UN DIGNO HEREDERO DEL RESENTIMIENTO ARLTEANO |
Aprendiendo a operar con el Dr. Correas |
Por: Juan Terranova. “Yo me basto y mi versión de Masotta me es tan única que sólo yo podría agregar o quitar un encomio, una incerteza, un despropósito o un veredicto. Una vez, hablando él y yo de Reneé Cuellar, Oscar me dijo: “Creo que es la mujer de mi vida”. Yo no creo, sé que Masotta es mi hombre.” Así describía Carlos Correas su relación con Oscar Masotta. Ahora, Interzona acaba de relanzar La operación Massota, una biografía sobre el introductor de Lacan en la Argentina cuya lectura depara amplios abismos de desesperación así como un indiscutible conocimiento de las formas de la intelectualidad. |
El valor de la anécdota y el odio
Con estilo guarango y desfachatez de whisky, con un narcisismo herido disfrazado de conciencia y autocrítica, con una insolencia, erudición y agresividad que deja a nuestros blogs más ácidos como meros juegos de púberes aburridos, Correas escribe aquí un libro de reducción imposible. El odio y el resentimiento como motor –y podríamos agregar la envidia y el despecho– están desde el principio. El ambiente intelectual de los 50 es casi punk. Hay una inflexión, un recambio, un animarse al insulto, a la verba escandalosa. “La vieja desesperación indagadora, la generosidad para estimarnos y, mezclado, no puro, el odio del que resultarían, como de su fondo, la comprensión y el conocimiento” escribe Correas.
“(…) esta simple y retrasada biografía es igualmente una autobiografía” apunta en el prólogo. Su credo como biógrafo es seductor. Desde un primer momento deja en claro que toda biografía debe contener anécdotas y lo anecdótico es central, o mejor, es conductor de verdad. De allí que el libro tenga una impronta narrativa fuerte. Correas escribe en la tradición del ensayo francés –Sartre Santo Patrono– pero también el argentino –Martínez Estrada a la cabeza, y ¿por qué no?, Sarmiento como el biógrafo pródigo.
El libro está dividido en décadas. En los años 50, entonces, los tres ácidos mosqueteros son Juan José Sebreli (“la mujer cómica”), Masotta (“la mujer imposible”) y el mismo Correas (“la mujer abandonada”). Así se repasa con ganas a este trío que a su vez repasa el peronismo y hace pomada a los viejos valores de la cultura argentina. Se trata de la mejor parte de la “operación” y la más chismosa, donde la educación sentimental va de la mano con el despunte intelectual. Pobres, jóvenes, cínicos, entre el plagio, el descubrimiento de Sartre, la impostura de una erudición inexistente y Nélida Lobato, el trío se dedica al parricidio alegre y al “hartazgo del reproche”. Según Correas, en un cine de Flores, Masotta ve Nido de Ratas y con tan poco aprende o empieza a sospechar los meandros del poder.
Locura y éxito en los 60, exilio en los 70
Los años 60 abre con un subtítulo que mete miedo: “La espantosa y neutra quiebra mental” en relación al crack-up psíquico de Masotta. Luego, como un rebote, sobreviene el éxito y el joven filósofo de bar se transforma en docente y gurú de una generación. En un golpe maestro que Correas subestima, Masotta se rehace a sí mismo y del “intelectual total” sartreano pasa al psicoanálisis lacaniano, mucho más rentable, mucho menos marxista. En 1964, su autoridad en “Freud según Lacan” se vuelve así referencia en el mundo hispanoparlante. Enseguida, el biógrafo ajusta el lazo: “(…) Masotta sufre las anomalías del autodidacto y del desvariante especulativo: desdén por el trabajo de documentación, manía interpretante, grandilocuencia profética, negligencia en las citas de fuentes.” A partir de este punto, la palabra “operar” –una palabra del repertorio de la política, pero también del periodismo– empieza a sonar como música de fondo del libro. Agresivo homenaje, generosidad venenosa, intelecto libidinal, el libro y su título se arman alrededor de la figura del oximorón, cuando no directamente de una contradicción vital y productiva. También ella, la palabra “operar”, como concepto, supone una dicotomía extraña: a “operar”, un verbo plural, se opone el saber, que se practica en soledad, el conocimiento que solo se adquiere en la seriedad del ámbito privado, casi casto.
Los años 70 encuentran a un Massota referente en la Argentina y exiliado en Europa. Su inserción, de la mano de Lacan, en el sofisticado sistema de enseñanza internacional del psicoanálisis, le aporta, según su biógrafo, fama y éxito económico. El paseo, a continuación, por la obra de Masotta –artículos, libros, intervenciones críticas– no es tedioso ni ingenuo ni pobre. Más bien todo lo contrario. Las lecturas que Correas hace de Freud tienen fuerza y sus refutaciones exhiben un dominio, por ejemplo, inédito del alemán en el campo psicoanalítico, muchas veces tildado, con razón, de vulgar. Sin embargo, sus limitaciones evidentes y por él enunciadas con Lacan, hacen que sus críticas se diluyan, aunque el lector no especializado lo agradezca.
Por otra parte, Correas cae en la tautología. ¿Qué docente no opera sobre su alumnado? No hace falta, aunque vale la pena, leer el ensayo claro y simple, casi sin pretensiones, de Patricio Zunini, El docente como obstáculo epistemológico. El titulo, de una belleza arrebatadora, lo dice todo. Si Masotta es grave, si favorece la deificación de su persona y fomenta la dependencia neurótica, si cae en contradicciones, si oculta y administra su conocimiento a escondidas, no se trata de excepción sino de regla en el campo intelectual argentino. Y no es que sea, lo digo por experiencia propia, tan diferente en otras partes.
Hacia las conclusiones, y sin por eso perder el dominio del libro, Correas se pone más soez, insulta más. Su pasión por destruir todo relativismo, aun a riesgo de volverse insoportable o cometer errores, dota su prosa de una solidez indiscutible. Finalmente concluye, un poco esquivo: “La operación de un hombre es ya el recuerdo y la influencia que deja en la posteridad; el resultado ha de ser la medida de la fuerza y de la vida de esa operación.”
Es evidente que tanto Masotta como Correas, continuando con lo expresado por Arlt, sufren su clase social, su falta de recursos, su “minoridad”, su “provincialismo”. Masotta, y eso es lo que denuncia un poco vanamente este libro, hizo algo con eso. Construyó con voluntad su vida y su obra, de la misma manera que un inmigrante construye su casa a base de ensayo y error. Correas, mucho menos talentoso para el progreso material o espiritual, escribió un libro sobre ese proceso de agenciamiento.
La línea Arlt-Masotta-Correas
Escribiendo a fines de los 80 y publicado a principios de los 90, Correas ya intuye los efectos del menemismo. En el prólogo anota: “La degradación de la tradición subversiva del peronismo y el terror militar de los 70 han contribuido a este retardo provinciano en nuestra intelectualidad y al correspondiente y ávido progreso de la corrupción”. Y también: “No es raro que nuestros intelectuales sean tan timoratos: han intercambiado la vida por la sobrevida o la muerte por la sobremuerte, y la lucha en pos de la verdad declarada por las ratoniles luchas en pos del salario, de la beca y de la renta.”
Más allá de esto, Correas se obsesiona con cuestiones bastante frívolas: el éxito o el fracaso intelectual, el pensamiento contemporáneo, el prestigio y la fama, el sexo. Todo lo que no hace más que evidenciar una relación neurótica, cuando no directamente traumática con el conocimiento. Heredero negro del existencialismo, coherente con su práctica vital, Correas se mató a principios del siglo XXI, negándose nuevos libros, indestructiblemente abotonado al pasado.
Si Sexo y traición en Roberto Arlt de Masotta es un libro fundamental para el refinamiento y la flexibilización de la crítica literaria local, Operación Masotta, digno heredero del resentimiento arlteano –el artículo femenino singular “la” le quita glam y precisión al título–, viene a completar o a llenar un lugar con una concepción del quehacer intelectual bastante aterradora, parecida a un ajuste de cuentas, pero también de una lucidez extrema. Correas, y muchos bloggers que lo ignoran y no deberían, es uno de los pocos que puede facturar, mucho más que Asís, Piglia o Pablo Ramos, en nombre del autor de Los siete locos.
Se dice en redacciones y bares que si Carlos Correas se mordía un brazo y no se inyectaba antiofídico, la marca quedaba. Es probable. Su amargura le dio un par de cuentos muy hipeados y bastante intrascendentes pero también este gran libro, verdadero manual del resentido, biografía en contra y mea culpa que no deja en pie a nadie, ni siquiera a su autor. Arrobado por su lectura, creo que debería ser bibliografía obligatoria en todas las carreras de la facultad de Filosofía y Letras. Obligatorio, eso sí, de la misma manera que es obligatorio, una vez llegada cierta edad, entrar despacio y agarrado del borde del carrito, asustado y expectante, al tren fantasma de un parque de diversiones.
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