AGUJERO NEGRO CONCEPTUAL |
Oda a una visión conservadora |
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El relato podría llegar a recordar a Ray Bradbury, por poner un nombre, si Neuman no escribiera frases tan ripiosas como “Los monitores anochecieron” o “Aquella mañana transcurría conforme a lo previsto, si es que la transcurrencia (sic) puede preverse”. Por otra parte, la idea general resulta muy trillada. Nada en el relato sorprende ni seduce. Como la mayoría de las cosas que escribe Neumann, este texto –que leo en una pantalla– juega con recursos ya probados. Hay escritores que logran mucho reciclando y reutilizando. No es este el caso. El cuento reproduce un lugar común atrás de otro.
Wikipedia dice que “statu quo” proviene de in statu quo ante bellum, literalmente “en el estado en el que antes de la guerra” o sea “recuperar la situación de poder y liderazgo que había antes de una guerra”. La guerra del futuro, parece, pese a todo, no va a ser entre terminators y seres humanos, o entre la Matrix y los que queden afuera. De hecho, en Irak y Afganistán se sigue peleando con armas mecánicas. Nada parece poder reemplazar la manualidad de las balas. Ni siquiera los misiles guiados por código binario. Sin embargo, hay un antes de la guerra digital, cuando el saber se disponía de una manera bien jerarquizada y la tecnología era herramienta habitual de dominación de la elite.
Desde esta perspectiva, “La ciudad sin libros” es, entonces, doblemente conservador. Por un lado, desarrolla una forma fabulesca, generalizadora, primitiva, que abusa de la hipérbole: “la humanidad” es la que protagoniza la acción. Luego, la idea del cuento, su moraleja, es reaccionaria. Que los autores norteamericanos de la posguerra advirtieran sobre la mecanización de la vida cotidiana es una cosa. Que ese mismo recurso se use hoy, con el siglo XXI ya tan avanzado, resulta muy diferente.
Hoy que en todas partes se habla del “modelo”, en referencia al modelo productivo, social y político, sería bueno revisar como se construyen los imaginarios tecnológicos. Necesitamos que los escritores dejen de vendernos nostalgia, el paraíso perdido, la década del 50, Amélie y el boom de la natalidad, para empezar a comprometerse con las contradictoras dinámicas del presente. “La ciudad sin libros” no ocurre en el futuro, más bien es un agujero negro conceptual, un atolladero que nos devuelve, como en El día de la marmota, siempre al mismo punto.
Una cosa más sobre Andrés Neuman. De a poco, se fue transformando en el escritor joven argentino en España. Desde ahí consiguió ubicarse y ganó el premio Alfaguara. Esto confirma que en las grandes ligas de la literatura ser conservador paga bien. Desde luego, hay otros costos no asumidos. Por ejemplo, someter a los lectores porteños a enfrentar este tipo de relatos. Curiosamente la crítica argentina todavía no se expidió sobre la obra de Neuman. Creo que es una deuda.
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