no vale la pena y acompaña como un doble fantasmal todos mis intereses, que no por eso han dejado de ser ardientes y devoradores”.  

El escritor maníaco-depresivo

El final de La vida nueva es una reflexión sobre el frágil arte de escribir y el destino. Libre ya del compromiso que le impone la literatura, cerrado el largo episodio de la fallida publicación de su primera novela, Aira se dedica a jugar al golf, a navegar, a viajar para ver más seguido a sus hijos, radicados en Europa. O sea, se dedica a ser resignadamente feliz. Y como tiene tiempo y el espacio lo amerita, se pregunta cómo habría sido su vida como escritor. La conclusión es clara: “Me había transformado en un realista –escribe–, con todo lo que tiene de pragmático y concreto y hasta brutal el realismo.”. ¿Demuestra Aira que los mundos paralelos no son propiedad exclusiva de la ciencia ficción? ¿La especulación con el yo como base de la ironía? En todo caso, esta vez, el gran chiste de relativizar la importancia de la literatura en su vida se parece mucho a quince días tomando sol en un balneario ignorado por las masas.

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