EL GOCE DE LA AUTO-DENIGRACIÓN |
Indignación, dinero y drogas blandas |
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Tenemos todos los climas
Con un nivel de análisis de taxista excitado, ¡Pobre patria mía! pertenece a lo que ya es casi un género. Datos manipulados mezclados con una retórica efectista y la sensación de que en cualquier momento Aguinis va a escribir el viejo latiguillo de “tenemos todos los climas” o “Argentina, el país rico y un pueblo pobre”. Sus hipótesis son las hipótesis centrales de la televisión y buena parte de los medios. La corrupción y la mala fe nos gobiernan, y los políticos o funcionarios públicos que no son pérfidos, vegetan en la desidia. Como nota de color cada tanto aparece algo de melancolía proselitista –acá cabría lo de “todo tiempo pasado fue mejor”– o alguna cita a próceres incuestionables como Belgrano, que al parecer provee el título. Copio el principio: “Fuimos ricos, cultos, educados y decentes. En unas cuantas décadas nos convertimos en pobres, mal educados y corruptos. ¡Geniales!”. Es notable como, incluso usando la primera persona del plural, Aguinis logra dividir las aguas desde el principio. Ricos, cultos, educados y decentes contra pobres, mal educados y corruptos. Más allá de que, por lo general, el que se corrompe lo hace por dinero, por lo cual no es pobre, la entrada plantea la dicotomía que va a recorrer todo el libro. Los pobres están con los mal educados y los decentes con los ricos.
Universidad
Escrito entonces en un Capusotto free-style, ¡Pobre patria mía! desarrolla la vulgata más pérfida del pensamiento contemporáneo. Sus contenidos pueden escucharse en colas de bancos y en cajas de supermercados que se demoran. Por esto no es sorprendente que Aguinis, después de defender la educación como motor de progreso material, afirme que “sostener ahora un ingreso libre e irrestricto [a la universidad] es una bufonada, un ataque al estudio y el progreso”. En la comparación con el sistema educativo superior chileno es cuando Aguinis mejor exhibe su clara orientación de derecha ramplona y desinformada. La excelencia debe existir y ser para unos pocos. Y eso ocurre en otro lado.
Apocalipsis
Así, entre la autoayuda política y la columna de opinión escrita a vuelapluma, ¡Pobre patria mía! consigue compradores, muchos de los cuales seguramente también son lectores. ¿Sobre qué equivoco se monta ese éxito? Entiendo que sobre ninguno. Aparte de tener dinero para pagar el libro, la derecha apocalíptica disfruta la indignación como una droga blanda y el pesimismo como actividad para-crítica. Aguinis mismo lo dijo con sus títulos anteriores sobre el masoquismo y la argentinidad. Hay un goce en la auto-denigración. Pero también queda claro que poner el problema afuera, en “los políticos”, por ejemplo, tranquiliza. Es un mecanismo simple, pero oscuro y muy arraigado que redunda en la confirmación de los desordenados pensamientos del lector fiel de Aguinis.
Cadena evolutiva
Se escucha a menudo: “Antes la derecha tenía gente que pensaba, ahora tiene un parva de periodistas lameculos…”. Creo que hay que tomar con cuidado las comparaciones entre el “antes” y el “ahora”. Muchas veces encierran nostalgias idiotas. Lo que resulta innegable es que tanto la derecha como la izquierda siempre mantienen cuadros y operadores mediocres. En la cadena evolutiva de la industria editorial argentina, los libros de Aguinis, escritos mal, rápido, y carentes de ideas, ocupan siempre un lugar entre los más vendidos. Quizás los suplementos literarios, que publican esas listas de más vendidos, deberían leerlos y dar una respuesta crítica, en vez de ignorarlos.
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