1991 Y LA TARARIRA MUTANTE/
Diario de lecturas (siete)

remera/Por: Juan Terranova. Lunes. Leo en el blog de Eterna Cadencia este párrafo de Patricio Zunini: “(…) yo llegué tarde a Nirvana. Llegué unos seis o siete años después de que se matara Kurt Cobain. Y es extraño llegar tarde, no estar a la vanguardia. (…) lo que quiero decir es que uno llega tarde y la mirada que puede tener uno sobre eso es otra. Por ahí es menos cuestionadora con la obra y más dura con uno mismo”. Es por declaraciones como esta que ya no puedo leer el blog-revista al que siempre le dedicaba, muchas veces con entusiasmo, una mirada diaria. Y no tengo ningún problema personal con Zunini al que considero un amigo, un lector atento y un periodista eficiente. ¿Entonces? Pasaron veinte años de Nevermind. En el 92 los fui a ver a Vélez. Era fan. Lo sigo siendo. 

Martes

Releo lo que escribí  ayer. 1991 fue un año raro, intenso. No me puedo imaginar un año mejor para tener quince años. Yo ya sabía que iba a ser escritor y que los libros y la música se podían usar para que el mundo no te dañara tanto. Y en 1991 los planetas se alinearon. Salió Nevermind, pero también, y atención con la lista que es incompleta: Ten de Pearl Jam, Blue Lines de Massive Attack, Out Of Time de REM, Sailing the seas of cheese de Primus, Sex blood sugar magic de los Red Hot Chili Peppers y el Black Album de Metallica. Mientras acá, Todos tus muertos editaba el menor pero potente Nena de Hiroshima, salía Fieras lunáticas de los Ratones paranoicos y Corderos en la noche de Las pelotas. Y sobre todo Divididos marcaba un antes y un después con La era de la boludez, un disco que mejor describió el menemismo y lo hizo antes de que ocurriera. Lo presentaron con mil fechas en Obras y yo fui a dos. También un dúo de raperitos bien posicionados y extremadamente talentosos metía un disco con forma de demo que se llamaba Fabrico Cuero. Se me pone la piel de gallina cuando leo esa lista. Son los discos de mi adolescencia. Cris Novoselic dijo en una entrevista hace poco que los ochentas se acabaron ese año. Es muy posible. En 1991 también se estrenó El último boy scout. El crítico de cine Javier Alcácer escribió que alguna vez la década del 90 iba a ser leída y entendida desde esa película.

Miércoles

En la revista Ñ, leo una entrevista a Silvia Hopenhayn titulada “¿Cómo cuenta el horror un niño?”. El copete dice: “Una nena que hace la primaria durante la dictadura es la voz de la novela que la autora acaba de publicar”. Parece que la novela no tiene comas. Silvia Hopenhayn responde en n momento: “Quizá porque me siento muy argentina, pero argentina en el encuentro con las personas, por la felicidad que me da la ciudad en sus minucias: conversar con el quiosquero, elegir la fruta, la historia misma que se va convirtiendo en narración. Es cierto, yo la siento muy argentina a esta novela”. Leo y mi primera reacción es querer salir a hacer el mal, matar a Kadafi y ser Kadafi, chocar un auto contra una pared, reducir un árbol a cenizas.

Jueves

Leo una breve noticia en la sección Sociedad de Clarín. El titular dice: “Un enjambre de abejas atacó a un cortejo fúnebre: un muerto”. El muerto sobra. El titular ideal sería “Un enjambre de abejas atacó a un cortejo fúnebre”. Pero la muerte siempre pesa. Fue en el cementerio de Mistol Pozo, en Santiago del Estero. Los insectos salieron al abrir un nicho y picaron a los familiares de la mujer que iba a ser inhumada. La muerte con su solemnidad de provincias se vio perturbada por la pulsión animal. Lo mejor de la nota tiene detalles –la vejez, la policía que también es víctima, el ridículo– que me hacen acordar a Buñuel. Copio la mejor parte: “Al abrir el nicho para colocar el féretro salieron miles de abejas que habían armado allí su colmena y atacaron a los familiares y amigos de la mujer fallecida. Un hombre, Hilario Coronel, de 63 años, murió como consecuencia de las picaduras. La situación impidió que se concretara la inhumación y el cajón quedó en el suelo, mientras la gente corría para escapar de los enfurecidos insectos. Horas después concurrieron al cementerio policías del destacamento de Villa Mailín, pero también fueron atacados por las abejas, por lo que se convocó al lugar personal especializado con los equipos de apicultores para alejar a los insectos y así poder sepultar a la mujer.” Pienso en las abejas zumbando y me imagino a la muerta con la cara de Hopenhayn.

Viernes

En Embalse, Córdoba, pescaron una tararira de tres ojos. Es la segunda que aparece así. Como dijo Federico Falco, es igual a la de Los Simpsons pero más fea. El pescador prometió que la iba a guardar en el freezer de su heladera hasta que los biólogos lleguen para estudiarla. La tararira mutante me hizo acordar a cuando a principios de mi adolescencia hice un viaje a Embalse y nadaba en el lago con la central nuclear dominando el paisaje. No termino de leer sobre la sorpresa de los tres ojos, cuando en el sitio de Crónica encuentro una historia bastante mejor. Echaron a un tipo de una de discoteca de Viedma y volvió con una motosierra y un hacha. Sin duda se trata de un legado hollywodense. Los parroquianos y los hombres de seguridad se resguardaron en la disco. La parte que más me gusta dice así: “El agresivo individuo comenzó a caminar por el lugar sin que nadie pretenda acercársele y la situación se mantuvo latente por casi una hora. Dos agentes policiales comenzaron a hablarle al intimidante personaje y finalmente apagó el motor de la motosierra, pero no accedió a entregar las herramientas, por lo que se mantuvo expectante en una esquina hasta que comenzaron a salir todas las personas del boliche”.

Sábado

No sé por qué  estos días me devuelven con tanta fuerza a 1991. Empecé a leer Los años felices de Sebastián Robles, editado por Pánico El Pánico, y la acción ocurre a principios de los 90. Cada uno de los capítulos del libro toma, son sutileza, a veces casi imperceptiblemente, un objeto emblemático de la década. Los locutorios, las bermudas, Pinamar, las remeras de rock, el grunge. Hay varios capítulos excelentes. La sentida y sintética descripción de una cena de navidad contrasta con dos de los protagonistas hundiendo a un jipi insolado en el mar. Quizás para contrarrestar tanta melancolía me compré un Kindle y lo primero que descargué fue, en un acto privado y simbólico, #Findelperiosimo de Nicolás Mavrakis. Le siguieron, en pdf, The Zombie Survival Guide de Max Brooks y Las cosas que llevaban los hombres que lucharon de Tim O'brien. Ahora que los pongo en serie veo que los tres libros están conectados. Raras y hermosas conexiones entre periodistas, periodismo, zombies, cazadores de zombies, sobrevivientes y soldados.

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