NOVELISTAS E INTERROGANTES
El imperativo categórico de la pobreza

Wilbur SmithPor: Juan Terranova. La capa de grasa que cubre el ambiente cultural argentino está compuesta por diferentes tipos de macromoléculas. La cadena de aminoácidos del progresismo, por ejemplo, hace brillar algunos postulados de base en los cuales lo social y la novela –entre muchísimas otras zonas, objetos, temas de discusión y géneros— aparecen tensionados por la idea de pobreza, marginalidad, justicia social y muchas veces incluso el arte supremo de la denuncia. Es un tic reduccionista, una herencia que dejaron viejas lecturas de la izquierda, la teoría de la dependencia y una sensación de culpa por la impunidad con que la última dictadura se entregó al terrorismo de Estado. Y no introduzco la categoría de verdad en esta sopa. Más me interesa la idea de sentido. ¿Qué tiene sentido? ¿Dónde se forma? ¿Alrededor de qué? 

Desconocimiento

En esas cosas pienso cuando leo la crónica publicada en el sitio de Ñ sobre el paso de Wilbur Smith por la Argentina. El titular es elocuente: Wilbur Smith: "No puedo escribir sobre la pobreza, es algo que no conozco". La nota está bien. El ambiente de intimidad con el escritor exotista de best-sellers, un poco bruto, un poco dandy, y su esposa escandalosamente más joven se percibe. Quizás se podrían señalar dudas en la prosa de Gisella Antonuccio, un tanto desmañada, pero sería injusto. Sin ofrecer mucho, sitúa, en un espacio breve, una discusión muy larga. La síntesis sería un interrogante preciso: ¿sobre qué debe escribir el novelista? Antonuccio elije empezar con los prejuicios y escribe: “El prejuicio surge fácil, y no le importa: está lejos de ser la compañía ideal para hablar sobre literatura.” Acá habría que precisar qué entendemos cuando decimos “literatura”. Muchas de las discusiones actuales sobre el tema surgen alrededor de esta cuestión. Prejuicios incluidos.

Libros sí, caza no

Lo que vertebra la nota de Antonuccio, entonces, es un reclamo y una convicción. El novelista debe ser lector curioso y esmerado antes que cazador de elefantes, y debería estar preocupado por las miserias del mundo que lo rodea antes que pendiente de la próxima temporada de truchas. Más aún, si su lugar de referencia es África, donde todos sabemos que el hambre es flagelo. No intento decir que el reclamo sea injusto. Sí que en él se detecta ese aparatoso transmisor de la corrección política que muchas veces lleva a algunos a golpearse el pecho, difamar, atacar y finalmente no escribir nada. O directamente escribir sobre otra cosa. (Ejemplo clásico, la propia neurosis.) En ese marco, las aventuras de Wilbur Smith hacen sentido y tienen lectores.

Limitaciones y virtudes

Vuelvo a leer la nota y descubro que hay algo en la honestidad distante de Smith que me gusta. Se lo podría relacionar con cierta profesionalidad fría, pero creo que es otra cosa, ligada antes a libertad que a la libre empresa. Harto ya de encontrarme en entrevistas y conferencias con escritores que proponen, sin pudor de ningún tipo, sus evidentes limitaciones como magnificas virtudes, Smith no tiene problema en confesar dónde terminan sus posibilidades como narrador. Eso, y también el cultivo que hace de la vida al aire libre, me dan curiosidad. Quizás algún día, entonces, cuando encuentre un ejemplar abandonado de alguna de sus novelas en una casa alquilada en la playa, recuerde esta nota y decida leerlo. 

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