MEMORIAS DEL INCENDIO DESDE LA MESA DE UN CAFÉ |
Duhalde, el último escritor peronista |
Por Juan Terranova. Cada tanto salgo temprano de casa y antes de sumergirme en el farragoso ambiente de la redacción, me tomo un café en el London City. El miércoles de la semana pasada me encontré con mi amigo, el que trabaja en la Legislatura. Venía con una carpeta abajo del brazo. Nos sentamos y él pidió café con leche para los dos. Hacía un frío terrible. |
— Mejor que la niebla, Terra. Desdibuja la fachada de la Casa Rosada y la gente en seguida se olvida de la democracia.
Cuando nos trajeron las tazas, tomamos mientras me contaba sobre un libro que está escribiendo hace años y que yo sospecho que no existe. Cuando terminamos, él divisó a un conocido en otra mesa.
— Vení que te voy a presentar a un peronista—me dijo y nos acercamos.
El lector peronista
Con un saludo muy serio, mi amigo hizo las presentaciones. El hombre era esmirriado, de bigote grueso y blanco y con anteojos bifocales.
— Ah, sí, Terranova, el escritor— dijo el comensal.
— Y teórico de la literatura —agregó mi amigo de la Legislatura.
— Crítico, no teórico— corregí yo.
— ¿Y cuál es la diferencia?— preguntó el peronista.
— En la crítica se juega el gusto—dije.
— ¿Y en la teoría?—retrucó.
— En la teoría, la impostura—agregué.
Nos sentamos y yo ya me sentía ligeramente ridículo. Pero el peronista era un tipo afable. Tomaba un café, amargo, y cuando terminó pidió otro. Tenía en la mesa, cerca de las manos blancas y largas, un libro de tapas amarillas.
— ¿Qué lee, Simón?—preguntó mi amigo.
— Releo— dijo Simón.
Giró el libro para que pudiéramos ver en una tipografía enorme el título: Memorias del incendio – Los primeros 120 días de mi presidencia. Lo firmaba Eduardo Duhalde.
— ¿Usted lo leyó?—me preguntó.
Le dije que no.
— Yo sé que los periodistas son todos anti-peronistas...—agregó en seguida Simón, un poco resignado.
No todos—dije.
— Entonces, o no son periodistas en serio, o en poco tiempo van a dejar de serlo— sentenció él.
Mi amigo quiso saber qué había encontrado en el libro, y por qué lo había subrayado tanto. Lo hojeé despreocupadamente y todas las páginas estaban marcadas con lápiz.
—Vivirla de afuera es una cosa, muchachos, pero vivirla desde adentro es muy diferente... y acá, todavía hay gente que se piensa que vive en Suiza.
Simón sacó un billete de cinco pesos para pagar.
— Llévelo —me dijo, señalando el libro. Pero no se lo acepté. Aunque después me arrepentí porque me hubiera gustado espiar qué había subrayado. Ya en la redacción, llamé a la editorial y pedí que me mandaran el libro. Me atendió una chica.
— ¿Y se está vendiendo?—pregunté, cándido.
— Sí, la verdad que sí. Se está vendiendo muy bien.
Corté. A los dos días, me llegó el libro. La dedicatoria impresiona: “A Chiche. A los trabajadores argentinos. A los productores y empresarios. A los excluidos, víctimas de la mediocridad, la desidia y la inmoralidad dirigencial”.
La versión Duhalde
“He circunscrito este primer volumen de mis escritos -escribe Duhalde- a los cuatro meses de gestión iniciales: desde la asunción hasta el recambio ministerial de fines de abril de 2002.” Pero el libro se retrotrae hasta el alfonsinismo y retoma la historia desde la vuelta de la democracia. Memorias del incendio, sin embargo, y para generar tensión narrativa, abre con un Duhalde insomne, caminando por la quinta presidencial de Olivos. “25 de mayo de 2003. Quinta presidencial de Olivos. Esa madrugada apenas pude dormir un par de horas. Me había acostado tarde después de una cena de despedida con los miembros del Gabinete y sus cónyuges (…) Todos lloramos un poco esa noche, en los abrazos de la despedida.” En su último día como Presidente, Duhalde está nervioso. Después de haberle devuelto la estabilidad al país, el protagonista del libro -el único que realmente puede ocupar sin apuros y holgadamente el rol de protagonista en esta historia- lo dejaba bien claro: “No se gobierna con discursos”. En su versión, acaba de salvar de las llamas nada más y nada menos que a la patria, su patria peronista, la patria de los propios y los ajenos. Y ahora, casi cinco años después, insomne pero con las cenizas todavía calientes a la vista, está listo para contarlo.
Después, el ex primer mandatario se da el lujo de contar una anécdota campechana con Lula y citar a Rimbaud. El país había pasado “una temporada en el infierno”. Pero, gracias a Dios, todavía quedan San Jorges en el mundo. Duhalde, sin pomposidad, sin épica berreta, pero con sensibilidad y una facilidad increíble para recrear lo que podríamos llamar “el clima íntimo del poder”, cuenta su historia que es la historia de todos.
El libro tiene mucho de previsible pero también momentos buenos. El capítulo “Arranqué con el pie izquierdo” asume el error de haber dicho en su momento la frase: “El que depositó dólares recibirá dólares, y el que depositó pesos recibirá pesos”. También habla de no “criminalizar la protesta” y cuestiona al FMI. Entre las joyas resalta la escena donde surge la idea de la “revolución productiva” que parece escrita por Philip K. Dick. Un Menem acostado en un sillón de un departamento en la avenida Callao hace un zapping frenético, pasando una y otra vez por los mismos programas de televisión. Duhalde, voluntarioso, le habla de un libro que escribió. “Revolución productiva, me gusta”, dice Menen sin levantar los ojos de la pantalla y después agrega: “Dale para adelante”.
Libro con mensaje
El mensaje del libro es claro. Duahlde parece decir en cada página, con la parsimonia del que tiene razón: “Ódienme, odien al peronismo, ódiense entre ustedes, cómanse las vísceras hablando mal de todos y todo, de nosotros y de ellos, pero cuando las papas quemen, cuando los edificios se desplomen uno atrás del otro, ya saben quiénes son los que van a venir a apagar el fuego”. Como ningún otro libro contemporáneo que yo haya leído, Memorias del incendio junta la voz de un protagonista y hechos reales narrados con una subjetividad irrebatible. La lista de “peros” seguramente es larga, kilométrica, infinita pero, ¿quién desmiente la voz narrativa de Duhalde? Y yo pensaba mientras lo leía: "¿Nadie lo reseñó? ¿Nadie acusó recibo? ¿O yo vivo en una burbuja?" Duhalde puede tener mil defectos y de hecho los tiene. Pero queda claro, al leer el libro, que él -¿quién más sino?- está autorizado para escribir sobre ese tema.
Volví al London City otra vez hace un par de días.
— Es el libro del año— me dijo mi amigo de la Legislatura, que está tan lejos de ser duhaldista como Av. de Mayo de Beijing. En seguida, me mostró su ejemplar subrayado. Como estábamos cerca del mediodía, se comía un tostado en pan árabe de jamón crudo y queso. El último lector peronista no estaba por ninguna parte.
— Sí –dije yo, dudando– en no ficción, puede ser...
-No jodás, Terra, es el libro del año— aclaró él y después pidió la cuenta.
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