CUANDO TERMINA EL VERANO/ |
Diario de lecturas (dieciocho) |
/Por: Juan Terranova. Lunes. Me pasé todo el fin de semana largo sin escribir. Ni siquiera los apuntes rápidos que tomo a mano en los márgenes de los libros o en la computadora. Creo que lo último fueron un par de subrayados en la novela de Ariel Idez, La última de César Aira, que de paso es excelente y que me deja en esa posición rara de sentir que tengo que escribirle –que como crítico es mi deber– una reseña, y cuánto mejor sería dedicarle un ensayo un poco más largo. Ya tenemos respuesta a la pregunta por la poesía después de Auschwitz que hacía Adorno. Ahora la pregunta cambia: ¿Puede escribir Aira después de la novela de Idez? Tampoco leí mucho. Acostado en la cama con la netbook repasé algunas entradas de Wikipedia. La Doctrina Monroe, por ejemplo, o la de Brion Gysin ("Writing is fifty years behind painting"), que es corta y leí y releí varias veces. También descubrí que Tim Leary nació en Springfield, Massachussets. La frase de Ernest Jünger que tanto me movilizó en otras épocas, “un día sin libros es un día perdido”, ¿cómo se resignifica en tiempo de Internet? Lo que sí hice fue nadar mucho. Eso compensa. |
Lunes, más tarde. Acabo de ver por la TV el acto por el bicentenario de la creación de la bandera en Rosario. Baglietto cantó el himno acompañado por Lito Vitale y un actor hizo de Belgrano empuñando una bandera atada a una caña de tacuara extremadamente fina. Todo muy años ochentas. Mientras el falso Belgrano hablaba con voz de locutor de AM, me agarraron unas ganas terribles de pasarme la bandera argentina por el culo como cuando tenía diez años y asistía puntualmente a la primaria del colegio Normal 4. Me acuerdo que en quinto grado me hicieron jurar la bandera con un brazalete celeste y blanco y estirando el brazo derecho, dedos juntos, palma hacia abajo. Fue la primera y la única vez en mi vida que hice la pala fascista en público y sin ironía. “Jóvenes argentinos, ¿juran defender la bandera argentina?” y levantando el brazo “Sí, juro”. Recuerdo que el pequeño anarquista que yo ya era se estremeció y no en un mal sentido.
Martes. En el muro de su facebook, Alejandro Boverio cita a Eugène Delacroix: "A veces hay que estropear un poquito el cuadro para poder terminarlo".
Miércoles. Me levanté temprano, muy temprano, siete en punto. Estaba nublado y caían algunas gotas. Llevé a mi hija al colegio en auto y cuando volvía me di cuenta de que ya no me interesa escribir novelas. ¿Y qué voy a escribir? ¿Cuál va a ser mi unidad de tiempo y lugar? La idea me asusta tanto como me alivia. Quizás aceptar eso es el camino para seguir escribiendo en ese género, para mí él único que importa o que importaba. (El crítico que hay en mí se está matando de risa, y es una risa un poco siniestra. Los críticos son odiosos hasta cuando viven en el mismo cuerpo que uno. Pero ¿realmente ese es el camino? ¿Entregarme, así, sin más, a la fragmentación?)
Jueves. Siempre el mismo sentimiento de pérdida cuando termina el verano, las vacaciones, la posibilidad de quedarse leyendo hasta tarde con calor.
Viernes. Ahora recuerdo que a las entradas de Gysin y Leary llegué porque los menciona William Burroghs en Lasts day, que estuve leyendo de la muestra, siempre antipática, que te deja ver Google Books. Y a Burroughs llegué porque terminé de leer Heavier tan heaven, la biografía de Kurt Cobain que hizo Charles Cross. El objeto que toma Cross es fascinante pero el libro es malo. Cross no está a la altura del desafío. Es sensiblero, conservador, no entiende lo que tiene adelante, lo menosprecia, es asertivo en el error, poco crítico, no tiene la suficiente inteligencia para comprender las debilidades y el talento de Cobain. Lo peor es que lo juzga permanentemente.
Viernes, más tarde. Hoy se cumplen treinta años de la muerte de Philip K. Dick. Me hizo acordar Ramiro Sanchiz. ¿Una semblanza? Fue, simplemente, el mejor de todos nosotros.
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