SOBRE JÓVENES AUTORES, ANTOLOGÍAS Y UNA NOTA DE CLARÍN |
Ignorancia y ansiedad en la manada |
Por: Juan Terranova. El domingo pasado Clarín publicó una nota titulada Generación 00, del intimismo al blog donde se da, a partir de tres antologías de jóvenes autores –la nomenclatura dice poco y nada, pero sirve a fines prácticos y comerciales– un panorama muy general de lo que está pasando en la renovación de la narrativa argentina. Sin asomo de trabajo intelectual crítico, la nota nombra las tres antologías en danza, una de hace dos años, otra recién salida, y una más próxima a salir. Se abusa de las declaraciones, algunas no del todo felices, otras correctas, y se da la información. Nota cumplida y a otra cosa. El hecho de aparecer en el cuerpo de Clarín bien vale convertirse en un autómata o en una estampilla. Y aunque podríamos poner mil peros, casi uno por línea –empezando por el titular, se me ocurre que ya no se trata de generación 00, sino de las puertas del bicentenario– lo que más destaca es la columna adyacente de Diego Erlan. Como columna de opinión, ¿es en contra o a favor? |
Microcirugía
Analizar la muy breve columna de Erlan es como diseccionar un mosquito: tarea inútil y difícil. Para contextualizar, aviso que me encuentro entre los que son objeto de esa columna como antologista y autor. El texto empieza con dos citas de Andrés Rivera. Cito a Erlan: "Por lo poco que he leído, son muy ignorantes", decía Andrés Rivera hace algunas semanas, cuando se le preguntaba si veía algún problema en los nuevos escritores. "Es cuestión de que aprendan", concluyó.
Más allá de las virtudes, los beneficios y los riesgos de la ignorancia, de las que me ocupé, creo, en mi libro titulado, justamente, El ignorante, la primera frase de Rivera tiene una intensidad especial. “Por lo poco que he leído” dice y subraya, en la primera parte de la declaración que es él, el primero en ignorar. Es decir que la segunda parte de su frase repercute en la primera. Por otra parte, se podría responder que si, por contraste, él es la sabiduría, es preferible dejar las cosas como están, no aprender nada y seguir caminando nuestra propia ignorancia. Pero estas citas, las que elige Erlan para empezar su breve columna, me consta, no fueron escritas por Rivera, sino que el autor de La revolución es un sueño eterno las enunció en una entrevista pública como respuesta a una pregunta. Cuando Erlan las levanta y les da cuerpo de escritura, es él el que las escribe y las firma. Su provocación, entonces, es indirecta. Más interesante hubiera sido que asumiera su deseo y tildara él mismo, con una brutalidad no menor, a los jóvenes en cuestión de ignorantes.
Trabajo y ansiedad
“Ahora será cuestión de trabajar y dejar de lado la ansiedad. Porque muchos de los que hoy forman parte de estas antologías después quedarán en el olvido” dice Erlan. Esta es quizás la frase más enigmática y a la vez pesada de la microlumna. El funcionamiento del “porque” que relaciona las dos oraciones no queda claro. Desde el momento que no articula una idea de acción-consecuencia sería mejor obviarlo. ¿O lo que quiere transmitir Erlan es que si no se controla la ansiedad y no se trabaja, arrecia el olvido? Sin entrar en sutilezas, se deja entrever esta llamada de atención. Como si dijera: “No se entusiasmen que ustedes no hicieron nada todavía y muchos van a quedar en el olvido”. Como la muerte que es garantía desde el principio de la vida, el olvido, más para gracia que para desgracia, nos llegará a todos. Sin embargo, más interesante y menos trágico es remarcar que el deseo de posteridad no es algo que se desprenda de la producción de este grupo de escritores. Más bien todo lo contrario. Criados con los años 90 y con el rock y la convertibilidad como música de fondo, no se identifican grandes pretensiones modernas en sus textos, sino más bien una amable necesidad de vivir el momento. Desmesurado, un poco autista, al parecer Erlan niega ahora lo que nadie pidió nunca.
Con respecto a la sentencia: “Sólo algunos lograrán una voz original y relevante”, lo único que tengo para decir es que es errada. Féliz Bruzzone, Washigton Cucurto, Mariana Enriquez, Pedro Mairal y Josefina Licitra -esta última, sobre todo en sus excelente crónicas periodísticas-, ya tienen una voz propia. Y aquí podría retomarse el debate de hasta qué punto es importante para un escritor tener una voz “original y relevante” pero mejor es señalar que, lejos de ser una antología de debutantes, entre la manada, hay varios que ya tiene sus horas de vuelo más que certificadas.
Para cerrar, admito una ligera perplejidad. Finalmente, no entiendo bien cuál es la opinión de Erlan. Entre proposiciones tautológicas, hay temor y aprensión en sus palabras, como alguien que se abriga mucho aunque no haga frío. ¿Cuál es su idea central? ¿No hay que entusiasmarse? ¿A quién se la dice, entonces? ¿A los editores y a las editoriales? ¿A los centros de poder? ¿A los entusiastas lectores de Clarín?
Sentido de manada
Para terminar con la columna me gustaría decir que conozco a Erlan, leo su blog y me parece, básicamente, un buen tipo. Por otra parte, de la planta cultural de Clarín, Erlan es el único -y repito, el único- que más o menos está al tanto de lo que sucede en la ciudad de Buenos Aires en esta frecuencia de onda. (Sus intervenciones en Ñ, sobre todo las de las secciones Pistas y Flora y fauna, me resultan pobres y desabridas, pero creo que se debe antes al medio que al periodista.) Quizás, arriesgo, la columna en cuestión la escribió para recordarse a sí mismo algunas cuestiones simples que ningún escritor debería olvidar. En todo caso, cabe este comentario: la ansiedad es algo mucho más complejo de lo que parece.
Por otra parte, el sentido de manada que recupero de la nota principal es interesante. Inexacto y pomposo, pero interesante. No tribu, no generación, no tertulia, sino “sentido de manada”, vaporoso, inconsistente, pero palpable. ¿Qué es lo que mantiene a la manada unida? ¿Las hembras, la protección, la necesidad de sumar fuerzas para la caza y el instinto? Y quizás valga la pena señalar que toda manada -la que forman los punks del Parque Rivadavia, el aluvión zoológico, la que se describe en el principio de Colmillo Blanco- tiene, hasta que se deshace y se pierde en el tiempo, sus ridículos pero agresivos machos alfa, sus inseguros tambaleantes, sus parásitos, y sus “buey corneta”, entre los que, al parecer, me hallo. (Es divertido pensar a este heterogéneo grupo de gente aullando a la luz de la luna.)
Toda la franela de la “juventud” se vuelve un poco incómoda, incluso para los menos puristas y los más cínicos. Las hipótesis apuradas suscitan rechazo. Ya se habla de las antologías como artefactos del mal y producto de un arribismo sediento e innecesario. “Lo que importa es lo que suena”, decía Taj Mahal. Y ahí vamos. No es difícil comprender que el periodismo -del que tristemente no me excluyo-, suele confundir todo y arreciar en inexactitudes mientras vive del malentendido y sobrevive a sí mismo. Hay quien encuentra belleza en esto. Así y todo, quizás en algún momento alguien en Clarín se arriesgue a mirar alguno de los libros que se citan en esa nota y a decir algo interesante sobre ellos.
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