TEXTOS DISPERSOS/ 
Diario de lecturas (dieciséis)

Echeverría/Por: Juan Terranova. Lunes. Ya está, estoy libre. ¿De verdad? Así parece. Puedo empezar una nueva novela, un nuevo proyecto, puedo imaginar sin cuentas pendientes. Y sin embargo, qué tedio. El calor no ayuda. Empiezo a componer, a planear. Zombies, política, peronismo, fin del periodismo, aguafuertes, androides, suicidas. ¿Qué más? No hay caso. Ni siquiera voy a conseguir buen dinero, me darán un dinero pobre, doméstico, por este artefacto que intentará ser al mismo tiempo complejo y cristalino, punzante y agradable. De golpe comprendo que hoy, ahora, no quiero, no siento deseos de empezar a esculpir otra pieza autónoma, y sí me dan ganas de jugar con los restos, con las astillas que caen del trabajo de los otros. “El novelista que no novela” sería el síndrome. No pasará por primera vez en la Argentina ni en ningún lado. El novelista cansado, el tonto, el creador hastiado, el que pese a todo no puede dejar de escribir.

Martes. Día de San Valentín. Leo está noticia en el diario. “Dos curas colombianos contrataron a sus propios asesinos” dice el titular. Y el copete: “Intentaban ocultar que padecían una enfermedad incurable, se cree que sida. La idea era simular un robo, pero uno de los sicarios confesó que les habían pagado por matarlos”. A continuación, una crónica sorprendente. Rafael Reátiga de treinta y seis años y Richard Píffano de treinta y siete – Reátiga & Píffano– eran dos párrocos de una zona pobre del sur de Bogotá. En enero del año pasado fueron asesinados a tiros en el interior de un auto. La primera hipótesis que se manejó fue la de un homicidio en ocasión de robo. Pero los curas “habían dejado varios temas resueltos antes de la fecha de su muerte”. Uno rechazó compromisos posteriores al 26 de enero, entre ellos bautizar a un familiar. El otro, sorpresivamente y sin razón aparente, pasó todos sus bienes a nombre de su madre y un mes antes del asesinato, en plena misa, les había pedido a los feligreses que rezaran por él. Cuando se analizaron sus teléfonos celulares se encontraron conversaciones con dos sicarios. Uno de ellos confesó que los sacerdotes le habían pagado unos 9.200 dólares por matarlos en lo que debía ser un robo. La mitad del pago se lo entregaron dos días antes de cumplir el encargo, y el resto, minutos antes de la ejecución. El periodismo gráfico colombiano publicó especulaciones hechas por la fiscalía. Al parecer, los curas buscaban evitar el deterioro físico que provocaría una enfermedad y no querían que sus familiares ni feligreses se enteraran que se habían contagiado. Las pericias practicadas en sus cuerpos confirmaron que padecían algo, pero no se hizo público qué. Más detalles. Antes del cumplir con el pacto de muerte, los curas viajaron al Cañón de Chicamocha, se supone, a modo de despedida. (¡Qué viaje! Envidia de todo romántico alemán y morboso dark atravesado a su época.) A los sicarios les confesaron que recurrían a ellos porque previamente habían intentado suicidarse pero no lo habían logrado. Y todo indica que eran habitués de discotecas y antros gays. La nota cierra señalando que se habían conocido en el seminario y siempre se habían mantenido juntos. El redactor en suertes no puede reprimir el “Hasta el final”. Juntos hasta el final. En resumen, hacerse matar de una manera siniestra para no generar un escándalo que finalmente llegó. Rara forma de piedad cristiana la de estos párrocos. Los comentarios que recibe el artículo son una brutalidad acorde a la historia.

Miércoles. La paso mal, sin tiempo para leer, con calor, mirando cada tanto las redes sociales sin sacar ninguna conclusión, sin lograr extraer algo en limpio. 

Jueves. Releo un poco lo que escribí la semana pasada. Caigo en la cuenta de que tanto El matadero como Jaques, el fatalista son textos publicados mucho tiempo después de la muerte de su autor. No hay edición crítica del Jaques ni tampoco de la obra, breve, acotada, de Echeverría. “Diderot est reconnu pour son érudition, son esprit critique et un certain genie” dice, distante y estricto, Wikipedia. 

Jueves, más tarde. Echeverría en la Biblioteca Ayacucho. No es Obra completa, sino Obras escogidas. Se pueden ver partes del libro en Google books. ¿Es interesante, significativo, que el nombre del introductor del romanticismo en el Río de la Plata sea vasco? “Condenado estoy a hablar siempre de mí, y por consiguiente a lo que más he detestado y detesto” escribe en una hoja suelta hacia julio de 1836.

Viernes. Gonzalo Garcés está en Buenos Aires y como la otra vez que estuvo, me cita para tomar un café. Le pido que me recomiende escritores franceses. Me dice y anoto “Emmanuel Carrère, Pierre Jourde”. Terminamos hablando de la neurosis argentina, de cierto troskismo mental. Él cita el “No te olvides de Cabezas” como parte de la industria adocenada de la denuncia. Su análisis es sutil, convincente. “Es la neurosis que impide el acto, que pospone, que traba el acceso al verdadero problema.” Bien. Cuando me toca a mí recuerdo “Para estar con Perón hay que estar contra Perón”. Una frase bella, el espiral hermoso del siglo XX argentino. A su lado, “Contra franco estaba mejor” es apenas un juguete, un crucigrama fácil que se hace para descansar la cabeza.

Sábado. Magritte, que como pintor que no me dice casi nada, escribió con prolijidad algunos textos dispersos. Sobre su cuadro Las flores del mal dejó estas líneas: “Era la imagen imprevisible de una estatua de carne, una mujer completamente desnuda, con una rosa de carne en la mano, mirando un mar entre dos cortinas rojas”.

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