SEMANA FANTÁSTICA/ |
Diario de lecturas (uno) |
/Por: Juan Terranova. Voy al edificio de la calle Carlos Pellegrini donde funciona el Tribual de Faltas. Tengo que pagar tres multas. Sobre la fachada hay una foto enorme, monstruosa de Ernesto Sabato. Mientras espero que me atiendan intento leer. Desde luego pagar me irrita. Y también me irrita esperar. Ansiedad y burocracia. Una de las peores combinaciones. Para distraerme me imagino esperando en las entrañas de Sabato o de una réplica de Sabato, un androide, una esfinge. Me imagino que estoy en el cuello o en la cabeza, que las computadores son neuronas haciendo una sinapsis defectuosa y que todos los tejidos están podridos, dañados, agusanados. (Una vez en la TV vi como un indigente se sacaba un gusano blanco de la nuca. También vi a uno sacando un gato de una valija que llevaba de acá para allá.) Cuando apareció mi número en la pantalla que daba los turnos me acerqué a un box. La mujer me atendió a desgano. Le miré la uñas, las mangas del pulóver azul que usaba. Me la imaginé cortando una torta de crema en el cumpleaños de un tercero, intentando formar parte de algo, aburriéndose sin darse cuenta. Me asignó un controlador, pagué y volví a mi casa en subte. A las cuatro de la tarde ya me había olvidado de todo. Las oficinas de Carlos Pellegrini me parecían un lugar que había visitado hacia muchísimo tiempo. Ahora leo en la web que ya que no se llama Tribunal de Faltas sino Unidad Administrativa de Control de Faltas y depende de la Dirección General de Administración de Infracciones. |
Miércoles
Llego tarde a casa. Antes de prender la televisión me conecto y la noticia del día es que encontraron asesinada a una nena de once años que se había perdido hacía más de una semana. Los restos estaban en una bolsa al costado del Acceso Oeste. Todos los medios, gráficos y audiovisuales, se fueron a la historia relamiéndose los belfos. Actores liderando protestas, acusaciones contra el gobierno, culpas cruzadas, el tema de la policía criminal, un folclore ya demasiado sabido, conocido. Pero si estas reacciones son previsibles, el hecho no deja de ser perturbador.
En las redes sociales empieza a verse una reacción contra el tratamiento mediático. Aparece una cita de Scalabrini Ortiz: “Más delito que el delito es la publicidad morbosa del delito”. Busco en El hombre que está solo y espera. Encuentro el párrafo completo y lo pongo a circular. “Un crimen, un robo, un asalto, un adulterio con homicidio son sucesos sin repercusión social, despreciables y previstos en el equilibrio colectivo. El delito mayor es darles la divulgación indebida, repartirlos por todos los ámbitos, redactarlos por plumas expertas de sensacionalismo, bajo títulos pomposos, como si quisiera que todos los hombres tomaran por modelo las fechorías que relatan. Más delito que el delito es la publicidad morbosa del delito”.
Lo que llama la atención es que eso se haya escrito en 1931. Bueno, tampoco tanto. Parece una versión de la frase de Brecht sobre robar un banco y fundarlo. No estoy de acuerdo con la idea de que es comparable un delito con los medios. Matar a alguien es una ofensa singular. Los medios se comen la esfera pública y terminan por transformar la muerte en un producto comercializable. A veces puede ser divertido. Un mundo sin morbo resulta imposible. Asumo que el morbo es un combustible raro. Si hubiera sido un adulto estaríamos leyendo La Dalia Negra. Pero no. Era una nena. En twitter no se ironiza esa muerte. Pero sí el tratamiento que le dan los medios y el morbo de sus espectadores. Repaso El hombre que está solo y espera. Scalabrini es un pensador muy viejo. Es interesante estudiarlo, contextualizarlo. Vio muchas cosas antes que muchos. Pero así, sin más, leído al pasar, se vuelve arcaico, poco útil.
Jueves
El CCEBA organiza un ciclo que se llama “Narrativas de realidad”. Lo de “realidad” es porque los que forman parte son “cronistas”. Las “Narrativas de realidad” serían las “crónicas”. Decir que el arte de la novela estaría en “Narrativas de la irrealidad” es un chiste fácil. Una vez Josefina Licitra, que participa de este ciclo o estas jornadas, me dijo que ella no podía escribir “sin la realidad” y que por eso escribía “crónicas”. Yo le dije que en mi casa guardaba un frasco lleno de imaginación, de donde podía sacar historias fantásticas, pero nunca lo abría porque tenía olor a mierda. Qué mal nos tratan estas épocas a los novelistas. (Léase como una queja más dentro del repertorio de quejas contemporáneo.) Acabo de poner en twitter: “Una vez me hice una paja y me quedé dormido arriba de un microondas. Tenía trece años. Me tendría que haber cocinado el semen.” Leo un párrafo de Fogwill sobre el viejo ICI de principios de los 90. Dice que picaros siempre hubo, pero ahora son “pícaros tontos”.
El asesinato de la nena de once años revitalizó el vector “Pena de muerte” en la siempre latente cabeza colectiva de los afiebrados reflejos argentinos. Solamente una persona muy aburrida puede pedir la pena de muerte. El aburrimiento es un factor decisivo en cualquier cultura más o menos parlamentaria. Mientras leía estas opiniones se me ocurrió que se podría imaginar una versión gauchesca o directamente gaucha de Games of Throne.
Jueves, más tarde
Leo una columna de Mempo Giardinelli en La Nación. Habla “del paco y el alcoholismo entre los jóvenes urbanos”, como “muestras, más allá de cualquier indicador socio-económico, de las peores facetas de nuestra cultura”. Después denuncia que hay una reproducción de El Pensador de Rodin en Congreso que está siendo vandalizado. Ese es el centro de la columna. Según Giardinelli, las diferentes reproducciones de El pensador son “veneradas” en el mundo y la obra es “parangonable” a otras grandes obras de arte. Aparte de irritarse frente a los “bárbaros” que le tiran pintura a la escultura, el columnista cita una frase que le escribieron en la base: "Pensá de qué te sirvió tanto pensar antes de que se termine". La columna se llama “Condenar al que piensa, ¿otro símbolo del bestiario argentino?”. Desde mi punto de vista el que pintó la frase pensó más que Rodin y que Giardinelli juntos. Y la frase "Pensá de qué te sirvió tanto pensar antes de que se termine" me resulta de una precisión barroca muy bella, y me recuerda los versos de Glosa: "En uno que se moría/ mi propia muerte no vi,/ pero en fiebre y geometría,/ se me fue pasando el día,/ y ahora me velan a mí." No sé por qué se me da por pensar en el velorio de Mempo Giardinelli. Seguramente alguien lo va a llorar. Eso no se le niega a nadie. Me olvidaba: al principio de la columna, el tipo invoca el fantasma de la nena muerta y de las dos francesas que aparecieron asesinadas en Salta.
Viernes
Leo la revista Ñ digital. Las notas están todas mal escritas. Todo realmente está muy mal. Leo una nota sobre Guillermo Martínez en la Biblioteca Nacional hablando sobre Borges. La descripción de lo que pasó ahí es tan amateur que uno no sabe qué pensar. Guillermo Martínez aparece retratado como el clásico intelectual que hace dibujos incomprensibles en un pizarrón. Y encima la nota está escrita con una alegría residual que resulta muy molesta. Un gafe importante que pasa sin que pase nada. Parece que señalar la mediocridad de los periodistas es caer en un lugar común sabido y aburrido.
Más allá, en otras zonas del suplemento, empiezo a notar que se repite el adjetivo “gran” para modificar la palabra “escritor”. “El gran escritor.” Lo leo todo el tiempo. ¿No tienen los periodistas culturales, los trasnochados redactores de notas y copetes, la gente que administra los suplementos, otro adjetivo? “Gran” no significa nada. Imagino un robot, una máquina digital que colorea con esa palabra automáticamente el sustantivo “escritor”. No hay ya pequeños escritores, escritores prolijos, jugados, solo hay “grandes escritores”. Ni siquiera hay escritores a secas, sin adjetivo. Se puede ser “narrador” o “novelista” o “ensayista”, pero sin “gran” no se puede ser descripto como “escritor”. La palabra “escritor” tampoco vale mucho, la verdad. Más tarde, Facundo Falduto me escribe y me dice “La subjetividad tiene esas cosas” y agrega que me imagina buscando mi próxima novela en un comentario de Facebook.
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