DE LA CRÍTICA A LA POLÉMICA
El antiperonismo rancio de Fernando Iglesias (Segunda Parte)

Kirchner & YoBajo la lupaPor: Juan Terranova. El negocio de la oposición es tan viejo como la política y el periodismo lo conoce desde siempre. Incluso en las dictaduras más férreas, el poder rota permanentemente. Estas obviedades fueron muy visibles en la década del 90. Menem, que era mucho más absoluto, intransigente y consensuado que Kirchner –algo que se olvida demasiado a menudo–, fue completamente funcional a la constitución y a la identidad de Página/12. Golpear al gobierno de turno y pasar la gorra por otra parte siempre fue redituable, sobre todo para los que no tienen capacidad o fuerza constructiva, para los aventureros y francotiradores, y para los omnipresentes periodistas trasnochados.

 

Insisto: desde el vamos, Iglesias funda una relación de proximidad en Kirchner & yo que es ridícula. ¿La única forma que tiene de acercarse al poder es sacudiéndolo, aunque sus pataletas no levanten polvo? Probablemente. Ahora bien, marca su nicho de mercado y su falta de seriedad el hecho de que no rescate un solo logro, una sola virtud de este gobierno y que sí reconozca rasgos positivos del menemismo. Como libro serio, entonces, Kirchner & yo no funciona. Como panfleto y publicación de barricada le reconozco algunos aciertos en el plano técnico. Por ejemplo, Iglesias reedita el viejo truco, un poco olvidado ahora que hay dinero en la calle, de mezclar economía y política según le conviene. Destrabar los argumentos de su prosa implica, entonces, concentración. Y en esa delgada línea, supongo, también se juegan proyectos políticos o simpatías personales. Pero, vamos, ¿a quién le interesan los proyectos políticos de Iglesias o lo míos? Por lo pronto, yo no disfrazo ni confieso ni trafico con mis ideas políticas.

Botón de muestra

Desmontar Kirchner & yo sería un ejercicio intenso y, en muchos casos, difícil. Una verdadera caza del chimango donde las herramientas de la micro y la macro economía se enmarañan con las armas del lenguaje y la historia reciente con coyunturas muy precisas. Cito aquí, sin embargo, un párrafo. Iglesias viene comentando la personalidad política del actual presidente:

“En realidad, Grondona y Escribano se equivocaban en el sentido de que Kirchner, como buena parte de los políticos de raza, es un individuo que prefiere no tener a nadie encima ni a los costados que tome decisiones que puedan afectarlo. De allí el modelo implícito de su sistema preferido: la monarquía absolutista. Sin embargo, ambos acertaban en a pesar de su aparente independencia Kirchner es un esclavo voluntario y convencido no del Duhalde ni del Pejota ni del FMI, sino de su majestad la opinión pública nacional.” 

Condimentando el “que se vayan todos” con un toque de eugenesia en la construcción “políticos de raza”, Iglesias realiza una acusación digna de un niño. Menem I y Menemato: también al gobierno justicialista en los 90 se lo acusó de monárquico. Aplicar esa metáfora a un gobierno elegido en democracia ya es banal. No contento con esto, Iglesias enumera una serie de virtudes del Presidente -“no de Duhalde ni del Pejota ni del FMI”- y lo trata de esclavo de la opinión pública. Primero Kirchner es un heliogábalo autista y después, un esclavo de la vaporosa opinión pública. ¿No sería mejor y más provechoso analizar la conformación de ese ente tan poderoso? La pregunta sobre la “opinión pública”, su peso político y su constitución es válida. Pero excede el proyecto comercial de Kirchner & yo: hacer un libro para que la oposición abstracta, el medio pelo argentino y los que votaron a Macri se reafirmen en sus ideas.

Felipe, Kirchner y Perón

Iglesias ignora los más rudimentarios funcionamientos de la política real. Vive en una abstracción permanente. No hay intercambio con el otro o lo otro en su libro. Ni tampoco se lo busca. No es extraño, entonces, que describa de esta manera la conexión de Kirchner con sus votantes.

“Gracias al método Chirolita de intervención, los actos políticos se han convertido en ceremonias en las que el público habla a través del orador. El que parece ser el emisor es en realidad un receptor-ecualizador-amplificador, un artefacto con capacidades de ventrílocuo cuyo libreto es lo que el público quiere oír. Y el que parece ser el receptor es, en verdad, el bien disimulado emisor. Así fue para Perón ayer y así es para Kirchner hoy (...)”  

¿Qué es lo que critica Iglesias? ¿La buena relación y el entendimiento del funcionario con su electorado? ¿La integración? ¿O es ese concepto de moda, “populismo”, que todos usan y nadie puede definir? ¿Es tan negativo que “el público” hable a través del orador? ¿Cómo entiende Iglesias el funcionamiento de la democracia? 

Por otra parte, el capítulo Kirchner y la economía comienza insistiendo tautológicamente que no hay que comparar las depresiones del capital con sus euforias –“comparar lo comparable quiere decir comparar montañas con montañas y valles con valles”–, y después relaciona, en el capítulo Kirchner y la política, a Felipe González con Kirchner: “Para evaluar los resultados del antichirolismo felipista basta recordar que la situación en España difería muy poco de la Argentina en el momento de su entrada en la Comunidad Europea, hace apenas veinte años.”

Hoy y veinte años atrás, Felipe y Kirchner, Iglesias desarrolla comparaciones que condena poniendo a la Argentina y a Europa en un plano de igualdad. Y después compara al kirchnerismo, atención, por favor, con el primer peronismo: “Tampoco creo hoy que la cuestión sea el Kirchner sino más bien el kirchnerismo de los argentinos, conjunto de prácticas políticas que reflota y renueva los peores hábitos del primer Perón.”

Bailando por un poco de prensa

En el fondo, Iglesias no soporta a la mayoría ni en sus aciertos ni en sus equivocaciones. Por eso, entiendo, el libro no se sostiene. Más allá de todas sus contradicciones tendenciosas, el núcleo del problema, la pelea de fondo, es Iglesias –como retador– contra la sociedad argentina. Ya lo cité en el artículo anterior: Él no tiene empacho en dejarlo caer cada tanto.

Mi sangre salernitana y mi comprobada pericia como bailarín me jugaron una mala pasada al aceptar el desafío de nuestro correo de lectores, al cual los remito. ¿Qué droga había tomado, si no es así, para aceptar ira a bailar con Iglesias? No hay que llevar a la pista, donde las rivalidades son todas relativas y en general se sellan amistades, cuestiones literarias o políticas. Aparte, a este país le sobran concursos de baile y él único beneficiado de esa apuesta iba a ser Iglesias que me pedía que yo le presentara una mujer. (Y tampoco me veo yendo al bar El Olmo, la verdad.) Acá pongo, entonces, punto final a este asunto porque mientras el autor de Kirchner & yo se beneficia con este patético diálogo, yo tengo que volver una y otra vez a su meliflua prosa de ensayista tendencioso, lo que representa una obscena carga de aburrimiento que me supera.

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