SOBRE LA NOVELA DE DALMIRO SÁENZ Y OTRAS |
Libros y política en la década del 80 |
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La arenga del líder frente a la muerte
Según recuerdo, El día que mataron a Alfonsín incluye un asesino por necesidad, un empresario que se quiere garchar a la hija, un palo tuneado como arma homicida, una escena de violencia en un hospital, un gordo que escucha conversaciones para la SIDE, un custodio traidor, sobre todo, y un discurso a plaza abierta que pegaba mucho con la pompa radical de ese momento. Durante un acto, cuando Alfonsín se da cuenta de que lo van a matar, agarra el micrófono y larga una arenga espectacular, extremadamente shakespereana, que en 1985 debe haber descolocado a más de uno por la forma en que anudaba literatura y política.
La grasada garpa
Salvo por la segunda parte con Cafiero, donde unos galgos cargados con bombas hacían explotar el auto blindado del líder de la renovación peronista, la novela de “especulación política” no prendió. Para algunos el género era demasiado tabú, para otros demasiado tótem, y para los que podrían haberlo imaginado, directamente una grasada. Pero la grasada y la bizarrerie, a veces tiene fuerza literaria. Después llegó el menemismo, con el que cualquier novelista se hubiera dado una panzada, pero los intelectuales decidieron desensillar hasta que escampe. Recién con Vivir afuera de Fogwill y La islas de Carlos Gamerro se volvió a toquetear el presente. Pero en su momento nadie se animó con El día que mataron al turco. (Los periodistas estaban ocupados con la realidad alucinada que proponía un Galimberti, con el helicóptero de Junior y la pizza y el champán. Eso sí, Fogwill escribió un poema titulado El Gran Menem que no tiene nada que envidiarle a nada y que desgraciadamente no se consigue en la web.)
Encerrado en los 80
Como pasó con Charly Garcia, y en algún punto también con Maradona, Dalmiro Sáenz nunca pudo superar los años 80. Y se quedó ahí, encapsulado, buscando la puerta de la convertibilidad que trató de encontrar de la mano de la novela histórica y el General Paz. Quizás, como autor, conoció el éxito demasiado temprano. Quizás mezcló muchos bodrios con cosas geniales. Es claro que siempre hizo lo que quiso. A días de la muerte de Alfonsín, llamo a los amigos, revuelvo cajones en librerías de Corrientes, y me digo que voy a comprar alguno de los dos o tres ejemplares que se ofrecen por Internet de El día que mataron a Alfonsín. Lo siento como una deuda. No cívica, sino literaria. No con Alfonsín, sino con el Gran Dalmiro.
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